“Esos golpes -dice Luis- me pareció que los daban en mi corazón”.
“Nos fue muy difícil al principio ingeniarnos para sacar la piedra y la tierra. El hombre que picaba llenaba unas bolsitas, que a una señal nuestra un hombre, colocado en la boca del túnel, arrastraba con una soga; pero a medida que el túnel avanzaba, la humedad de la tierra servía de agarradera y se hacía el trabajo penoso. Construimos un carrito pero cuanto más marchaba el túnel, más era la fuerza necesaria y el ruido endemoniado que sus cojinetes de hierro producían. Al fin cambiamos el rodaje por ruedas de madera, que montamos sobre rulemanes, así seguimos hasta el fin.
La dificultad del aire no fue menor. Al principio nos servimos de fuelle y de una bomba común, después fue necesaria una bomba de matar hormigas que enviaba el aire por un caño de goma. Una tarde -trabajábamos siempre de día- yo estaba a mitad del túnel y apenas pude salvarme arrastrándome hasta la boca porque estaba casi asfixiado. Fue entonces que recorrimos los comercios buscando bobinas o aspiradores de aire, pero todos los que existían eran exageradamente grandes y ruidosos. Por último Paz se ingenió para fabricar el aparato que habrán hallado en la excavación.
Realizado esto, ya muy adelantada la obra, era también casi imposible respirar. Se formaba a nuestro alrededor un aire enrarecido, una especie de neblina producida por la transpiración, neblina que nos cegaba. Pero resolvimos el punto instalando sencillamente unos ventiladores a cada lado del túnel que clarificaban el aire.
La tierra la extraíamos en bolsas que en cantidades de diez por viaje sacábamos de la carbonería por la noche y al mediodía en que se cerraba el establecimiento para no llamar la atención con ese trasiego”.
Terminados los interesantes detalles del túnel y como el guardián nos avisa que la hora ha llegado, ya de pie, pedimos a Roscigno nos relate la sorpresa de su detención.
“Ni remotamente -nos dice Roscigno- sospechábamos que la policía llegara hasta nosotros. Los vimos repetidas veces pasar por frente a nuestra casa por la avenida General Flores, pero nuestro refugio nos parecía insospechado. Esa mañana tomábamos tranquilamente mate. Yo mismo había visto pasar momentos antes cuatro hombres a caballo con sus fusiles empuñados pero siguieron como hacia Piedras Blancas. Con todo tuve recelos, recelos que comuniqué a mis compañeros, a quienes consulté si no habría conveniencia en que nos fuéramos, pero recuerdo que Paz me contestó:
“Sí, -dice el aludido- ya me acuerdo: ¡Si vienen me van a encontrar!”
“Seguimos tomando mate y entonces le dije a Moretti que empezara a mudarse, pues a pesar de todo, yo veía brumas en el horizonte. Yo me disponía a cambiar mi calzado, pero en ese momento sentí el ruidaje… Miré por las persianas y vi soldados al galope que rodeaban la casa, se tiraban de los caballos y empuñaban sus fusiles. Detrás de ellos llegaba una comitiva de autos, camiones, de los que empezó a bajarse una infinidad de policías.
Todos tomamos nuestras armas enseguida, las que preparamos para defendernos”.
¿Pensaron entonces resistir?
“Sí, si nos hubieran dejado los fondos libres, nos hubiéramos abierto paso. Consulté en voz alta a todos, pero entonces oímos un grito de Paz que decía:
¡Es inútil, ya está adentro toda la milicada!
Entonces resolvimos entregarnos sin pelear, pues no somos asesinos.
Nos hubieran muerto, pero creo que muchos, pero muchos, hubieran quedado allí. Cuando entró la policía, yo estaba de pie junto al escritorio, lo demás ustedes lo saben tan bien o mejor que yo”. [16]
* * *
En la entrevista, Roscigno nada dijo sobre su encuentro con el comisario Pardeiro el día de la detención. A pesar de que fue allí donde se destiló el rencor que dictó el guión de muchos destinos.
“Uno de los comisarios de investigaciones usó conmigo los procedimientos más brutales e indignos”.
