Dassori está a nuestro lado, escuchando con toda atención las palabras de nuestros interlocutores y observando cómo tomamos los apuntes. Está serio, retraído, se dijera que preocupado.
Parece que Roscigno se diera cuenta de esa actitud, porque de pronto nos dice: “En primer término le pido que desmienta la versión que han dado algunos diarios de que nosotros desconfiamos de que Dassori haya podido ser el que dio la dirección del refugio a la policía. Nunca lo creí, ni lo dije. Tenemos absoluta confianza en él y puede repetir que nos recibió creyendo que recibía a tres deportados argentinos y que yo me llamaba Manuel…, el apellido no importa”.
Las relaciones entre ellos y Dassori no deben ser en realidad tan íntimas, pues más tarde tenemos oportunidad de comprobar que mientras Roscigno tutea en el transcurso de las conversaciones a los demás, trata de usted al inquilino principal de la calle Curupy y General Flores.
Se nos acerca Paz para solicitarnos -antes de entrar en materia- que digamos que es falso el papel de director, inspirador o jefe de ellos que se le atribuye a Roscigno, pero el aludido toma de inmediato la palabra para expresarnos -en un lenguaje que por su corrección, dicho al dictado, nos llama la atención en todo el transcurso del largo reportaje- lo siguiente:
“Nosotros no admitimos director o jefe. Somos anarquistas a secas. Somos enemigos de cualquier clase de autoridad, y no admitimos que los hombres se junten y haya quien los mande. El mismo modo de pensar tenemos con respecto a nuestra vida íntima. Pues no creemos que haya más autoridad que la moral, pero buenamente aceptada. Así creemos que el hombre que es amigo de la mujer, debe considerarla una compañera y no una esclava; que los hijos son los amigos más pequeños a los que debemos tratar de amparar y orientar por el camino del bien. En sus hogares nuestros compañeros siguen esas mismas orientaciones morales”.
Roscigno, -decimos entonces- tendríamos interés en ofrecer a nuestros lectores un relato de los episodios de la evasión. Nuestras preguntas serán muchas y el tiempo es corto: ¿quiere darnos algunos detalles sobre eso?
“El trabajo del túnel lo hemos hecho de muy perfecto acuerdo y muy a gusto -nos responde Paz y agrega -: Empezamos por decir que estamos satisfechos con la obra, que concuerda perfectamente con nuestro modo de pensar”.
Y podría agregarse -nos apunta Roscigno- que lamentamos no haber podido hacer totalmente el cambio de nuestra libertad por la de los compañeros a quienes procuramos hacer evadir, pues uno de ellos, Moretti, ha vuelto a la cárcel”.
Entrando en materia y habiendo ya accedido a las distintas solicitudes de los reporteados, procuramos obtener de Roscigno y de López -el carbonero Don Luis- algún detalle sobre la misteriosa personalidad de Gino Gatti, pero como viéramos que todos cambiaban entre sí una expresiva sonrisa, aprestándose a darnos respuesta inventada, nos negamos a tomar nota de la filiación, advirtiéndoles que no era nuestro objeto desorientar la investigación con datos falsos, sino trasmitir solamente las referencias que quisieran facilitarnos sobre la actuación que les cupo en el asunto. Don Luis, que ahora luce los mismos lentes de aro de carey que tanto conocieran los vecinos de la calle Solano García, empieza su relato de esta forma:
“Habíamos adquirido otro terreno más atrás del que actualmente ocupaba la carbonería, porque nuestra intención era hacer el túnel con salida al lavadero, pero después compramos el otro que enfrentaba mejor el celdario.
Inmediatamente se construyó el galpón y la barraquita, viniendo Gino Gatti con su señora y su hijita. El galpón se terminó a principios de agosto (de 1930). Entonces aparecí yo que ya había llegado a Montevideo, pero que todavía no había aparecido por la carbonería, hasta esa misma fecha. Recién entonces se compró el reparto a otro carbonero (Benjamín Donsinsky), instalándonos definitivamente. En esa época comenzó el trabajo del túnel”.
“La fecha precisa -interrumpe Roscigno- fue a principios de setiembre. Entre Luis y yo comenzamos la obra”.
