– ¿Le gusta jugar al football?
– Sólo al association football.
– ¿Hay más tipos de football?
– Sí-asintió Cook-. Está también el rugby football.
– Bien, me refiero al que se juega con los pies.
– Ambos se juegan con los pies, por eso se llaman football -dijo el inglés entre risas.
Afonso se quedó cortado.
– Pero ¿cuál es la diferencia entre ellos?
– El association football sólo autoriza a sujetar la pelota con las manos al goalkeeper, mientras que el rugby football permite que todos los jugadores cojan la pelota con la mano, aunque los goals se marquen con el pie.
– ¡ Ah! -entendió Afonso-. Entonces en Portugal sólo conocemos el association football.
– Justamente es el que me gusta a mí -exclamó el inglés-. Es menos violento, están prohibidos los empujones y también las obstrucciones, no es como el rugby football, más propio de energúmenos rústicos que de verdaderos gentlemen.
El capitán se dio cuenta de que los anfitriones no entendían la conversación y, diplomáticamente, refrenó su entusiasmo. Quería contar las aventuras de su infancia detrás de una pelota de trapo, los desvaríos de su juventud dando puntapiés a un canto rodado y hasta los grandes matches a los que asistió en Campo Pequeño, en las Salésias y en la Quinta da Feiteira, pero se contuvo.
Agnès aprovechó la oportunidad para dejar de lado el tema deportivo, que decididamente no le interesaba.
– Entonces usted está ahora con los portugueses -dijo, dirigiéndose al teniente inglés.
– Yes.
– ¿Y le gustan?
– Right ho! -asintió mirando a Afonso-. Son simpáticos, unos verdaderos jolly good fellows, y, además, no hay que olvidar que son nuestros más antiguos aliados.
– Son buenos soldados… -dijo la anfitriona, entre interrogativa y afirmativa.
La respuesta fue inesperada.
– Well, no exageremos.
– ¿No son buenos soldados?
– Mire, para que haya buenos soldados hace falta sobre todo que haya buena organización. Enséñeme un ejército bien organizado y yo le enseñaré buenos soldados. La organización produce disciplina, motivación y esprit de corps. Los portugueses son unos merry men, unos hombres relajados, tímidos y pacíficos, pero su organización, lamento decirlo, deja mucho que desear.
Afonso se mantuvo callado. Ya había conversado una vez con Cook en el comedor de los oficiales de la brigada sobre este tema y conocía sus poco diplomáticas opiniones, por lo que estas palabras no eran una novedad para él. El teniente inglés se expresaba con un candor apabullante, casi cruel, pero el capitán pensaba, en lo más íntimo, que lo que decía era verdad. En la fase de instrucción, Afonso había pasado una temporada en las trincheras inglesas y sabía cuán diferentes eran de las portuguesas en términos de organización, disciplina, higiene y trabajo.
– Los portugueses son desorganizados… -soltó Agnès, sonriente, como quien dice que no se trata de un pecado muy grande.
– Right ho! -confirmó Cook-. Son los campeones de la improvisación, y eso se puede pagar caro cuando se está en una guerra.
– Tal vez amen demasiado la vida y entiendan que hay cosas más interesantes que andar matándose los unos a los otros -aventuró la francesa, que miró a Afonso como alentándolo.
El portugués aprovechó la alusión.
– Quítennos el amor, el vino, nuestro pan, el chorizo y el sol, y nos quitan la alegría -observó con una sonrisa.
Era una oportunidad para cambiar de tema, lo que Agnès y Afonso deseaban ardientemente, pero el barón Redier no lo permitió.
– Deme un ejemplo de desorganización portuguesa -solicitó el barón al teniente inglés.
– La cuestión de la limpieza de las trincheras -respondió Cook casi de inmediato.
– ¿La limpieza?
– La limpieza. Este es un aspecto que parece irrelevante para definir un buen ejército y, no obstante, es de enorme importancia. Por las normas de higiene es posible descubrir los niveles de organización, disciplina y motivación de un ejército.
– ¿Las trincheras portuguesas son sucias? -preguntó el barón, con una mueca maliciosa.
– Las portuguesas y las francesas -se adelantó Cook para no dejar que el barón se burlase del capitán.
La mueca de Redier se deshizo y su rostro reveló un súbito rubor irritado que el teniente inglés ignoró. Si le hacían preguntas, respondía, y ¿qué culpa tenía él de que las respuestas no le agradasen a quien preguntaba?
– ¿Las francesas?
– Right ho! -confirmó Cook-. Después de visitar varias trincheras, aliadas y enemigas, mis amigos del Royal Flying Corps y yo ya hemos elaborado una lista de las más limpias, por orden decreciente. ¿Quiere saber cuáles son?
– Bien sûr.
– Very well -dijo el teniente, que adoptó el gesto de quien está haciendo un esfuerzo de memoria-. Los ases de la limpieza son los ingleses y los protestantes alemanes, especialmente los prusianos. Después vienen los galeses, los canadienses y los irlandeses protestantes. Los siguen los católicos irlandeses y los católicos alemanes, como los bávaros. A continuación, los escoceses, los franceses y los belgas. En el escalón más bajo están los hindúes. Después, los argelinos. Por último, los portugueses, los ases de la mugre.
Se hizo el silencio.
– Eso no es muy agradable -cortó Agnès, agobiada por el rumbo de la conversación y por los comentarios del teniente, que consideró desagradables e innecesarios.
– Me pidieron la verdad y la he dicho -repuso Cook, haciendo un gesto de impotencia-. El capitán Afonso ya conoce mis opiniones y, por lo que he podido captar de su reacción, creo que incluso está de acuerdo.
Afonso sintió que tenía que decir algo. Carraspeó, afinando las cuerdas vocales antes de hablar.
– Es un hecho que las trincheras portuguesas están lejos de ser un modelo -admitió-. Tenemos un problema con nuestro cuadro de oficiales que, en general, no cree en la participación de Portugal en esta guerra. Los hombres se están cansando, aún no se ha hecho roulement de las tropas y hay un gradual deterioro de la disciplina. Como consecuencia, por ejemplo, las letrinas no están convenientemente limpias y la basura se acumula en las trincheras. Además, no existe en Portugal el hábito de ducharse regularmente. La campaña de los higienistas, que se extendió por Europa en el siglo pasado, no ha llegado a nuestro país, donde se considera que el baño es un placer narcisista de mujeres ociosas y fútiles, casi un pecado. Hemos impuesto a nuestros soldados la obligación de una ducha semanal, pero a la mayoría le parece una exageración y muchos evitan el agua, consideran incluso que la suciedad es la mejor defensa contra las enfermedades, y para colmo, con el frío que hace y que no estamos habituados, los soldados huyen del baño como el demonio de la cruz. Es un problema que tenemos que resolver.
– Pero fíjate, Afonso, en que aún son peores vuestros oficiales -insistió el inglés-. Los soldados, por lo menos, muestran buena voluntad, pero los oficiales portugueses…
– Lo admito -coincidió el capitán-. Tenemos muchos oficiales disgustados por el esfuerzo de la guerra, son poco puntuales, no ejecutan inmediatamente las órdenes que reciben, se pasan la vida hablando mal de todo y les importa muy poco el bienestar de sus hombres. Con oficiales así, es francamente difícil motivar a los soldados.
– Para ser totalmente justo, hay otro problema que no has mencionado y que contribuye mucho a aumentar el problema -replicó el teniente Cook.
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