– Disculpa, no leo los periódicos.
– Pues no vuelvas a cruzarte en mi camino o publican tu esquela.
– Pide lo que quieras, invita la casa.
– En la peña te bajaré los humos, cuídate.
Salió del improvisado casino dejando tras de sí una larga estela de comentarios, me hubiera gustado saber lo que sintió bajo el influjo del absurdo, a través de los cristales de la calle vi una vez más a las chicas que me perseguían durante toda la tarde, salud, se acabaron los forcejeos, llegó la hora del tercer encuentro, de abandonar las miserias cotidianas y ascender a la gloria.
– ¡Olvido!
Abandonó el grupo de amigas entre las que camuflaba su impaciencia y corrió a mi encuentro.
– Ausencio, por fin.
– Tenía unas ganas de verte…
– Pues anda que yo. He soñado contigo.
– Mi vida.
– ¿Sabes qué he soñado?
– Lo mismo que yo. Que por fin nos veíamos a solas, éramos muy felices y paseando por el camino de Carracedo llegábamos a una casa, nuestro hogar, entrábamos dispuestos a…
– No sigas, no era así.
Me cogió de las manos y me dio un fugaz beso en la boca, para que te calles, supuse, la audacia del gesto me hizo feliz.
– Vamos a dar una vuelta.
– Sí, tengo que hablarte.
– ¿Y cuándo no tenemos necesidad de hablarnos? Yo siempre la tengo.
– Yo más, pero esto es tan, tan…
– Campanas.
Bromeé para disipar la nube que de repente oscureció el brillo de sus facciones, las pupilas seguían encendidas, pero en estado de alerta, y eso fue lo que más me preocupó.
– Tan difícil de explicar.
– Si es por el follón del Dólar no sé lo que te habrán contado, pero te prometo que no hice nada.
– No me engañes con otra o me muero de pena.
Tan triste que me preocupó de veras, hubiera preferido un airado o te mato, ofrecí garantías a la espera del problema.
– Jamás te engañaré, somos novios.
– ¿Lo somos?
– Y más.
– No sé si decírtelo.
– Tenemos que decírnoslo todo, ¿sabes?, jamás nos mentiremos.
– ¿Y si la verdad nos hace daño?
– Jamás nos mentiremos. Aunque nos hiera, la verdad nos hará fuertes, es nuestra ventaja sobre las personas formales y establecidas.
– Me siento tan infeliz…
Se le saltaron unas lágrimas hermosísimas, suspiró falta de ánimo y aliento, habíamos subido la cuesta de Pieros y ahora, entre viñedos, estábamos en el castro de la Ventosa con la feria a nuestros pies, lejana y cómplice, la estreché contra mi corazón y pensé que la vida no podría ofrecerme nada mejor que se le pasara el disgusto tan sólo. Bebí sus lágrimas.
– No me dejan salir contigo.
– ¿Quién, tu madre?
– Mi madre y el tío Ángel. Te lo prohibirá a ti también.
– Ya lo ha hecho.
– Entonces…
– Entonces nada, no tenemos por qué obedecer a nada que nos separe.
– Prometí no contárselo a nadie, es tan horroroso que estoy destrozada, tengo el alma en un puño.
– Don Ángel se cree un patriarca, pero no tiene ningún derecho sobre nosotros.
– Sobre mí sí. No es un patriarca… es mi padre.
– ¿Qué?
La sucia historia me explotó entre las manos, pero no estaba dispuesto a consentir que la porquería de los viejos nos salpicara, allá ellos con sus miserias, no iba a ser yo quien les recriminara, pero de eso a implicarnos en sus enredos mediaba un abismo que no saltarían a mi costa, me contó una historia, una más, que me sabía de memoria, una miserable tragedia, la misma que me hubiera contado mi madre de llegar a conocernos, viudo y en plena crisis, la prima con dificultades en su matrimonio, terminaron consolándose en la cama, podía haberse calzado un preservativo el muy estúpido, pero de lo de abajo nada, otra marca de fábrica, los calcetines de viaje eran pecado y el señorito andaluz, el innombrable, el malo, no quiso participar en la fiesta y se dio el bote, lógico, me indigné con el desvalido don Ángel, toda la paternidad responsable se le iba en remilgos hacia un expósito, el colmo de la desfachatez, pero no me hundiría, caminamos cogidos de la mano kilómetros de angustia y desahogo, pasamos bajo el tren de vagonetas de la fábrica de cemento de Toral de los Vados y me dispuse al contraataque definitivo.
