José Santos - La Amante Francesa

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Primera Guerra Mundial. El capitán del ejército portugués Afonso Brandão está al frente de la compañía de Brigada de Minho; lleva casi dos meses luchando en las trincheras, por lo que decide tomarse un descanso y alojarse en un castillo de Armentières, donde conoce a una baronesa. Entre ellos surge una atracción irresistible que pronto se verá puesta a prueba por el inexorable transcurrir de la guerra.

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– Mensonges?

– Yes -asintió-. Los poilus llaman a eso bourrage de crâne. Es como si los periódicos fuesen una fábrica de producir mentiras.

– Par exemple?

– ¡Oh, qué sé yo, tantas cosas! Mire, una vez estuve en Champagne durante una semana, probando un Farman en un aeródromo francés, y las cosas se presentaban tranquilas. Pues leí en los periódicos que allí había habido una poderosa ofensiva alemana que acabó interrumpida sin que el ejército francés hubiese retrocedido un solo metro. All lies. Otra vez ocurrió lo contrario. Con ocasión de la ofensiva de Somme, en la que daba la impresión de que el Infierno había bajado a la Tierra, los periódicos divulgaron la noticia de que todo estaba tranquilo en la zona del frente.

Agnès se quedó mirándolo, confundida.

– Bien -concedió-. Pero ¿no es verdad que los boches son crueles?

– I say -replicó Cook-. No más que nosotros. Si aparecemos frente a ellos, intentan matarnos, pero ¿no es eso, al fin y al cabo, lo que también les hacemos nosotros? Para ser totalmente honesto, yo diría que algunos son unos very decent chaps. Un amigo mío que está en los Royal Welch me contó que, durante una ofensiva desastrosa en el sector de Béthune, millares de hombres nuestros se quedaron caídos en la Tierra de Nadie, heridos y agonizando. Pues los boches, suspendido el ataque, no dispararon un solo tiro durante la noche, dejando que nuestros camilleros fuesen a buscar a todos los heridos y hasta a muchos muertos.

– No me diga que a usted le gustan los boches…

– Don't get me wrong -dijo Cook, sacudiendo la cabeza-. Si me enfrento con uno, me resulta más fácil liquidarlo que hacerlo prisionero.

– ¿En serio?

– Hacer prisioneros da mucho trabajo -explicó, haciendo una breve pausa para aspirar su Coronita-. Algunos oficiales no vacilan en dar órdenes tajantes para que no se hagan prisioneros.

– Y eso quiere decir…

– Matarlos on the spot, no darle tregua a nadie -aclaró el teniente, que echó el humo retenido en los pulmones.

– ¿Ustedes hacen eso?

– Right ho! -confirmó-. Si tenemos prisa o estamos especialmente furiosos porque han matado a un amigo nuestro, eso se da por añadidura. Pero debo decirle que, a este respecto, los peores son, de lejos, los canadienses y los australianos, que tienen fama de matar a todos los boches que se rinden. Con ellos no se juega.

– Mon Dieu!

C'est la guerre -concluyó Cook, utilizando la expresión entonces muy en boga siempre que se mencionaban las desgracias derivadas del conflicto.

Como ocurría cuando se hablaba de la guerra, la conversación se había adentrado en caminos desagradables. Afonso sintió que era necesario cambiar de rumbo. Por ello, aprovechó la pausa para intentar conocer a Agnès.

– Debe de ser difícil para una mujer bonita y encantadora como usted vivir en este rincón turbulento de Francia.

Agnès sonrió, complacida por el piropo.

C'est pas facile -dijo ella. Encaró a Afonso, sonrió seductoramente y añadió-: No obstante, a veces, tengo la satisfacción de conocer a unos oficiales très charmants que me dejan encantada.

El portugués casi se atragantó con el whisky, no se esperaba esa respuesta, las damas en Portugal solían ser más pasivas en el juego de la seducción. El capitán se quedó sin saber qué decir. Tragó en seco, muy sonrojado, y prosiguió sin acusar el impacto.

– Imagino que… con todos los soldados en la calle… no puede andar por ahí paseando a sus anchas. ¿Cómo consigue llenar su tiempo?

– Leo. Leo mucho.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué lee?