Cuando Miguel Arcángel Roscigno hizo esta declaración para la prensa se refería al comisario Luis Pardeiro.
Por ellas se extendieron en Montevideo los rumores sobre castigos y torturas a los detenidos de la fuga.
En sus memorias, Laureano Riera da una versión sobre estos acontecimientos. Para él, la decisión de la muerte de Pardeiro se tomó cuando los anarquistas se enteraron de una supuesta actitud del comisario.
Pardeiro le habría dicho a Roscigno: Yo a vos no te voy a poner la mano encima para destrozarte, porque sos duro, tenés cartel internacional, estás muy protegido por los políticos, la prensa y el populacho te considera un héroe. Pero te voy a hacer algo peor: voy traer a tu mujer y te la voy a hacer montar por los milicos en presencia tuya. Y no vas a poder chillar para no pasar vergüenza… [17] Con la detención de los asaltantes del Messina en 1928, Montevideo también se había llenado de comentarios sobre los malos tratos que habían recibido los catalanes, Moretti y sus cómplices.
En 1971, Boadas Rivas desmintió estas versiones, taxativamente:
No. No hubo torturas.
Yo tenía un bigote postizo. Estaba con las muñecas esposadas por la espalda. Pardeiro vino y tiró del bigote, arrancándomelo. Yo me le arrimé y le dije: ¡Qué hombría! ¿eh? No me contestó. Fueron momentos muy feos. Nos tenían de plantón pero yo me senté. Si me castigan que me castiguen ahora, cuando estoy entero, pensé. Cuando pasé a declarar me trataron muy bien. Pardeiro, incluso me hizo los signos de la masonería. Pensó que yo era masón, porque le dije que había estado en El Día, que me habían invitado a comer con Batlle. Entonces hizo retirar a otros dos policías de la misma jerarquía que él, que colaboraban en la investigación y llamó a César Batlle. Este confirmó lo que yo había dicho, pero pidió que no se mencionara. Entonces Pardeiro me hizo los signos de la masonería, a ver si los reconocía. Yo le contesté que no era masón, que no aceptaba nada de la masonería ni de la mafia.
Boadas Rivas, en la misma entrevista, también desmiente que Pardeiro haya torturado a Roscigno.
No, fue una bofetada nomás. Roscigno no dijo nada en ese momento. Cuando vino el abogado, Lorenzo Carnelli, le contó: “Ese hijo de puta me dio una bofetada. No se la voy a perdonar en mi vida. Me la tengo que cobrar. Preso o en libertad, algún día me voy a cobrar esa bofetada”. Carnelli lo comentó con Frugoni, con Zavala Muniz, con otra gente, a alguno de los Batlle mismo, a los compañeros de Protección de Choferes. Fue corriendo la bola hasta que la agarró un italiano, anarquista, al que llamábamos Faccia Brutta. Fue a ver a Carnelli y le pidió: “Deme la manera de hablar con Roscigno. Carnelli lo llevó consigo. Cuando vio a Roscigno el tano le dijo: Vengo por una pregunta. ¿Te levantó la mano ese Pardeiro? Sí, me la levantó. Nada más. Ese no vuelve a levantar la mano nunca. Saludó y se fue”. [18]
Borggiano esperaba distraído tras el volante del taxi en su parada de Uruguay y Rondeau. Eran pasadas la una de la tarde, pero como el otoño avanzaba por su tramo final, no restaba demasiado para disfrutar de la tibieza de un tiempo benévolo. Cuando el hombre subió al vehículo y le pidió que se encaminara hacia el Sanatorio Uruguay -en la calle Médanos- no alcanzó a observar el aspecto.
El pasajero descendió en el Sanatorio y le pidió que lo esperara. En instantes salió y Borggiano pudo mirarlo con detenimiento. Era joven, vestía gabardina clara, chambergo gris con cinta negra sobre cabellos castaños, y un rostro lampiño y delgado. Vestido correctamente; nada en su aspecto producía recelo. Con un gesto de contrariedad le indicó que fuera en dirección al Cerro, y explicó que como el enfermo que había venido a ver no había llegado lo irían a buscar.
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