A mí me decía: Hay que saber cómo trabajar. Cuando identifico una banda compuesta por cuatro o cinco, yo agarro a uno y entonces sale en el diario: Pardeiro detuvo a fulano. A los demás los mantengo vigilados y unos meses después agarro a otro, y así cada poco tiempo aparezco en la prensa. Era muy bueno y se sabía hacer cartel”. [15]
El testimonio es de Luis Palermo, su chofer por más de dos años.
Lo cierto es que Pardeiro, en los tres años y ocho meses que ejerció como subcomisario, no sólo sobresalió por su sagacidad, sino que supo construirse una imagen pública de detective infalible, presente en los operativos más publicitados.
En menos de nueve años, de agente de segunda clase, Pardeiro saltaba al cargo de comisario.
En el período que va de junio de 1930, cuando obtiene el máximo ascenso, hasta febrero del 32, será Jefe de la sección Delitos Contra las personas, luego Comisario de Orden Social y finalmente asumirá la investigación de la Aduana.
Mientras Montevideo festejaba sus centenarios, la gran depresión se extendía como un derrame de petróleo por el continente. Los países industriales encaraban la crisis encerrados en sí mismos, con un proteccionismo exacerbado. En las cotizaciones de los mercados las materias primas de los países americanos entraron en caída libre. El empobrecimiento generalizado no se hizo esperar. La desocupación continental creció geométricamente y para fines de 1930 era calculada en cuatro millones, una cifra nunca antes soñada.
Esta enorme conmoción condujo a las crisis institucionales del primer quinquenio de la década del treinta. La tónica general fue la de golpes militares con el supuesto fin de procesar los reajustes necesarios en cada país. Sólo en el año treinta hay pronunciamientos en Argentina, Brasil, Ecuador y Bolivia.
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Uruguay entró en el año 1931 con cuarenta mil desocupados.
El primero de febrero la prensa informó sobre el fusilamiento de Severino Di Giovanni en la Argentina de Uriburu, que comienza su década infame.
A fines de febrero, un atentado contra los obreros del Sindicato Único del Automóvil es índice de los enfrentamientos -en las filas gremiales- entre anarquistas y comunistas. Pardeiro, Comisario de Orden Social, investiga los hechos.
El primero de marzo asume un nuevo presidente y se juramenta: Yo, Gabriel Terra me comprometo por mi honor a desempeñar lealmente el cargo que se me confía y a respetar y defender la Constitución de la República.
El dos de marzo llega a estas costas la noticia del primer proceso de Moscú.
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A las dos y veinte de la tarde de aquel 18 de marzo de 1931, un desconocido llegó a la parada de taxis de la Rambla Wilson, cerca del Hotel Pocitos y ascendió al Buick de Roberto Nesti, indicándole que se dirigiera a Joaquín Núñez casi Ellauri. Hizo detener el coche frente a un baldío, en cuyos fondos se veía una casilla de techo de zinc.
Espéreme un poco porque tenemos un “programa” en aquel rancho, le dijo al taxista y salió caminando hacia la casilla pausadamente.
Unos minutos más tarde, Nesti vio volver al sujeto que, agitado, lo apuraba a poner el auto en marcha. Mientras hacía lo que le habían indicado dejó de mirar por unos instantes hacia el baldío. Cuando sintió el pistoneo regular del Buick, pudo observar que un grupo de hombres corría hacia el auto. Fue en ese momento cuando el desconocido le puso una pistola en el pecho y con voz nerviosa le ordenó: Entrégame el coche.
Luego todo fue confusión. Gente que corría y que rápidamente ocupaba su auto y otro vehículo que hasta ese momento no había percibido. Motores acelerados y los autos que desaparecían del lugar.
Después de unos minutos, una mujer comenzó a gritar: ladrones, ladrones, cuando vio que alguien saltaba el alambrado que separaba el baldío con otro terreno que daba a la calle Solano García, en el que había una carbonería.
