La relación con el dolor desvela quiénes somos en lo hondo. Con este libro pretendemos ofrecer una reflexión rigurosa y actualizada de la vivencia y el pensamiento sobre la enfermedad de santos importantes de nuestra tradición católica.
Queremos con ello acercar la santidad a una experiencia humana universal, a la experiencia de vulnerabilidad física, psicológica y social que supone el ser in-firmus. Muchos santos vivieron una existencia humana en un estado de enfermedad que les configuró y les marcó de modo hondo como una especie de «segunda naturaleza». No fueron simplemente espectadores, sino «pacientes» visitados por el dolor y la enfermedad.
La experiencia de muchos santos es que, cuando el cuerpo, la fuerza física y la salud no pueden ser la condición de la felicidad, queda más abierta la persona, por la fractura de la herida, para encontrar otros fundamentos. La enfermedad se convierte así en una tierra arada, con profundos surcos, para encontrar raíces más hondas de la existencia y del vivir. Las heridas abren un surco en la existencia que permite encontrar otra tierra firme en que asentar la existencia.
La enfermedad y el dolor han sido motor en la literatura de las obras de Baudelaire, Balzac, Kierkegaard, Proust o Cela. Integrada la fragilidad, es compatible con la fuerza creadora. Esto, creemos, también se ha podido dar en la vida de muchos santos «enfermos» que, en mitad del dolor, desarrollaron obras extraordinarias.
Los trabajos que presentamos parten de la experiencia de la enfermedad que la mayoría de los santos tuvieron y del contacto directo con el mundo de la enfermedad. Un objetivo prioritario es trasladar al lector una imagen del santo enfermo. Todo ello se hace basándose en una rigurosa documentación histórica y en los textos de los propios santos o sus principales biógrafos.
Detrás, por supuesto, está el objetivo de pensar más hondamente una espiritualidad como fuente de salud (más allá de visiones dulzonas, baratas y superficiales). Dios es la verdadera y definitiva salud, y nuestra tarea es sanar toda la realidad. Esto es lo que hacen muchos de estos locos de Dios que son los santos tras haber vivido la enfermedad.
BASILIO DE CESAREA:
LA ENFERMEDAD EN TIEMPOS DE LAMENTACIÓN
ALEXANDRE FREIRE DUARTE
Facultad de Teología
Universidad Católica Portuguesa (Oporto)
La vida es breve;
el conocimiento, extenso;
la oportunidad, fugaz;
la experiencia, difícil;
la decisión, penosa 1.
HIPÓCRATES, Aforismos I, 1
1. Introducción
En abril de 2017 estaba terminando un ensayo que culminaba en una reflexión de los Padres de la Iglesia sobre la eutanasia cuando me pregunté si ellos habrían dicho lo que dijeron acerca de la enfermedad, del sufrimiento y de cómo encarar la muerte si hubieran sufrido –y sufrido atrozmente– antes de escribir lo que escribieron sobre tales temas. En esa ocasión no imaginaba que, pocos meses después, sería invitado a escribir sobre cómo un Padre de la Iglesia había vivido su sufrimiento, pero fue justamente eso lo que sucedió.
Una vez formulada esa invitación, tuve que pensar, en un breve período de tiempo, qué Padre de la Iglesia sería el más adecuado para abordar el tratamiento de aquel tema. Varios factores tuvieron que ser tenidos en cuenta, pero lo más importante fue, inmediatamente, pensar en cuáles fueron los Padres de la Iglesia que dejaron datos sobre sus propias enfermedades y, de un modo directo o indirecto, el modo en que las vivieron y valoraron.
Pensando sobre eso en medio de otras actividades, mi elección acabó por recaer en Basilio de Cesarea. Y eso no solo porque él mismo se enmarcaba en el perfil antes descrito, sino porque además había tenido un papel relevante en la relación entre enfermedades y terapias y había sido responsable del surgimiento de aquello que, con toda propiedad, puede ser considerado como el primer espacio semejante al que en los días de hoy denominamos como «hospital».