– Te voy a enseñar la causa de mi sueño, el que te conté antes.
– No sé por qué no quiere que salgamos, a ti te estima mucho, habla muy bien de ti.
– Ya. Te reservará para casarte con algún viejo rico que te haga tan desgraciada como a tu madre.
– Dice que soy muy joven, pero la abuela se casó con quince años.
– Nadie nos separará, Olvido, confía en mí.
Instintivamente me palpé el bolsillo trasero en donde guardaba la Super Star, tu abandono a mi voluntad me dará la fuerza que necesito para confiar en mí mismo, tendrían que pasar por encima de varios cadáveres para separarnos, los dos nuestros serían los últimos, la vi tan frágil y delicada que me asombré de que ya no la hubiera roto la violencia, la miseria y el egoísmo circundante, una copa de vidrio vibrando al contacto de mis dedos, frágil y transparente, no guardaba ningún secreto para mí como yo no lo guardaba para ella, nos leíamos el pensamiento y eso que apenas si habíamos podido estar un par de veces a solas, nuestros amores se habían fundido en una aleación única, inédita e irreversible hasta que la muerte nos separe, Cristo, tan negro porvenir que siempre era más fácil pensar en la muerte que en la vida solidaria que ansiábamos, di un paso adelante en mi decisión, estábamos en la finca de mister White.
– Aquí es, pasa.
– No me atrevo.
– Éste será nuestro hogar.
– No me atrevo.
– Atrévete a pensarlo, lo haremos otro día, otro año, cuando quieras, cuando nos sea tan natural como el respirar.
– Mi padre, don Ángel, no sé ni cómo llamarle, nos cortará hasta la respiración.
– Que lo intente.
Sentí la enredadera del odio trepar por mi cuerpo, los viscosos anillos de una boa constrictor ahogándome en su abrazo, asqueroso reptil surgido de una madriguera oculta, sus cien patas rasgándome la ropa, la carne, y me costó un esfuerzo el no empuñar la pistola, acaricié la cabeza del formidable animal, por fortuna se trataba del perro de mister William White, de nombre Bum, él lo escribía Boom, lamiéndonos las manos como si nos conociera de siempre nos ofreció la hospitalidad que ansiábamos, nos regaló un plus de confianza en el azar, la suerte para quien la desafía, creció el valor de Olvido y me volvió a besar en la boca, por primera vez se conocieron nuestras lenguas.
Y el amor me aconseja la piel como una esencia untada, como un tacto que ignora su materia. La metamorfosis del animal se completó en el magnífico león alado de piel amarilla y melenas al viento, tratamos de abrazarlo, lo veíamos los dos, no era un espejismo, por entre nuestros unidos cuerpos, con un rugido de felicidad, saltó poderoso e invencible hacia el sol poniente, llovieron los pétalos rosas del crepúsculo sobre nuestras cabezas y una serena confianza se aposentó en nuestro ánimo.
La convocó en el piso de arriba, en la zona noble, en la sala de no uso, para tantear su estado de ánimo y para remachar la orden con cariñosa insistencia, Dositea se sentó en una de las mecedoras y la hija, por primera vez en su vida, en la otra, las mecedoras de no uso eran para los mayores, allí, meciéndose las miradas de la una en las de la otra, la madre trató de establecer contacto con Olvido, le resultaba tan difícil, suspiró.
– Debes comprender, mi matrimonio fue una farsa de conveniencias que fracasó rotundamente hasta en lo económico, tu padre… bueno, mi marido, fue un chisgarabís, un déspota que jamás me manifestó una chispa de ternura.
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