– Oh, un poco de todo. Stendhal, Balzac, Flaubert, Dumas, Daudet, Maupassant…

– ¿Y cuál le gusta más?

– No lo sé. Tal vez Dumas, me divierte.

Afonso dejó el vaso de whisky.

– A mí también me gusta leer.

– ¿Y qué lee en Portugal?

– Bien, no tenemos tanta variedad como ustedes en Francia, pero me agradan Eça de Queiroz y Julio Dinis.

– Yo ya he leído una novela portuguesa -comentó Cook.

– ¿Ah, sí? -se sorprendió Afonso-. ¿Y cuál?

– El guaraní.

¿El guaraní ? -preguntó el capitán, haciendo una mueca-. Nunca he oído hablar de ese libro. ¿Seguro que era ése el título?

– Sure. El autor se llama José de Alentar.

– Qué curioso, no lo conozco. ¿Dónde encontró el libro?

– En Brasil.

– Ah, no debe de ser portugués, sin duda se trata de un escritor brasileño. ¿Le gustó?

Well, no entendí algunas palabras -dijo, riéndose el inglés-. Pero creo que sí.

– ¿Era mejor o peor que las novelas inglesas?

– Era diferente.

– ¿Y qué se lee en Inglaterra? -quiso saber Agnès, con pocas ganas de volver al juego de las comparaciones-. ¿Charles Dickens?

– Sí, ése es nuestro autor más importante, después de Shakespeare. Pero hay otros.

– ¿Por ejemplo?

– Oh, tantos. Thackeray, las hermanas Brontë, Eliot, Trollope, Stevenson, Hardy, Kipling, Conrad…

– Pues de los autores ingleses sólo he leído aquella novela de Dickens que transcurre durante la Revolución francesa.

– A tale of two cities. ¿Le gustó?

Oui -dijo alegremente la francesa-. Lloré mucho al final.

– That's Dickens, ail right -coincidió Cook con sonrisa de conocedor.

– ¿Y cuál es el escritor que más le gusta?

– Creo que Stevenson, me agrada su sentido de la aventura, el gusto por lo exótico. Pero, mire usted, estoy leyendo ahora una novela que salió hace poco tiempo y que es muy buena, muy original, muy profunda.

– ¿De qué trata?

– El libro se llama Of human bondage. Es la historia de un hombre que se enamora ciegamente de una mujer, pero ella no quiere saber nada de él. Lo extraordinario en esta novela es que el lector entra en la cabeza del personaje y comienza a pensar como él, a entender sus sentimientos, a comprender sus reacciones, a anticipar sus movimientos. El lector se transforma en el personaje.

– Parece interesante -coincidió Agnès-. ¿Quién es el autor?

– Somerset Maugham. Es un escritor nuevo, yo mismo nunca había oído hablar de él.

– Pues fíjese, la novela que he comenzado ahora a leer es lo contrario, incluso me produce dolores de cabeza.

– ¿Y por qué?

– Porque la historia no avanza. Mon Dieu, da la impresión de que no tiene historia.

– ¿Y qué obra maestra es ésa?

À la recherche du temps perdu. Es un título que me parece adecuado, porque ya me siento buscando el tiempo que esa novela me hace perder. Fíjese que las primeras cincuenta páginas se dedican a una escena en la que el personaje se encuentra en la cama esperando que su madre vaya a darle el beso de las buenas noches. ¡Cincuenta páginas para eso!

Todos se rieron.

– ¿Y quién es el genio que ha escrito esa obra de arte?

– Marcel Proust.

– No irá muy lejos -sentenció Cook.

– No diga eso, el libro está extraordinariamente bien escrito.

– Pero ¿cuál es la historia?

– Ése es el problema, aún no he captado la historia -observó Agnès, pensativa-. Es cierto que voy aún por el principio, pero me parece que el personaje anda en busca de cosas de su memoria, de cosas perdidas en el tiempo, de ahí el título, posiblemente. Es algo extraño, pero me da la impresión de que, tal vez más que de historias, éste es un libro hecho de sensaciones, de impresiones, de olores, de sabores, de sonidos, de colores, de emociones, de afectos. Yo diría que es un gran fresco coloreado con nostalgia, momentos mágicos de la infancia, pequeñas cosas.

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