2. Moldura biográfica
La vida de Basilio de Cesarea, aunque tenga todavía aspectos que para nosotros son ignorados, es de sobra conocida, por lo que, en el contexto de un estudio como el presente, solo recordaremos los elementos más destacados de la misma que puedan haber contribuido más al tema de este estudio.
Nacido entre el 329 y el 330 –de acuerdo con la opinión generalizada– en la ciudad de Cesarea de Capadocia (cf. Epistolae 78) 2, según su designación latina –aunque el término patris aquí usado también puede referirse a otra Cesarea: Neocesarea del Ponto. Basilio fue el primero de nueve hermanos que nacieron en el seno de una familia aristocrática, docta y cristiana. Después de haber sido criado y educado privadamente por una matrona y por su abuela, Macrina la Vieja –en Annesis (cf. Epistolae 223)–, desde el nacimiento mostró una «salud endeble» 3. Como señala su hermano Gregorio de Nisa, poco después fue «atrapado por una enfermedad mortal» 4. Basilio realiza diferentes estudios en distintas ciudades. Entre estas, algunas eran genuinamente notables por la calidad de enseñanza que prestaban, como Constantinopla, donde conoce al renombrado sofista Libanio de Antioquía, y Atenas, donde estudia con Proaresio de Cesarea e Himerio de Atenas en medio de un ambiente cosmopolita 5. Fue una época intelectual y espiritualmente fecunda, sin duda, aunque más tarde él mismo diga injustamente que fue perder tiempo adquirir los saberes de una sabiduría que Dios había declarado como una locura (cf. Epistolae 223, y, después, 1 Cor 1,19-20). Pero también fue una época entristecedora por haber tenido los primeros contactos con lo que, más tarde y después de muchos otros viajes que hizo, Basilio describió como «la enorme y excesiva discordancia entre muchos hombres, sea en sus relaciones entre sí, sea en sus perspectivas acerca de la Escritura divina» 6.
Después de esta formación y durante un breve tiempo, entre el 355 y el 356, nuestro autor se entrega a impartir clases de retórica en su ciudad natal. Tal experiencia laboral, siempre vivida bajo la duda de si debía abrazar la vida ascética, ya seguida por algunos familiares suyos (cf. Epistolae 223), no habrá sido plenamente satisfactoria. De ese modo, se adhiere con una redoblada convicción al cristianismo, siendo bautizado y hecho lector. Posteriormente, hace un periplo por los más importantes lugares del movimiento ascético oriental de entonces 7. Tuvo que quedarse un tiempo en Alejandría «debido a una enfermedad (o por salud débil y agotamiento)» 8. Un periplo llevado a cabo, en gran parte, en la compañía de un cierto Eustaquio, cuya identidad todavía genera incertidumbres hoy, pero que Frederick Norris, basándose en lo que se encuentra en la Epistola 1, simplemente identifica como «Eustaquio el filósofo» 9. Como desde Justino de Siquén el término «filosofía» se aplicaba, en el contexto cristiano, al ascetismo evangélico 10, no nos repugna considerar que fuera Eustaquio de Sebaste.
Por influencia de este último, verdaderamente relevante para conocer la historia del monacato en Capadocia 11, nuestro pastor se entrega a un corto período de vivencia ascética en Annesis, en el Ponto 12. Corto, pero solo desde el punto de vista cronológico –alrededor de cinco años–, porque fue cualitativamente intenso, habiendo llegado a niveles de rigor tales que llevaron a su hermano Gregorio de Nisa a decir que él «golpeaba hasta la sumisión y torturaba su cuerpo servil como un señor enfadado que no da descanso a un esclavo» 13. Estos rigores dejarán en nuestro autor secuelas para el resto de su vida. Una vida en el curso de la cual –conviene anotar– nunca dejó de entregarse a un comprometido ascetismo, hasta el punto de haber sido común no tener carne en su mesa, incluso cuando ya era obispo (cf. Epistolae 41).
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