Basilio tiene extremo cuidado de referir que no todos los padecimientos deben ser curados mediante el recurso a la medicina, sobre todo porque no siempre provienen de causas naturales, frente a las cuales «vemos que a veces es útil el uso de los medicamentos» (Regulae fusius 55,3). Esto es muy importante para nuestros días, en los que tan fácilmente una desolación espiritual acaba enmascarada por un tratamiento psicológico o incluso psiquiátrico. En realidad, algunos padecimientos pueden ser tan solo advertencias para que el sujeto reconozca que debe arrepentirse, pues, cuando esto sucede, aquellos desaparecen por sí solos (cf. Regulae fusius 55,4). En última instancia, para Basilio, la salud y sobre todo la enfermedad pueden, y hasta deben, ser entendidas como una posibilidad, pedagógica y terapéutica (cf. Maalouf), de crecimiento y de «dirección espiritual» 48en la senda de una continua alabanza, glorificación y servicio amoroso de Dios.
4. Palabras finales
Ante el escenario descrito hay algo que no puede dejar de sorprendernos y admirarnos. Para evitar alguna exageración derivada de nuestra subjetividad personal, dejaremos, en un primer momento, que sean otros los que lo manifiesten, reservando nuestro dictamen para un ulterior momento.
Las casi continuas referencias a sus padecimientos e incapacidades, sus innumerables e intrépidas realizaciones pastorales, organizativas y, particularmente, literarias, surgen como un ejemplo notable de cómo fue posible a nuestro pastor integrar, a su manera, la enfermedad y las enfermedades. Y tal hecho hace que Philip Rousseau diga, con un toque de ironía, que «apetece decir que las constantes referencias de Basilio a sus propias enfermedades hacen sorprendente que él haya escrito lo que sea» 49. En un tono más ponderado, grave y laudatorio, el ya vetusto A Dictionary of Christian Biography –editado por William Smith y Henry Wace– refiere que «raramente un espíritu de una tan indomable actividad residió en una moldura tan débil, y, triunfando sobre su debilidad, hace de él el instrumento de tan vigorosa labor para Cristo y su Iglesia» 50. Conceptos y terminología antropológica aparte, solo podemos decir que estamos en sintonía con esta última apreciación.
Pero la verdad es que el carácter de una persona también se forma de este modo, y no es menos cierto que quien está frecuentemente enfermo o es enfermo crónico acaba por poder conocer y valorar mucho la ciencia médica. Cuando me preparaba para mi doctorado tuve que leer algunas obras francesas del siglo XVIII que se hacían eco del gran debate del siglo anterior sobre el tema del pur amour. Una de ellas fue Mémoires pour servir à l’histoire ecclésiastique des six premiers siècles, de Lenain de Tillemont, que, durante la realización de este presente estudio, regresó a mi memoria por algo que decía lúcidamente acerca de nuestro autor. En la primera parte del tomo IX de aquella obra, que no por tener casi trescientos años deja de ser valiosa, este autor corrobora nuestra opinión cuando afirma:
Sus enfermedades y los remedios que él [Basilio] tuvo que usar han hecho que necesitara la medicina, que es fruto de la filosofía y del trabajo. Habiendo comenzado por ahí, él se hizo conocedor de este arte: es decir, de la parte de la medicina que no tiene por objeto las cosas palpables, terrenas y visibles, sino que consiste en la especulación y en el conocimiento de sus principios 51.
Estas palabras son una transcripción casi literal de una parte de la homilía fúnebre dedicada a Basilio por Gregorio de Nacianzo 52. Su particular constitución débil, que él nunca dejó de experimentar y quizá de fomentar con sus inmoderados esfuerzos ascéticos, ciertamente contribuyeron a que –ya desde sus años de joven estudiante en Atenas, y más aún después del contacto con distintos médicos– Basilio se convirtiera en más que un mero aprendiz de la medicina. Esto se nota, por ejemplo, en el modo de referirse, teológicamente o no, a las cuestiones que le preocupaban y exigían su atención, las cuales le revelan como poseyendo una considerable sintonía entre el registro escrito privado y el público y, más importante aún, entre aquellos registros y lo que él vivió.
Conocer a nuestro autor en su poliédrica personalidad de enfermo, y enfermo grave, supone llenar los pulmones de autenticidad. Es contactar con un santo de «carne y hueso» que vivió sus padecimientos no como un héroe de cualquier blockbuster de verano, sino solo como un simple ser humano. Un ser humano repleto del Espíritu de Cristo Jesús, ciertamente, pero, por eso mismo, solo un ser humano con sus enfermedades: con quejas, desahogos, actitudes incómodas, constreñimiento y descontentos, incapacidades, preocupación por los enfermos, abatimientos, astucias y ardides a veces pueriles, deseoso de comprensión y de atención, y también, por el contrario, con alegría genuina por la salud de los demás. Y todo esto metamorfoseado desde el misterioso pero veraz don de la enfermedad natural, en un fruto espiritual para los demás, pero también para sí, aunque de modo indirecto.
Es evidente que nos es difícil, muy difícil, imaginar lo que era tolerar la enfermedad en las condiciones personales y médicas en que vivió Basilio de Cesarea. Sin embargo, con Basilio sentimos que estamos ante un hermano que, excepto en sus cualidades espirituales, puede no haber desentonado mucho de nosotros en el modo de ser enfermo; un hermano sin santidad de fragilidad forzada ni de resignación disfrazada que, sabemos ahora, escribió lo que escribió también habiendo sufrido mucho, especialmente de forma física. En suma, Basilio es alguien con quien nos sentiremos cómodos al conversar cuando estemos atravesando períodos de intensa enfermedad. También por eso y para nosotros él pasó a merecer, aún más, ser llamado «Magno».
Bibliografía
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–, Homiliae, PG 31,163A-617B.
–, Homiliae in Hexaemeron, PG 29,4A-208C.
–, Regulae brevius tractatae, PG 31,1052D-1320A.
–, Regulae fusius tractatae, PG 31,889A-1052C.
GREGORIO DE NACIANZO, Epistolae, PG 37,21A-388B.
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