Trabajadores de una obra cercana y vecinos alertados por los gritos, alcanzaron a detener a dos sujetos asustados que intentaban esfumarse del lugar. Lograron retenerlos hasta que llegó la policía.
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Eduardo Brayer maniobraba su camión frente al depósito de Regules y Ravecca, sobre la calle Propios casi Canstatt, cuando sintió que un coche chocaba contra su vehículo. Contrariado, descendió del camión para poder ver los perjuicios del choque y antes de poder increpar al descuidado chofer quedó sin palabras al ver que los que iban en el auto tomaron dos pistolas, se las colocaron a la cintura, recogieron otros bultos y abandonaron el lujoso vehículo alejándose por Canstatt hacia el oeste.
Sobre Propios quedaba un Chandler negro con capota de gabardina y las partes niqueladas oscurecidas con pintura negra.
El auto había sido robado a la firma Martinelli e hijos. Su chapa original era 53 155, pero los ladrones habían cortado los números y vuelto a soldar componiendo la chapa 51 553. Tanto el Buick de Nesti como el Chandler de Martinelli habían sido utilizados en la fuga de la Cárcel Penitenciaria de Punta Carretas.
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Cuando el director de la cárcel, Lorenzo Batlle Berres, logró contabilizar los evadidos, comprobó que eran nueve. Los asaltantes del Cambio Messina: Vicente Salvador Moretti, Agustín García Capdevila, Jaime Tadeo Peña y Pedro Boadas Rivas. Con ellos, habían fugado otros cinco reclusos: Florencio Santiago López, un homicida peligroso; Eduardo Ruival Pereyra, cómplice en la muerte del sereno de un depósito; Medardo Rivero Camoirano, y dos panaderos, Carlos Cunio Funes y Rafael Egues, autores de un confuso asalto a cuchillada limpia en una panadería de La Teja, que había dejado un saldo de varios muertos.
Los rezagados, que fueron retenidos por la gente y devueltos a la policía, eran Aurelio Rom, cuñado de Antonio Salvador Moretti -el que se había suicidado en la calle Rousseau-, que purgaba en la cárcel una condena por falsificación de monedas de plata de cincuenta céntimos; y Puan o Juan Santaya o Santana, procesado por robo.
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Sobre la calle Solano García, frente a la cárcel penitenciaria, había un galpón de zinc con un cartel que rezaba: Aviso al vecindario: Aquí se expende carbón de leña y piedra. Se lleva a domicilio. Prontitud y esmero en los pedidos. Por mayor y menor Más abajo había una inscripción en caracteres rusos.
La carbonería se llamaba El Buen Trato.
Según datos de los vecinos, alrededor de mayo de 1930 se mudó a la carbonería un matrimonio: Gino Gatti, su esposa Primina Romani y una hija pequeña. Repartían el carbón en un breack. Gatti decía haber sido aviador militar en Italia.
A los ocupantes se agregó más adelante un hombre grueso, rubio, de lentes, que se hacía llamar Luis.
El terreno de la carbonería se comunicaba por los fondos con un baldío que daba a Joaquín Núñez. Desde la carbonería se excavó el túnel de setenta centímetros de ancho e igual medida de alto, que, atravesando la calle Solano García, el muro de dos metros de espesor de la cárcel, un corredor interior del penal y su taller de herrería, iba a desembocar a un baño en uno de los patios.
La iluminación de la estrecha galería, con bombillas eléctricas, el cuidadoso apuntalamiento de su techo, el sistema de renovación del aire por un motor, la utilización de un gato capaz de levantar diez mil quilos usado para romper el piso del baño desde el túnel: todo indicaba un plan pensado y ejecutado durante meses.
El matrimonio que ocupaba la carbonería hacía unos diez días que se había ido y desde ese entonces estaba a cargo del negocio el enigmático Luis, que ese día había sido visto por una vecina cuando se marchaba a las dos y media de la tarde.
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