Carmen Gaite - Los parentescos

Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Gaite - Los parentescos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los parentescos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los parentescos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Baltasar, un niño que atravesará varias edades a lo largo de la novela, trata de hacerse un hueco, su propio hueco en la casa familiar, allí donde conviven su madre, sus tres medio hermanos, su padre cuando aparece, la criada Fuencisla que busca con desesperación una vida propia y, en el piso de arriba adonde se llega a través de una puerta disimulada por un tapiz, los abuelos de sus hermanos. Baltasar, Baltita, guardará silencio hasta los cuatro años.

Los parentescos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los parentescos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Yo no conocía la palabra «transformación», pero ahora cada vez que la digo se me aparece pegada a aquella tarde de títeres, metida en un argumento que no se rompía al abrir los ojos como los de cuando estás dormido. Era algo que estaba pasando allí delante de mis narices, una historia que iba a cambiar mi vida. Y a los muñecos que la contaban yo los veía como colegas, y completamente vivos. Lo de los hilos o alambres o lo que fuera me daba igual. No me fijaba. Lo importante es que ellos me miraban a mí, me avisaban, fíjate bien, no se te olvide, actuaban para mí porque no había patio de butacas, ni niños comiendo pipas, ni torres de Segovia, ni nada, solos los cuatro subiendo en globo, ellos tres de protagonistas y yo mirando con los ojos como platos para no perder detalle.

Eran un ogro, una princesa y una libélula. Bueno, salían otros que daban un poco igual, para hacer bulto, ni me acuerdo. La libélula era la más pequeña de los tres y la que más papel tenía. A lo primero no me fijé nada más que en ella. Y me distraje de atender a la historia y a un castillo que aparecía entre humos con bosque delante. Porque es que me había quedado zombi al verla revolotear canturreando «calma, fu, fu, mucha calma, que el secreto está en el alma», perdía altura, parecía una avioneta que se iba a estrellar y a caer en chispas de fuego encima de nosotros, fu, fu, chas, rasante, pero volvía a resoplar con cuidadito y a resucitar, ¡arriba! Vengan giros. Una vez casi me rozó la frente, estaba encima de mí como una corona de aire. Y yo bizco. No podía ser. Era igual que ver pasar a un conocido por la calle de otro país, entre un montón de caras que no te suenan.

Aquella libélula había venido a mi casa, mamá le estaba cosiendo las alas cuando entró papá, él la tiró al suelo y riñeron. Era la misma. Y resulta, además, que cuando el ogro reñía con la princesa -que se pasaban la función enfadadísimos y haciendo las paces-, la libélula calentaba motores, decía «fu, fu, ya verás tú», bajaba como un rayo a esconderse detrás del ogro y sin más ni más desaparecía dentro de él. Debe de ser que el traje del ogro -un blusón negro muy largo- tenía una cremallera o algo en la espalda, y por ese hueco se metía ella, como un alma. Era eso justamente lo que pasaba, que le transformaba el alma al ogro en un pispás y se arrodillaba delante de la princesa: «No me mires airada, niña adorada», y ella corría: «Vete hasta que cuente siete», pero él la perseguía juntando las manos para pedir perdón, subían una escala de cuerda que tenía el castillo, ella delante llamándole mentiroso. Y entonces la libélula asomaba un poquito la cabeza por el blusón del ogro, que como iba de espaldas se veía el truco, y con una patita le tiraba de las trenzas a la princesa -unas trenzas largas y muy rubias- intentando decirle algo al oído. Pero recibía un manotazo y una mala contestación: «Déjame o te aplastaré», y tenía que volver a esconderse. O sea que la princesa era más difícil de convencer, o estaría harta de las mentiras del ogro, sabe Dios. El caso es que acababan contentándose igual. Unas veces llegaba antes que él y le cerraba en las narices una ventana alta rematada en pico. Otras le dejaba entrar y se reían asomados con las caras muy juntas y alrededor de ellos se encendía un marco de corazones de neón. Yo pensaba que la libélula allí dentro del blusón del ogro se iba a ahogar la pobre. Y era verdad. Las veces que volvía a aparecer entre los árboles del bosque porque ya había arreglado el asunto, se la veía arrugada y torpe, soltando unos «fu, fu» como sin ganas, que casi ni se oían. Agotada. Se posaba a la sombra de un árbol pero por poco rato. Enseguida se oían gritos. Los del castillo no podían vivir sin ella. Pasaban más cosas, naturalmente, para llenar el rato, pero lo que he contado es lo principal: que en cuanto la libélula se escapaba del cuerpo del ogro, ya se liaba otra vez la riña. Lo que saqué en consecuencia es que mis padres necesitaban una libélula. Que solos uno con otro se las arreglaban mal.

