Los hombres se retiraron molestos y el comisario lamentó no contar con el coche policial en la puerta para seguirlos.
* * *
El automóvil de Baldomir, seguido del Ford Faeton con la capota baja, entró a 18 de Julio desde la Plaza Independencia.
Por las aceras de la transformada avenida, las montevideanas tenían un aspecto más moderno. De falda breve y entallada, con los ojos sombreados de rimmel y las boquitas pintadas, marchaban solas, libres, desenvueltas, con un cierto aire de pillete por las cortas melenas. En la vestimenta masculina se notaba el triunfo del cuello de lancha ante los de celuloide o palomita y la difusión de los ranchos paja o pajillas como se los llamaba vulgarmente. A esa hora en que las empleadas y empleados de comercios hacen descanso de mediodía, un perro ovejero alemán, tirando de un carrito, paseaba un enorme cocinero de papier-maché, vestido de blanco, como propaganda del Ciudad Hotel, que atendía en Paraguay 18 de Julio.
En la esquina del London Paris, una especie de muñeco todo rojo, encaperuzado, inmóvil y con voz de altoparlante radiofónico, emitía anuncios, en tonos diversos, sugestivamente combinados. El autómata callejero no era otra cosa que un ingenioso disfraz bajo el cual Julio Palolito -un antiguo trapecista del circo Podestá- se ganaba la vida en tiempos difíciles.
La publicidad, a la que el cine sugería nuevas posibilidades, hacía los primeros intentos de salir de la imagen estática de los carteles y avisos.
Los dos coches siguieron su trayecto entre el trajín y las frivolidades de la principal calle de esa Montevideo veraniega, el de adelante con dos pasajeros circunspectos que intercambiaban ideas sobre una investigación difícil para quien, como el comisario Pardeiro, estaba acostumbrado al delito llano, elemental. El de atrás conducido por un hombre ajeno a toda la trama pero impulsado por la fatalidad del lugar y el momento impropio.
Cruzaron la Plaza Cagancha, que aún mantenía sus hermosas escalinatas curvas que conducían al inicio de la calle Rondeau, sin que ninguno de los dos pasajeros pusiera una atención especial en los grandes edificios que la rodeaban; la austera construcción del Consejo de Administración Departamental, la sede del Ateneo y el Palacio Piria.
Aquel viaje rutinario continuó entre los toldos de los comercios que casi techaban totalmente las veredas de 18 de Julio, refrescando el paseo de los transeúntes en el agobiante mediodía de febrero.
Los coches dejaron atrás al monumento al Gaucho, haciendo la pequeña curva que quiebra la rectitud de la gran avenida y alcanzaron la Plaza Artola.
Desde allí el tránsito se hacía más liviano, pero por causa del carnaval se embarullaba algo en las esquinas de Arenal Grande y de Municipio, donde se levantaban tablados.
En minutos llegaron a Bulevar Artigas. El coche de Baldomir se detuvo frente al Hospital Italiano para que descendiera Pardeiro. El trayecto común había terminado; el Capitán de Puertos vivía en Pocitos. El comisario caminó unos pasos y subió a su automóvil que lo esperaba con el motor en marcha. Se acomodó en el lado izquierdo de la parte trasera, mientras introducía una mano en el bolsillo de su saco para retirar un sobre que le preocupaba.
El Ford conducido por Seluja tomó por Bulevar, hacia el norte. En las seis cuadras que lo separaban de la vía que interrumpía Bulevar por la esquina de Pagola, fue leyendo detenidamente esa carta que seguiría en sus manos en el momento decisivo de la celada.
Al acercarse al paso a nivel, Seluja disminuyó la velocidad para cruzar las vías y poder tomar Monte Caseros.
* * *
Tres hombres esperaban del otro lado. Se incorporaron rápidamente de la zanja que bordeaba el muro de ladrillos del Deportivo Juventud donde aguardaban.
Un gran cartel que anunciaba Zapatillas-Alpargatas estaba pintado en la parte superior del muro para captar las miradas de los que cruzaban el paso a nivel.
