Juan Berterretche - El Comisario Va En Coche Al Muere

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El Comisario Va En Coche Al Muere: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato.
La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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La atracción principal es el momento en que la pista, por obra dos torrentes de agua, se transforma en un hermoso lago, en cuestión de tres minutos. En él navega un crucero, el Capitán Miranda, góndolas y canoas. Un gran puente atraviesa el lago, donde pueden verse marinos, marineros, bañistas, golondrinas, patos y una serie de escenas de gran hilaridad.

El paso a nivel

A media mañana el puerto detuvo su trajín para admirar las maniobras de partida del Savanora. El inmenso yate -con la fisonomía de un pequeño transatlántico, que necesitaba setenta y tres tripulantes para navegar- había atracado el día anterior en el antepuerto para que sus únicos tres pasajeros, el millonario Edward Moore, dueño de la nave y dos amigos, dieran un paseo por la ciudad.

Desde algo después de las ocho y treinta, el comisario Luis Pardeiro trabajaba en la investigación sobre irregularidades en la Aduana, en un local de esta dependencia.

Desde que se había iniciado la investigación, el chofer Edgardo Gariboni iba a buscar al comisario a su domicilio a las ocho. Media hora más tarde llegaban a la Aduana, donde siempre estaban de servicio dos empleados de Investigaciones. Últimamente, después de terminada la investigación en los depósitos, el comisario trabajaba en el local donde estaban instaladas las oficinas de la Dirección, frente al edificio nuevo. La oficina en que actuaba Pardeiro estaba en un piso superior, y por una ventana que daba a la explanada los dos policías y el chofer lo veían trabajar. Por la misma ventana muchas veces el comisario les ordenó discretamente que siguieran a algunas personas de las que declaraban.

Por lo general salía de la oficina a las doce y en los primeros tiempos se iba para su domicilio. Pero últimamente al mediodía se dirigía a la Capitanía del puerto y permanecía allí una hora o más. Cuando necesitaba quedarse más tiempo mandaba buscar relevo para el chofer.

Generalmente, salía de allí con el Capitán de Puertos, Carlos Baldomir -hermano del Jefe de Policía Alfredo Baldomir- y viajaban juntos en uno de los coches hasta Bulevar Artigas y Dante, donde se separaban.

Ese día, Pardeiro repitió la rutina con el Capitán de Puertos, y abordaron el coche de éste último.

El chofer del comisario vio cómo partía el automóvil con los dos hombres y puso en movimiento su Faeton para seguirlos a una distancia prudente.

Era el veinticuatro de febrero de 1932 y en la información internacional de la prensa matutina, se destacaban las secuelas de la ocupación japonesa de Shanghai: los perros y los cuervos se habían posesionado de la ciudad en un festín con los cadáveres insepultos…

Hace ya un mes o más, un día que no recuerdo bien, variamos el recorrido habitual. A poco de salir de la Aduana, el comisario me pidió, nervioso, que me fijara si venía algún auto siguiéndonos. Comprobé que no venía ninguno y así se lo dije, pero él insistió y me indicó un recorrido diferente. Fuimos hasta Podios y desde allí a su domicilio dando un enorme rodeo. No sé la causa de esa inquietud, pero él se mostraba últimamente muy receloso y recuerdo bien que ese día llevaba el revólver al lado suyo, sobre el asiento del coche

Desde este episodio yo noté que el comisario no estaba tranquilo, de tal modo que una vez me dijo que si estando en la Aduana alguien le llevaba la carga y yo lo veía le metiera bala. Lo mismo me ordenó hacer si en nuestro camino se atravesaba intencionalmente un coche. [19]

Estas eran las declaraciones que hacía para El Ideal, el chofer habitual de Pardeiro, Edgardo Gariboni.

