Juan Berterretche - El Comisario Va En Coche Al Muere

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato.
La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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En el galpón de la carbonería quedaban algunas bolsas de tierra acomodadas como si contuvieran carbón, un montón de ropa en desorden de los evadidos y algunas gorras, boinas, pañuelos y chambergos que fueron desechados en el cambio de vestimenta.

* * *

Un carro con una jaula que ocupa casi todo su espacio útil, se desplaza por las inmediaciones del Hipódromo. La perrera empieza su trabajo al alba y la jaula se llena antes de media mañana para evitar incidentes con los vecinos que no simpatizan con el oficio. El perrero, que maneja una vara con un lazo en el extremo, es un ex penado, José Sosa.

En General Flores y Curupy un cuzco se le escapa y se mete en la casa de la esquina. El hombre no quiere abandonar su presa y se asoma al patio, donde ha visto entrar al perro.

Vicente Salvador Moretti está allí tomando mate y meditando sobre la advertencia que le ha hecho Roscigno esa misma mañana: debe preparar sus cosas para mudarse. La irrupción del intruso le hace reaccionar rápidamente a favor del cachorro: Deje tranquilo al pichicho, amigo.

Sosa, un carterista que ha pasado sus temporadas en Punta Carretas, reconoce a Moretti a quien ha tenido oportunidad de observar muchas veces en el patio de la cárcel.

Ya ha dejado de interesarle el cuzco y su ingrato oficio de perrero y no puede pensar en otra cosa que en los tres mil pesos ofrecidos por el Banco República para quien denunciara el paradero de los evadidos.

Agitadísimo llega a la comisaría y les brinda a los uniformados el dato que hará posible el espectacular operativo de ese 26 de marzo de 1931.

Apenas ocho días después de la fuga, son detenidos Vicente Salvador Moretti y cuatro de los constructores del singular túnel.

Estaban refugiados en la casa de Roberto Dassori, el avezado falsificador de billetes de lotería.

La entrada de su casa daba a Curupy, pero hacia General Flores Dassori había abierto un Club colorado del que era presidente, alineado con el doctor Washington Paullier, de orientación vierista.

A las cinco y media de la mañana una cantidad de soldados a caballo rodeaban la casa y de inmediato llegaban autos y camiones de los que descendieron decenas de uniformados. El allanamiento estaba a cargo del comisario general Carlos Nogués.

Dassori tomaba mate en la puerta de la finca y, sin tener tiempo a reaccionar, sólo dijo a Nogués: Pase.

En la finca fueron detenidos, además de Moretti, Miguel Arcángel Roscigno, Enrique Malvicini Bense, Agustín Díaz Alcalde -que además usaba los nombres de José María Paz o Juan Manuel Paz-, y Alcides López Gutiérrez, llamado realmente Andrés Vázquez Paredes. Este último era el que había actuado con Roscigno en el asalto al Hospital Rawson y con Durruti en el atraco al Banco de San Martín.

La sorpresa impidió cualquier resistencia y sólo se oyeron las protestas de Catalina y Alicia Dassori, que vivían allí.

La policía ni sospechaba que en ese operativo detendría a los que habían hecho el túnel. De los catalanes ni rastro. Pero el éxito era innegable, en sus manos tenían de nuevo al Salvador y ahora, también al Arcángel, dos mitos populares.

A fines de 1928, Roscigno había vuelto a Argentina. A pesar de su oposición al fracasado asalto, se consideraba obligado con los detenidos en la penitenciaría de Montevideo. Debía encontrar la forma de liberarlos. Se hacían necesarias algunas expropiaciones para contar con el dinero suficiente.

En febrero de 1929, Roscigno intervendrá en un atraco a los establecimientos Kloeckner. Pero será en octubre de 1930 en que el botín permitirá encarar los gastos necesarios de esa gran obra que sería el túnel.