– Ese es el coche, ahí viene Pardeiro!
– Ma, ¿estamo seguro?
– Sí, sí, es él!
Eran la una y media y Regina Aurucci, esposa del comisario, tenía todo pronto para el almuerzo.
* * *
La línea ferroviaria que cruzaba Bulevar Artigas, a la altura de Monte Caseros, pertenecía al Ferrocarril Uruguayo del Este. Se había inaugurado en 1878 con catorce quilómetros de vías y destino a Manga. Su estación principal, Cordón, estaba en un predio que luego ocupó la Barraca Azpitarte, frente al Palacio Gastón Güelfi.
Pero el comienzo de la vía era frente a la Estación General Artigas en AFE. Desde allí a la estación Cordón el tren fue en sus primeros tiempos a paso de peatón, precedido por un escampavías a caballo que portaba una bandera roja para alertar a los demás vehículos. La cruzaba Agraciada a la altura de la calle La Paz. Desde la estación Cordón, el tren adquiría su velocidad efectiva, pasando por debajo de los tres puentes en las calles Yaro, Sierra y Arenal Grande. De ahí en adelante pasaba por callejones que cruzaban trasversalmente las manzanas. Antes de llegar a Bulevar su recorrido pasaba por donde hoy está el Club El Tanque Sisley y aún existe la senda en la manzana limitada por Miguelete, Nicaragua, Duvimioso y Acevedo Díaz que indica con claridad el trayecto que tenía línea.
Luego de cruzar Bulevar la vía continuaba por la vereda sur de Monte Caseros.
* * *
En el patio de casa teníamos grafiones, nísperos, naranjas, limas, guindas, damascos y una higuera inmensa al fondo. Desde la casa hasta el gallinero un parral cubría la vereda de baldosas que atravesaba el patio.
Mi padre tenía una madera muy gruesa que colgaba de la higuera y que usaba como blanco. Se entrenaba todos los días. Tenía dos 38” y una automática y tiraba con las tres armas. Usaba las tres por el recalentamiento del caño. Mientras se enfriaba una seguía tirando con otra. Hacía entre treinta y cuarenta disparos diarios pa ra estar en forma. Y te digo que lo he visto pegar a una moneda de sde una distancia de veinte metros.
Papá no tuvo tiempo de sacar el arma, fue una cosa tan sorpresiva y estaba descuidado porque iba leyendo una carta. Era muy rápido, tenía una puntería tremenda. Si hubiera estado alerta, quien sabe q ue hubiera pasado. Han dicho que justo ese día iba sin custodia, pero eso no es verdad. Papá jamás llevaba escolta. Se desplazaba con un chofer, pero nunca iba acompañado de guardaespaldas.
El pobre Seluja era un hombre nuevo en la policía, sin ninguna experiencia, incapaz de reaccionar frente a una situación inesperada.
Por eso yo reclamé que estuviera su nombre en la placa que se puso en conmemoración del asesinato de mi padre
No querían poner a Seluja, querían homenajear solamente a papá. Eso me pareció una injusticia. Finalmente por iniciativa del edil Guedes, se hizo ese pequeño monumento conmemorativo de ladrillos, con una placa de mármol negro que está en la plazuela de Monte Caseros y Bulevar. Es lamentable que no se haya hecho ni un modesto cantero de flores a su alrededor. Pero bueno, por lo menos el nombre de Seluja no quedó afuera. [21]
* * *
El paso sobre la vía obligaba a los coches que rodaban hacia el norte a desviarse hacia la izquierda, pues estaba sobre el último tramo de la calle Pagola. Para retomar Bulevar o dirigirse hacia Monte Caseros era necesario realizar una amplia curva, en un ángulo de noventa grados, lo que significaba poner el coche a la velocidad de un peatón.
El lugar había sido inteligentemente escogido para la emboscada. El Ford del comisario pasó lentamente sobre las vías y giró a la derecha para alcanzar el inicio de Monte Caseros.
Читать дальше