El Comisario le había dicho algo similar al chofer Luis Palermo, que hasta quince días antes del atentado estaba a sus órdenes : “si nos atacan, agarre el revólver y defiéndase, tire sin asco que vamos a ganar nosotros”. El fatal veinticuatro de febrero, Gariboni, apenas una hora antes de la señalada para entrar al servicio, dio parte de enfermo. Cuando el comisario Scangiogio iba a designar otro chofer, que había cumplido su guardia de veinticuatro horas, llegó al garaje policial José Chebel Seluja Cecin, un libanés de treinta y cinco años, con sólo tres meses de antigüedad en la policía.

Seluja se presentó al garaje con una solicitud de licencia que pretendía tomarse unos días después, y cuando se planteó la necesidad de sustituir a Gariboni, dijo: deja, deja que voy yo.

Los choferes hacían turnos de veinticuatro horas de servicio por igual tiempo de descanso. Disponían de unas camas en el garaje para descansar mientras no salían. Como Seluja tenía úlcera, en general trataban de que no tomara servicio, que se quedara allí sin salir. Pero ese día, decididamente, se propuso para encargarse de la suplencia de Gariboni. A las doce y treinta partió del garaje de Gaboto y Cerro Largo hacia la Capitanía del puerto, en un Ford Faeton, chapa 7703, ninguna identificación policial.

El mismo día que se publicaban las declaraciones de Gariboni, la policía remarcaba que se había comprobado debidamente la enfermedad de éste.

Pardeiro tenía razones para estar intranquilo. El senador Minelli, había comunicado a la Comisión del Senado que investigaba las irregularidades en la Aduana, que habían recibido varias amenazas de muerte.

Poco tiempo antes del atentado, tres personas se habían presentado en la casa del comisario y cuando la señora Regina Aurucci los atendió, le habían dicho que querían hablar con el “ciudadano” Pardeiro.

A la señora le pareció extraño lo de “ciudadano” y así se lo hizo ver a su esposo. Hizo pasar a los tres hombres a la sala que estaba a la izquierda del hall y unos minutos después apareció el comisario.

Los desconocidos dijeron ser comerciantes y venían en representación de un número mayor de gente dedicada a igual profesión.

Queremos hablar con Usted en privado, manifestaron mientras esperaban que la señora de Pardeiro se retirara de la sala.

– Lo que tengan que decir, pueden hacerlo delante de mi señora. Por la relación que me une con ella, no puedo usarla como testigo, contestó el comisario.

Los sujetos dudaron unos instantes, intercambiaron miradas, y luego uno de ellos tomó la iniciativa;

-Venimos de una reunión entre varios comerciantes y en ella hemos considerado su situación y sus necesidades. Una persona que ha hecho tanto por el país y sin embargo no ha sido compensada debidamente. Nos preocupa remediar esa injusticia. Esta casa, por ejemplo. Sabemos que la está pagando por la Ley Serrato y que eso significa sacrificios, más aún con la obligación de criar cuatro hijos. Estamos aquí para proponerle que tome en cuenta la posibilidad de acceder a una función mejor remunerada que la que hoy ejerce. Hemos pensado, por ejemplo, en un cargo como encargado de casinos. Es algo que usted podría manejar con solvencia. Es cierto que necesitaría también un hogar más acorde a esa nueva función. Algunos de nuestros colegas han sugerido que una casa en el Balneario de Carrasco sería un lugar adecuado para usted y su familia. Nos sentiríamos satisfechos si usted considerara nuestra propuesta. [20]

Mientras el hombre hablaba, los otros dos remarcaban con gestos afirmativos lo que éste decía.

El comisario se mantuvo inmutable mientras oía. La señora, que ante la exigencia de la privacidad que habían reclamado los visitantes se disponía a alejarse antes de iniciarse la conversación, se quedó de pie, incómoda.

En tono poco condescendiente Pardeiro terminó la entrevista.

Señores, ustedes me han pedido diez minutos de mi atención, yo les aconsejaría que si no tienen nada más importante que decirme demos por concluida esta charla.

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