No sé si duró mucho o poco aquella función. Algunas veces, cuando me acuerdo, creo que muchísimo. Otras que nada, lo que tarda en mudar de color una nube. Pero lo que nunca en la vida se me podrá pasar es la resaca de aquella borrachera. Eso no.

Se encendieron las luces del patio de butacas, la gente estaba aplaudiendo, y es que se había acabado. Las marionetas se habían quedado colgadas de los árboles, como desmayadas, y cerré los ojos porque no lo quería ver. Cuando los abrí, avanzaban hacia nosotros a paso ágil cinco personas de diferentes tamaños agarradas del brazo. Se inclinaron a saludar. Las cinco llevaban un mono negro y capuchón por la cara con huecos para ojos, nariz y boca. Como seguían aplaudiendo, los dos del medio se quitaron el capuchón y resultó que eran un señor y una señora de pelo gris, él muy alto, ella bajita. Luego los otros tres hicieron lo mismo y ésos, en cambio, tendrían quince años el que más. Una chica y dos chicos. Ayudantes que estaban aprendiendo el oficio. Lo supe luego.

Que quien más mandaba era el señor mayor se notaba enseguida. Al final se quedó solo, como calculando las localidades que se podían haber vendido, y acabó inclinándose hacia Máximo cuando la gente ya se había ido casi toda. Nos miraba con unos ojos como carbón de puro negros.

– ¿Qué tal, hijo, os habéis divertido?

– Sí, muy bonito. Mira, éste es mi hermano Baltasar. Y ésta Mati, una amiga.

Pero el hombre mayor no hacía caso de Mati, sólo me miraba a mí. Se sentó en el borde del escenario con las piernas delgadísimas cruzadas tipo moro, adelantó uno de sus largos brazos y me puso la mano encima de la cabeza. Más que una caricia, parecía una bendición.

– Ya lo sé -dijo-. Lo conozco de vista. Me lo he encontrado a veces por ahí con tu madre o con Fuencisla.

Sentí como si tuviera fiebre. Le miré. Nunca me había imaginado que un viejo pudiera ser tan guapo. Pero lo que más notaba es que tenía poder sobre mí, que me gustaría seguirle al fin del mundo. Y me angustiaba la idea de tener que marcharme. Me di cuenta de que Mati estaba recogiendo su mochila con cara de pocos amigos y nerviosa porque no le corría bien una cremallera. Debía de estar cabreada por lo que le dijo Máximo al principio, o le habría parecido una función demasiado para niños chicos. No sé. Lo que estaba claro es que si se iban, me tendría que ir con ellos.

Y ahí es cuando salió el talento de Max-flash, el más oportuno de mi familia con gran diferencia. Le tiró de la manga a Mati.

– Oye, ¿te pasa algo?

– A mí nada, que me voy.

– Controla un poco, niña, que no vamos a apagar ningún fuego, ¿vale?

A Mati siempre le ha ido la marcha, aunque diga que no, y se quedó más suave que un guante. Enseguida Máximo se dirigió a mí con una sonrisa.

– ¿A ti te gustaría quedarte un poco y que te ense- fiaran los muñecos de cerca? Es temprano, no te querrás ir a casa.

Debí de poner un gesto tal de alegría que el señor mayor dijo:

– Hay preguntas que se responden con la cara. Anda, ven conmigo. Tienes hocico de hurón.

Y me aupó en brazos al escenario.

– Ya estás en la otra orilla. Bienvenido.

Y antes de ponerme en el suelo, me dio un beso.

– ¿De verdad no te importa que lo deje un rato

con vosotros? -insistió Máximo-. Luego lo podéis acompañar a casa. Pero, además, sabe ir solo, no hace falta. Y guerra no da nunca a nadie.

– Anda, anda, no me des lecciones a mí de lo que tengo que hacer. Tú vete con tu amiga de paseo, que hace una tarde estupenda. Que os divirtáis.

Volvió a salir la señora de pelo gris, y también le sonrió a Máximo. Ya se había quitado el mono negro y parecía más insignificante, una vecina que llega a casa con paquetes. Hablaba con una voz muy dulce y acento extranjero.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los parentescos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los parentescos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los parentescos»

Обсуждение, отзывы о книге «Los parentescos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x