Raúl Garrido - El Año Del Wolfram

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El wolfram es un elemento básico en tiempo de guerra, el acero de las armas lo necesita. En la primera mitad de los años cuarenta se descubre este mineral en el Bierzo y, si los alemanes lo pagan bien, los aliados mejor, para que no llegue a manos del III Reich; la gente sube a la peña del Seo provista de pico, pala y pistola. En los años del hambre uno podía hacerse rico de golpe con un mínimo de suerte y un máximo de audacia. Ausencio sube a la peña en busca de su fortuna, de su identidad perdida y de su amor imposible. Las leyendas de tesoros ocultos se entremezclan con el recuerdo del oro romano de las Médulas y la misteriosa realidad del Inglés con la clara premonición de la Bruxa. "El año del wolfram" fue un tiempo mágico, un espejismo brutal, una historia cuyo desenlace se resuelve en sucesivos desenlaces insólitos. El elón alado, dulce compañía de Olvido, existe, la verdad no es siempre verosímil.

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– Tampoco, pero no me refería al dinero y usted lo sabe, lo digo por su salud, no tiene buena cara.

Una laboriosa sonrisa afloró en sus labios.

– Alegra la tuya, tengo buenas noticias, ¿eh?, tu expediente de prófugo se ha extraviado definitivamente, todavía conservo algunos amigos, viejos dinosaurios a punto de extinguirse como yo.

Ya lo creo que era una buena noticia, pero estaba absorbido por otros problemas más inmediatos, me había acostumbrado a la amenaza de busca y captura como otros se habitúan a la acidez de estómago y no me quitaba el sueño.

– Gracias, pero eso no cambia nuestras relaciones.

– ¿Qué quieres decir?

Tenía que zanjar de una vez por todas lo que de veras me preocupaba, le conocía y sabía que de un momento a otro me iba a chantajear con su buena acción y mala salud.

– Que en cuanto pueda me caso con Olvido.

– ¡Te prohíbo casarte con ella!

El portazo de la furia iluminó su rostro como en los mejores tiempos, pero no cabían ilusiones, quemaba sus últimos cartuchos.

– ¿Por qué? ¿Porque me considera un don nadie?

– No puedes casarte con ella, imposible.

– Debería entenderlo, Olvido es mi pasión lo mismo que el juego es la suya.

– Calma, nihil hunanum a me allenam puto.

– ¿Es un taco?

– Es latín, nada humano me es ajeno, entiendo de pasiones, en efecto, y ninguna tan humana como la ambición, la que te propongo, mira.

Del bolsillo del chaleco contrario al reloj sacó el testimonio de su secreto tan celosamente guardado, una pepita de oro igual a un grano de maíz, un comodín para pujar fuerte.

– El tesoro del Bierzo es el oro, el wolfram es flor de primavera, pasará y si te he visto no me acuerdo, pero el oro está aquí, esperándonos desde los romanos, y yo te ofrezco una médulas precisas en donde conseguirlo a cambio de que renuncies a Olvido, el mundo está lleno de chicas guapas pero no de depósitos auríferos. ¿Qué me dices?

– Ni le escucho.

Suspiró defraudado, pero no vencido.

– Esta conversación deberíamos haberla tenido hace años, las circunstancias… por las médulas de Matarrosa o las del Burbia arriba, te lo especificaré si reconsideras tu digna sordera, me la dio un tipo al que salvé la familia, como siempre no tenía un chavo para pagar, le conseguí el último grito de la quimioterapia, la droga sulfa, y zas, de milagro todos nuevos, el muy listillo del doctor Vega ni siquiera había oído hablar de las sulfamidas, qué país, me siento como un bohemio de chaqué en una fiesta de paletos con corbata, esto es para hacerse rico sin el mercachifleo del negocio ni el riesgo del wolfram, piénsatelo bien, Ausencio.

– Lo siento, pero infórmele a Gelón, lo va a necesitar más que yo y al fin y al cabo es su hijo.

– ¡Imbécil, tú también eres hijo mío!

– ¿Qué?

No perdí el sentido pero mi intimidad se perdió en las sombras de un recinto muy sucio, vi su rostro como algo próximo y tétrico, la puerta del desván que nunca se abre en una casa que por lo demás no tiene secretos y que, sin embargo, un día la abres por casualidad y nadie vuelve a saber de ti.

– Cálmate, José, y perdóname. Deberíamos haber hablado hace años pero la verdad es que no quería decírtelo, no que no me atreviera, suponía que la verdad te iba a herir más que la ignorancia, y tal y como estaban las cosas…

– Cállese.

– Sí, debería habértelo dicho.

