– ¿Duermes sin bragas?
– Sólo con el camisón.
– Claro, te das facilidades y luego pasa lo que pasa. ¿Te introduces algo?
– No le entiendo, padre.
– Sigue, no te detengas. Que si te introduces algo equivalente al miembro viril, una botella, un plátano, algo.
– El dedo.
– ¿Él no te introduce nada?
– No, no padre, por favor.
– ¿Ni siquiera la lengua?
– No…
– En la boca, cuando te besa, cuando te acaricia, porque algo te habrá acariciado, aunque sólo sea un pecho, ¿no?
Olvido apenas pudo pronunciar los balbuceantes no, no, del rechazo al horror que experimentaba, en la iglesia y a punto de llegarle un orgasmo, jamás se sintió tan turbada.
– Padre, no puedo más, me viene…
– No te pares. No me digas que no te ha acariciado así alguna vez.
Cuando sintió la mano de don Sergio oprimiéndole con delicadeza, astucia y exactitud el pezón de su seno izquierdo, Olvido gritó con todas sus fuerzas, se condenaría, aceptaba la condena eterna, la puerta de la salvación le resultaba infranqueable.
– Pero hija, ¿qué te pasa?
– Es usted un, un…
Se encontró de pie, sonrojada, pero por fortuna circunspecta, el grito primal se había contenido en la bóveda de su paladar sin trascender a la de la iglesia, ni la llama de una vela se había agitado, las de la cola daban por supuesta la terminación del sacramento y ya la siguiente se acercaba modosa a relevarla frente a la cortina del confesionario.
Olvido aprovechó el equívoco para abandonar al torturador sádico de respiración entrecortada, descargas eléctricas recorrían sus nervios, imposible, en la pila del baptisterio se persignó, no podía ser verdad lo que le estaba ocurriendo, contempló la lucecita del sagrario, se dijo que Jesucristo y ella se merecían otra oportunidad y recapacitó. Frente al confesionario con la tablilla de P. Desiderio no había cola alguna, le decían chocho y su mayor inconveniente radicaba en la sordera, la gente temía desvelar a gritos sus pecados. Se decidió.
– He pecado contra el sexto, padre, tengo novio con el que no he hecho nada malo, pero cuando estoy sola me acaricio toda la noche hasta que me viene el placer, me introduzco el dedo…
– Cálmate, pequeña, cálmate, no tienes por qué entrar en detalles. ¿Quieres mucho a tu novio?
– Más que a nadie en el mundo, padre.
– ¿Y a Dios? ¿También le quieres? ¿Casi, casi, como a tu afortunada pareja?
– Quiero quererle más todavía, padre.
– Pues entonces tranquila, hijita, mira, Dios es amor y el amor de la pareja humana es un reflejo del suyo. Cuando el amor humano es sincero, siempre es agradable a los ojos del Señor, tenlo siempre presente y esto te reconfortará.
– Pero estoy en pecado mortal, padre.
– Sí, bueno, pero no dramatices, hay que conservar la virginidad, es el mejor regalo de boda, mas túrbate menos…
– Es que a veces no puedo contenerme.
– Claro, a tu edad, mira, ¿sabes saltar a la comba? ¿Sí? Pues salta como hacen los boxeadores hasta que no puedas más, una buena sudada, después te das una ducha con agua fría y ya verás como resistes mucho mejor la tentación. ¿De acuerdo?
– Me he puesto un cilicio.
– ¡Tíralo! Eso es cosa de frailes, cuando comulgas tu cuerpo es el templo de Dios y tiene que estar presentable, limpio y sin heridas, tíralo a la basura y no te preocupes más. Hala, preciosa, hasta la vista. Vuelve cuando quieras.
– ¿Y la penitencia?
– ¿Qué penitencia?
– La de mis pecados.
– Ah, sí, bueno. Mira, haz un ramillete de margaritas silvestres y se lo colocas a los pies de la Virgen, le encantan las margaritas, ¿sabes?
– Ya no hay margaritas, padre.
– Pues geranios, coño, no pongas pegas.
En Ponferrada el tráfico de turismos era mínimo, los oficiales y los de gasógeno, no había problemas a la hora de estacionar el coche, por eso cuando William White aparcó su Humber frente a la fachada principal de El Dólar, pero rozando la aleta del Mercedes Benz 500K, emblema inequívoco de los alemanes que explotaban las Minas del Eje, me dio un vuelco el corazón, era otro el enfrentamiento previsto.
– ¿Sabe de quién es?
– Of course. Un buen auto, sí señor.
Seguía demostrando una gran admiración por los productos germánicos.
– Podríamos volver más tarde, a ver si se han ido.
– La puntualidad es la cortesía de los príncipes, José. Éste es un país neutral, no un campo de batalla, así que no te preocupes, aquí la única lucha es la de la libre competencia en una economía de mercado, de mercado negro, of course.
– También ha sido mala pata.
– Al contrario, si nos ven sin tomar precauciones no sospecharán la envergadura de la operación.
