Juan Berterretche - El Comisario Va En Coche Al Muere

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El Comisario Va En Coche Al Muere: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato.
La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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El sitio se encuentra casi en la cumbre del Cerro y desde él se domina un espléndido panorama, toda la villa, la bahía y la ciudad en la otra margen.

Es un lugar despoblado, apacible, donde la vista es naturalmente atraída por las grandes distancias que pueden abarcarse.

Pasado el mediodía, la señora Lola de Vargas cosía junto a una ventana desde donde dominaba todo el paraje. Era la única ocupante de la pobre vivienda de la calle Cuba.

En las inmediaciones del Bar La Cumbre, sólo daba señales de vida el lechero José Vicente Herró, que habiendo dejado su jardinera detenida sobre Batlle y Ordóñez, se entretenía mirando un partido de fútbol que a lo lejos jugaban unos gurises, de espaldas al sendero.

A la una y cuarenta de la tarde la señora de Vargas vio que llegaba un taxímetro que se detuvo unos cien metros antes del bar, pasando la desembocadura de la senda. De él descendió un hombre que llevaba un objeto largo envuelto en diarios y se dirigió a la margen izquierda del estrecho sendero, casi donde éste tomaba contacto con Holanda. Allí se detuvo, situándose detrás de una gran maceta de portland clavada en la tierra. El lugar permitía una vista óptima de cualquier vehículo que se aproximara desde el barrio Casabó.

Dos hombres más salieron del taxímetro. Uno se dirigió hacia Batlle y Ordóñez frente a la salida del atajo y se puso a leer un diario. El otro fue a hacer compañía al primero, llevando otro bulto similar en sus manos.

Ambos parecían mirar el panorama.

El taxi que había quedado apuntando hacia la fortaleza, giró y puso su espolón hacia la bajada. El resplandor del sol obligaba a entrecerrar los ojos. La superficie de la bahía impresionaba como si se estuviera frente a algo más consistente que el agua. Acaso, la nata que se forma en la pintura, con sus mismos reflejos opacados.

A la una y cuarenta y cinco, el camioncito Ford llegaba a la senda y antes de enfilarla disminuía la velocidad. En él, además del pagador Martínez Anzuain, viajaban en la cabina el chofer Natalio Ursi y el sereno del Frigorífico Nacional.

De pronto, la señora que cosía y el lechero que contemplaba el improvisado partido, se sobresaltaron. Acababa de sonar una detonación, a la que siguieron muchas otras. Los hombres apostados junto a la maceta hacían fuego con sendos Winchesters sobre el camión, mientras el que estaba parado en la avenida disparaba con un arma corta que empuñaba con el brazo extendido.

En medio de esa trampa de fuego, el vehículo comenzó a dar tumbos por el atajo hasta que, ya privado de dirección, se fue contra un árbol a la orilla del camino.

Mientras, el taxímetro se acercaba lentamente al tiroteo.

Un enorme proyectil calibre 44 había sido enviado con tal puntería que luego de horadar el cristal del parabrisas penetró por el ojo derecho del infortunado conductor y quedó alojado en la nuca. Fue en ese momento que éste largó el volante, pero cuando el camión se detuvo contra el árbol, aún pudo abrir la portezuela y salir del coche. Apenas pudo llegar junto a la rueda trasera, donde se desplomó. Con la cabeza afirmada al guardafango, arrodillado junto a su coche, expiró.

En el asiento central, quedó tendido el sereno, con cinco heridas de bala de grueso calibre.

Uno de los pasajeros había resultado ileso. El pagador, al iniciarse el tiroteo, se arrojó al suelo de la cabina acurrucándose contra la barra del volante y tuvo la inmensa suerte de que no lo alcanzara ningún proyectil.

Cuando los asaltantes se convencieron que no había resistencia en el camión, se acercaron. Uno de ellos, que vestía traje marrón, se asomó a la parte delantera y gritó al pagador que le entregara las valijas. Lo que hizo, sin oponer resistencia alguna.