En el primer mes de represión del flamante golpista Uriburu, junto con Severino Di Giovanni, asaltan al pagador de Obras Sanitarias en Palermo y obtienen doscientos ochenta y seis mil pesos. Tres cuartas partes de ese dinero se utilizará para los compañeros presos. Roscigno, junto a Paz -Díaz Alcalde- al que llamaban El Capitán, viajará a Montevideo con una abultada suma para preparar la fantástica fuga.

* * *

En la sala alta de la escuela de la cárcel, donde nos hallamos, irrumpen de pronto las seis figuras, para nosotros conocidas de la mañana del jueves, pero ni son aquellas las circunstancias ni son esos los rostros y las palabras que vimos y escuchamos en medio del ceñudo aspecto de soldados y policías

Este ambiente propio de la tristeza carcelaria, en el gran salón de altos techos e impecables paredes, difiere bien de aquella mañana de sol en que el soplo de la tragedia se escondía tras las paredes de la risueña villa de Dassori, cuando policías y periodistas íbamos en procura de los prófugos, y, mientras en el instante del hallazgo, que fue impensado hasta para la propia policía, vimos desfilar a nuestro lado, uno a uno, decepcionados y tristes, los rostros de los prisioneros. Estos mismos se nos presentan hoy transfigurados en la sala carcelaria, como si la terrible aventura donde se jugaban tantas vidas no hubiera dejado en ellos más que la grata impresión que viste de risas picarescas el recuerdo de los hombres cuando rememoran alguna [travesura de niños.

Roscigno, que luce aún su saco de pijama a grandes listas celestes, no es el pasado autómata de gorra gris y de rostro barbudo que ante el revólver de Nogués decía aquella mañana: “Son muchos, quien sabe si mano a mano”.

Este Roscigno, prolijamente afeitado, ha cambiado en absoluto de apariencia, parece ahora un jovenzuelo de sonrosadas mejillas, cuya boca no deja de mostrar ni un instante una jovial sonrisa, los cristales de sus lentes que no ha abandonado, no son verdosos como aquella mañana, dándole a la expresión de los ojos una pátina de misterio. Tras los cristales límpidos, brillan ahora sin ningún fingimiento las pupilas risueñas. Se mueve con desenfado y sin cesar cambia impresiones con sus compañeros de aventura.

Paz, conocido por el seudónimo de El Capitán, evadido de la cárcel de La Plata, no es tampoco aquel hombre que, desde el fondo del cuarto de prisión de la seccional dieciséis, parecía desafiar altivamente aquella mañana la curiosidad del público con su clara mirada fija e imperturbable, que en la penumbra daba la impresión de la de un felino en acecho. Jovial y dicharachero, se coloca a nuestro lado y comienza a hablarnos de sus ideas y parece desesperarse porque ellas no sean comprendidas por todo el mundo, lo que atribuye a la deficiente prédica de los órganos anarquistas, que no explican con claridad cuál es su modo de pensar.

“Nosotros no somos asesinos, luchamos -nos dice- porque creemos que en la humanidad existe el mal y el bien. Nuestra lucha no es sólo contra quienes aprovechan el trabajo de los hombres para conseguir privilegios inmerecidos de la vida: la fortuna, el bienestar mal ganado; sino para tratar de sustraer a los hombres de trabajo que contribuyen a que el mal prospere coadyuvando a la acción de los poderosos… En fin, son ideas que es necesario explicar y que no es extraño que no sean comprendidas. Entre nosotros, los compañeros, he notado, muchas veces, que no existe coordinación”.

En el modo de pensar, Paz nos expresa el deseo de que hagamos pública, si es posible, la sustancia de los ideales que lo han guiado a las filas del anarquismo, sosteniendo que todos los pasos de su vida no tienden sino a lograr la realización del bien, tal cual ellos lo entienden.

Moretti conversa animadamente con su cantaradas, cambiando impresiones sobre la sorpresa policial y sobre su estancia en la comisaría, en investigaciones y en la cárcel. Está lleno de anécdotas que refiere con todo calor y premura a su oyente, Malvicini, que a su vez le trasmite las suyas.

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