En la casa del camino de Carracedo habíamos tenido mucho tiempo para hablar de todo lo divino y lo humano, el Inglés era un tipo ecuánime y serio pero cordial, los sentimientos que me embargaban no es que fueran contradictorios como en la adolescencia, eran acumulativos y se agolpaban a una velocidad sorprendente, apenas podía reflexionar sobre el cauce que imponían a mi vida cuyo sentido último, mi norte magnético, era Olvido, en aquellas conversaciones quedó claro que yo ocuparía su lugar en ciertos menesteres de un plan general que para mí seguía siendo ininteligible, ya te irás enterando de lo que debas enterarte, la Pesquisa, por el mote nunca, Carmen, me instaló en una habitación amplia y soleada, una maravilla, la ventana daba al huerto y al gallinero, me sobraba el armario porque apenas tenía ropa y los estantes para libros porque no tenía ninguno, él sí parecía un hombre culto, de familia bien, el piano y la foto de Maude le evocaban recuerdos de Chester, hablaba de Chester con una nostalgia que incentivaba mi morbo, intuía algo un paso más allá de esa primera melancolía, para mi corazón romántico un amor imposible con otra mujer a la que jamás nombraba, en las cuestiones bélicas los temas se hacían más explícitos, los aliados iban a ganar y punto, aunque admiraba la capacidad técnica de los Fritz, les llamaba así a los alemanes y se sabía todos los chistes de Otto y Fritz, supongo que como disciplina de conocer al enemigo, no les concedía ninguna oportunidad, sólo les quedaba la baza remota de las bombas volantes, los cohetes esvásticos, las famosas V-l y V-2 con las que bombardeaban Londres desde el continente, pero no podrán terminar de perfeccionarlas, los aliados tienen que impedirlo, ¿tienen?, tenemos y en ese plural estamos incluidos tú y yo, vamos a comprar todo el wolfram del Bierzo, la uves necesitan el wolframio para que el acero de que están hechas resista las altas temperaturas de rozamiento en el aire, no sé qué haremos con el mineral, nosotros no sabemos aprovecharlo como los Krupp y los Thyssen, hoy por hoy los aceros más sofisticados del mundo, lo que daría la US Steel por su fórmula, pero lo importante es que no llegue a sus fábricas, a la rampa de Peenemünde, pagaremos el doble que ellos aunque sea para tirarlo al mar, para eso estábamos en El Dólar y por eso me inquietó la presencia del Mercedes.
– Recuerda lo que te he dicho del amigo Arias.
Entramos en el salón, recordaba lo que me había dicho sobre el legendario jugador de cartas, me lo sabía de memoria, y no pensaba en otra cosa, lo cual no me impidió observar con inquietud al no tan amigo Monssen, el alemán de las gafitas, solo, meditando frente a una botella de coñac, ¿cómo se lo habrá olido?, no provocará ningún disturbio, los europeos son la leche de educados, pero preferiría que ahuecara el ala, a ver cómo soporto yo al don José Carlos, recuerda, es un poco impertinente, le gusta provocar para estudiar las reacciones del contrario, cuenta con la mayor flota de camiones y la mejor estructura comercial del valle y le gusta evidenciarlo con cierta prepotencia ostentosa de nuevo rico, te tiene que aceptar como a mí mismo, sin asomo de duda, tú serás el enlace para peinar la zona, las sobras que se desprendan de Casayo, y se van a desprender unas pocas por toda la Cabrera por más que sean ellos quienes la dominen, y todo lo de la peña que se desliza por Cadafresnas, ¿te gusta viajar?, culo de mal asiento me llamaba Vitorina y la posibilidad de desplazarme hasta Vigo y contemplar el Atlántico me ilusionó, sí, también me ilusionaba deambular por la huerta de mi nuevo domicilio escuchando sus recomendaciones agrícolas, ¿por qué saben tanto los extranjeros?, consiguió unas pavías fuera de serie, crecían los árboles sobre una hierba espléndida, si me muero que me entierren aquí, le dije, y no le gustó nada la broma, a los muertos se los entierra en sagrado, unos melocotones amarillos de veta roja y pico de ave que decían comedme, no los dejaba ir muy arriba, sujetaba las ramas con unos contrapesos de hierro, si suben mucho se cargan y se pueden romper, limpias de musgo y una vez al año sulfatadas con cobre y cal, entre tan variados consejos uno de carácter íntimo económico, el futuro de esta tierra está en la agricultura, pase lo que pase, cuando acabe, no te dejes engañar con ningún espejismo, cíñete al campo, a los nuevos cultivos, el tabaco por ejemplo, a lo que se te ocurra, esta tierra responde si se la trata con cariño e inteligencia, le volvió la misma nostalgia que cuando hablaba de Chester y para mí que la morriña se la producía otra ciudad, otra mujer, un tipo reservado para lo suyo a pesar de tanta locuacidad, en casa tenía incluso una zona de prohibición, un cuarto diminuto, no podía entrar allí ni Carmen con la bayeta, en él guardaba una radio potente según deduje por la bujía que encontré en la basura y el tamaño de la antena, un buró con papeles personales, en la misma basura una carta con membrete de Mining and Metalurgical Club, 3, Wall Buildings, London E.C.2, en inglés como si estuviera en chino, y un picú con discos de música clásica, soporífera y bastante ruidosa, su trato diario, aquella mezcla de confianza y de lo privado prohibido, cargaba la batería de mi personalidad produciéndome una reconfortante sensación de ser alguien al menos dentro de mi propia piel, cosa que hasta entonces había puesto bastante en entredicho, podía llegar a ser alguien incluso frente a los demás, así es que al entrar en El Dólar le contesté con aplomo:
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