El hombre se apoderó de las maletas, pero antes de retirarse advirtió que Lazcano, herido de muerte, aún empuñaba un gran revólver Elefante. Se lo arrancó de la mano y lo arrojó cargado e intacto a unos cuantos metros de distancia, donde fue encontrado más tarde por la policía.

Mientras la señora de Vargas prorrumpía en gritos y el lechero se disponía a subir a su jardinera, el dueño del Bar La Cumbre vio cómo el taxi se alejaba por Cuba, tomaba Carlos María Ramírez, pasaba el puente del Pantanoso y se perdía de vista en una lejana subida próxima a Belvedere.

El taxi fue abandonado minutos después de las dos de la tarde, en Foch y Trápani, en el barrio 25 de Agosto, a orillas del arroyo Miguelete.

Era un Hudson, propiedad del chofer Ángel Lago, con parada en Domingo Aramburú y General Flores. En él quedó la valija del dinero con mil doscientos pesos olvidados en el apresuramiento, la bolsa de correspondencia y una cesta con comida. El medidor, aun en marcha, marcaba quince pesos con cuarenta.

El botín ascendía, entonces, a nueve mil trescientos pesos. Al día siguiente la policía salió a hacer allanamientos al boleo. Detuvo a Pura Ruíz, compañera de Morelli, a Isabel Fernández, a Miguel Ramos García y a José y Virgilio Giménez, guardas de ómnibus sindicados como “catalanes y anarquistas”.

A Ramos García y José Giménez, la policía argentina los daba con antecedentes como peligrosos.

En otra finca a tres cuadras de donde fue abandonado el taxi, fueron detenidos Luis Alberto Varela, uruguayo, y Miguel Arcelles y Fernando Ceballos, peruanos expulsados de Argentina.

En los días siguientes José Giménez es reconocido por un menor y otras personas que estaban cerca del lugar del asalto.

El sábado catorce de noviembre, dos cazadores tiraban con Montecristo a los pájaros, en los fondos de una finca de los jesuitas que daba a Propios entre Instrucciones y Coronel Raíz. Al tratar de recuperar una presa que había caído hacia la quinta de la orden, encontraron una caja envuelta en diarios que contenía los dos Winchesters modelo 92, usados en el asalto.

Ese mismo día el Juez González Mourigan ordenó la libertad de casi todos los detenidos, quedando sólo José Giménez y Miguel Arcelles.

Virgilio Giménez, al salir libre, se preocupó en aclarar que no eran catalanes sino de Castilla.

El lunes dieciséis de noviembre, quedan libres los dos únicos detenidos.

“Yo, que estoy enfermo y padezco de asma que me ataca violentamente en estos casos, he pasado muy malos días y malas noches en Investigaciones, ante los continuos interrogatorios y los frecuentes reconocimientos”, se queja José Giménez al tomar contacto con la prensa.

Nuevos allanamientos y detenciones sin ningún resultado. Sorpresivamente, el tres de diciembre se informa que son encarcelados y procesados José Giménez y Miguel Arcelles como presuntos asaltantes y Miguel Ramos García como encubridor.

El Juez González Mourigan, escudándose en el secreto del sumario, no informa a la prensa las razones o pruebas del procesamiento.

El Jefe de Investigaciones, para esa fecha José Pascasio Casas, también se niega a aportar datos o pruebas.

Se limitan a decir que Miguel Ramos García era ácrata y ex compañero de Severino Di Giovanni.

Mientras se realizaba esta investigación, se hace una elección para diputados y gobiernos departamentales donde participa sólo el quince por ciento de la población. Ganan los colorados por menos de veinte mil votos. Los comunistas, con más de seis mil sufragios, eligen dos diputados: Eugenio Gómez y Lazarraga.

El año 1931 termina con gran preocupación para el gobierno por la rebaja del treinta por ciento con que los frigoríficos están pagando a los productores. A mediados de diciembre se efectúa en Montevideo una conferencia económica entre Uruguay, Argentina y Brasil, con un único tema: “Defensa de la producción ganadera”.

Los montevideanos, por su parte, están seducidos por un novedoso espectáculo. El sábado anterior a navidad el Circo Holdem inicia sus funciones en 18 de Julio y Río Negro.

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