Los sentimientos me golpeaban a la velocidad de la luz impidiéndome razonar, su figura de padre me resultaba profundamente odiosa y no obstante la simpatía hacia la del padrino aleteaba, me gustaría matarle sin que se muriera, pero antes debía aclararme lo que ya me resultaba evidente conociendo sus costumbres.

– ¿Quién es mi madre?

Alcé la voz y su piel adquirió el color terroso de los malos tragos, lo estaba pasando fatal, y considerando que estábamos en una esquina del salón y alguien podía oímos, disimuló pidiéndole una copa a Loli que por allí pasaba.

– Anda, muñeca, tráeme un coñac doble.

Le falló el palmeo lanzado a la grupa de la joven, su corazón era una rueda de inercia demasiado pesada, se acababa por momentos, pero el mío no, yo quería sobrevivir.

– ¿Quién es?

– No grites, por favor. Tu madre es una gran mujer, Vitorina, ¿qué otra podría ser?, nadie te ha querido como ella, te defendió con uñas y dientes, cuídala, hijo mío.

– No me llame hijo.

– Ausencio, siempre nos hemos comprendido, haz un último esfuerzo, no es tan difícil.

– No puedo entenderlo.

– Estaba tan solo… me faltaba cariño y ella tampoco andaba sobrada de ternura, Ricardo era una mala bestia.

– Me refiero a que no me lo dijera.

– La vida…

– ¿Y la mía, qué?

– La tienes entera, por delante.

No dio ninguna razón pero de dármela tampoco la hubiera oído porque, paradójicamente, una de mis obsesiones vitales se derretía sin dejar la menor huella en mi alma y el fenómeno de su delicuescencia era mi único centro de interés, tú vienes de buenos pañales, chaval, desveladas mis señas de identidad resultaba que me eran indiferentes, la doble incógnita de Expósito, despejada a Sernández Gallardo, nada añadía a mi carácter, no me interesaban, silbó el odio como un obús, la salvaje coincidencia había destrozado mi vida, no añadían nada porque me la arrebataban por entero y de un solo tajo, fatal conclusión.

– Entonces, Olvido es mi hermana.

– ¿Cómo lo sabes?

– No tenemos secretos el uno para el otro.

– Cuando descubrí tu interés por ella me sentí morir, ¿comprendes por qué no podéis casaros?

– ¿Sigue en pie la oferta del oro?

Una chispa de esperanza, ajena a mi furia vengadora, brilló en el sudario desteñido de sus pupilas.

– Por supuesto que sí.

– Pues métaselo en el culo, me casaré con Olvido de todas formas.

Sabía que era imposible, pero quería hacerle daño, ahora sí que le mataría bien muerto.

– Ofendes a Dios sólo con pensarlo.

– No me diga, quién fue a hablar.

– Por favor, no te pongas irónico, puedo reconocerte, legalizaremos tu situación, lo que tú quieras.

– A mí no me compra nadie, ni siquiera por un apellido.

– Por favor…

– Quiere que le lleve a la cama o prefiere seguir echando la partida.

– Déjame aquí, hijo mío.

Me levanté y sin despedirme le dejé allí sentado, no le volvería a ver, para mí como muerto, su faz terrosa no pronosticaba nada bueno, pero lo peor que pudiera ocurrir me había ocurrido a mí y nadie se volvía a consolarme, afortunadamente, pensé, soy un solitario, bonito árbol genealógico, las raíces no valían una mierda y los frutos no madurarían jamás, cojoestupendo, adiós a la leyenda de la dama de alto copete que abandona a un niño envuelto en una preciosa toquillita azul a la puerta de la botica por inconfesables razones amorosas, hubiera sido más bonito, la madre que me parió, pobre Vitorina, lo que no habrá sufrido. Me acodé en la barra del bar.

– Un Bergidum.

Me hipnoticé con las ligas rojinegras de la Faraona, buena bandera anarquista, sus muslos seguían siendo tablas de salvación para los náufragos que por su mar braceaban desesperanzados, desfilaba sobre el tablado con uno de sus trucos favoritos, los ripios folklóricos de exaltación del patriotismo chico, un truco infalible.

Lo mejor que hay en el Bierzo

e s el vino de bodega,

porque dentro de una cuba

n o cabe ninguna pena.

Entre sus muslos tendría buena acogida mi desconsuelo, me desconcertaba su clarividencia para con mi estado de ánimo, puede que tan sólo fuera casualidad y oficio, pero no fallaba jamás, daba por descontado que yo era el único destinatario de su canción y la imagen del náufrago me seducía con fuerza, estaba decidido a tirármela. Bajó del escenario, entre salvas de aplausos y rugidos lúbricos, y tras varios meandros de compromiso, saludos, besos fugaces, calvas acariciadas, me miró a los ojos apartándose antes la melena para alejar el menor rastro de duda.

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