“Lo más dificultoso -apunta Don Luis- fue la orientación y la profundidad Pero para eso nos valimos de una falsa escuadra que construimos de esta forma: tomamos por punto de dirección el codo o el ángulo del edificio interno, junto al cual estaba el cuarto de baño. Tirada la visual en recta hacia esa dirección, medimos el ángulo que aquella hacía con la otra recta que corría en dirección a las tablas del piso de la carbonería.
¿Fue ese el compás de tabla que hallamos nosotros abandonado en la trastienda del comercio?”
“Precisamente -explica Roscigno- ese compás fue el que nos sirvió para ir exactamente al punto que nos interesaba. La segunda complicación fue más dificultosa de resolver; se trataba de establecer la profundidad a que debíamos excavar. Nos valimos de una regla de dos metros de largo que contraloreada por un nivel, pusimos en perfecta vertical. Por medio de dos clavos que habíamos colocado en aquella y que nos servía de punto de referencia, obtuvimos el ángulo de latitud, adoptando como punto de observación una de las rayas que cubren el muro exterior de la cárcel y que hacen la imitación a piedra. Ese ángulo marcó dos rayas y media. Una buena tarde, Luis cruzó disimuladamente junto al muro y tomó con su persona la altura a que se hallaban dichas rayas. Medimos sencillamente la altura de Luis, y con un simple cálculo, sin llamar la atención, obtuvimos que era un metro ochenta y cinco. Un paseo por los alrededores del muro que da a la calle García Cortinas nos dio la grata sorpresa de observar que allí el cimiento estaba completamente al descubierto. Lo medimos y supimos así que el cimiento de la cárcel está a dos metros de profundidad. Hecha la suma teníamos que desde el piso de nuestra casa hasta la base de los cimientos de la cárcel, había tres metros ochenta y cinco de profundidad. Pero tropezamos todavía con un grave inconveniente: el patio interior del penal está a un nivel inferior de la calzada exterior ¿Cuánto medía ese desnivel? Eso nos dio mucho trabajo, pero el carbonero Luis se ingenió de modo que algunos visitantes de los presos contaran cuantos escalones habían bajado para llegar hasta el patio carcelario. Esos escalones fueron, también, disimuladamente medidos. Nos completaron la cuenta, de modo que el túnel que tenía una exacta orientación, tenía también una exacta profundidad”.
“Al poner manos a la obra -manifiesta Roscigno- pensamos que no debíamos partir en rampa, porque entonces quedaba poca tierra sobre nosotros al llegar a la vereda o calzada. Partimos hacia enfrente desde una cámara a plomo de tres ochenta y cinco de profundidad. Recién entonces marchamos con el túnel que marcó distintos desniveles, no por las causas que se han dicho, sino porque en nuestro camino encontramos piedra que nos obligó a buscar la tierra. De ahí la causa de las ondulaciones.
Nadie parece haberse apercibido de la cantidad de piedra que hallamos, que afortunadamente se trataba de piedra laja, vetas de cuarzo superpuestas, fácil de separar. Las pocas veces que hallamos granito, pasamos por arriba. Hallamos lugares donde era imposible abrimos paso con la palanca. Entonces recurrimos a un aparato ideado por Paz, que apoyándose en las paredes del túnel, hacía funcionar a manija, buriles giratorios con los cuales se horadaban las piedras, debilitando su consistencia hasta que podíamos tumbarlas fácilmente con la palanca. Todo fue hecho a mano. Sufrimos más de un momento de angustia.
Una tarde tuvimos la sensación de que estábamos descubiertos. Bajo tierra, junto a los cimientos de la cárcel, en pleno día, el compañero de turno hacía su jornada de dos horas. Había ya encontrado piedras y golpeaba con su piqueta. Yo estaba en observación desde la carbonería, vi entonces que en lo alto del muro exterior un oficial, un sargento y un soldado, se agachaban en actitud de querer sorprender algún sonido. De inmediato envié a Luis que recostándose contra el muro de la cárcel adoptó la apariencia de un buen vecino que toma el sol. De pronto cruzó agitadísimo. Había escuchado perfectamente los golpes del pico sobre la piedra. Suspendimos enseguida el trabajo y fue cuando recurrimos al aparato ideado por Paz”.
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