Juan Berterretche - El Comisario Va En Coche Al Muere

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato.
La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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Pero la cosmogonía estaba incompleta, la osadía de quienes infringían la ley precipitó el arquetipo adverso.

Un hombre casi calvo, bajo y grueso, para remarcar su fama de duro y con un gesto que insinuaba una sonrisa de sagacidad, de calma, de certeza de ser el escogido, impondría su protagonismo, dos semanas después del Messina, en una nueva conmoción.

Los ánimos de la ciudad ya no sólo se crispaban por la impertinencia de los vientos del sur.

El subcomisario Pardeiro se alzaría con el papel principal en esa inmediata historia de delación, acecho y sorpresa.

* * *

Entre el día del asalto -el 25 de octubre de 1928- y el apresamiento de la banda de los Moretti, sólo transcurrió una quincena.

El dato sobre el lugar donde podrían estar viviendo los asaltantes llegó a la policía rápidamente. El tano Lala Martorano, que vivía Isla de Gorriti entre Requena y Paullier, tenía un viejo camioncito con el que hacía fletes. Cuando salieron las fotos de los hermanos Moretti buscados por el atraco, los reconoció de inmediato. Con su vehículo les había hecho la mudanza a una casa de la calle Rousseau. Aquella dirección valía una recompensa que atizó la avidez del tano.

La delación le proporcionó un flamante Chevrolet 1929, algunos meses de pánico en los que no se animó a pisar la calle y el menosprecio de sus vecinos de Villa Muñoz. Cuando la policía comenzó a indagar, a partir de la infidencia de Lala, en la cercanía de la supuesta guarida, los informes resultaron alentadores.

La zona de La Unión era residencia de gente modesta en las inmediaciones de ese tramo de Juan Jacobo Rousseau. José Salvador, de diez años, hijo de Vicente Salvador Moretti y Pura Ruíz, llamó la atención entre los chiquilines del barrio. Compraba helados de a real, cuando todos comían de a vintén y era propietario de una bicicleta, un sueño casi imposible para los hijos de empleados o gente de oficio.

El Subcomisario Pardeiro se encargó de la vigilancia de la casa donde supuestamente estaban alojados los asaltantes.

Su interés por el caso rozaba lo personal. El 5 de mayo de 1920 nacía el primogénito de Pardeiro y fue bautizado con el nombre de Aníbal Luis. Para esa ocasión María Gorga, esposa de Carmelo Gorga, ofició de madrina. Pardeiro, entonces, era compadre de la mujer que habían dejado viuda los asaltantes del Messina.

* * *

No estaba confirmado totalmente que allí, en Juan Jacobo Rousseau 41, se escondían los asaltantes. Pero además se sabía que en la casa vivían mujeres y chiquilines. La vigilancia debía ser una operación muy delicada. No se podía actuar sin precauciones a riesgo de que al tratar de hacer el copamiento, fueran recibidos con una balacera entre las mujeres y los niños.

Supongo que la ocurrencia debe haber sido de papá. Todas las noches, a una hora determinada en que presumían que la gente estuviera volviendo a la casa, para ir viendo quiénes eran y cómo podían hacer el copamiento, mi madre se encontraba con él en una esquina sin farol y actuaban como una pareja de novios. Caricias, besitos, abrazos y disimuladamente papá miraba hacia la casa de marras. Mamá, cuando me contó esta historia, me decía una cosa que me hacía reír mucho: Era una de darme besos y abrazos, se portó tan amorosamente conmigo en esos días, como hacía tiempo que no lo hacía.

Así fue viendo papá de qué manera y en qué hora se podía irrumpir en la casa. Lo importante era determinar en qué momento se iban a dormir

Ya se había vigilado la parte de la azotea y se sabía que había una claraboya y un altillo que tenía una puerta que podía abrirse de un golpe.

Pero si la gente tenía los dormitorios también abajo, que así era, el ruido de la rotura de una puerta en la azotea iba a dar lugar a que los de abajo se prepararan para repeler el ataque.

Se acercaba el verano y los ocupantes de la casa dormían con la claraboya entreabierta. Papá usaba una faja debajo de la camisa, como la de los changadores, negra, larga, por costumbre o por algún problema de riñones. Y entonces, el día fijado para la irrupción, papá ató la faja a uno de los hierros de la claraboya y se desprendió por ella hasta el patio. En un momento determinado, que se indicó con un pitazo, él abrió la puerta de calle y al mismo tiempo entraron por arriba y por abajo. No tuvieron oportunidad de reaccionar, el único tiro que se oyó fue el de Moretti chico que se mató en una pieza que daba a la calle. [11]

* * *

La destacada actuación de Pardeiro quedó de relieve en los círculos policiales y el Jefe de Policía de Buenos Aires, el yrigoyenista Graneros, le envió una felicitación personal por su participación en la captura de los Moretti y los tres catalanes. Fue su momento estelar y también cuando comenzó a urdirse la trama de contingencias que le impedirían una muerte apacible.

Terminada la operación restaba un personaje inasible. El Arcángel no estaba en la casa y los detenidos no dieron ninguna pista de su ubicación.

Pardeiro centró de inmediato toda su atención en la captura de Roscigno. El dueño de la casa de Rousseau había aportado un dato prometedor: dos noches antes del allanamiento, Roscigno había visitado a los Moretti y los catalanes. El hombre estaba en Montevideo, era cuestión de apurar la persecución.

Para Roscigno, sin escondrijo seguro, la única posibilidad fue regresar a Argentina.

El comisario debió esperar dos años y cuatro meses para conocer personalmente a esa figura mítica. Y el día de ese encuentro -un veintiséis de marzo de 1931- perderá el control de sus actos, firmando de hecho su propia sentencia de muerte.

* * *

En la casa de Juan Jacobo Rousseau 41, fueron detenidos, el 9 de noviembre de 1928, Boadas Rivas, Jaime Tadeo Peña, Agustín García Capdevila, el mayor de los Moretti y Carlos Juan Arlore.

El menor de los Moretti, Antonio Salvador con 24 años, al verse copado, se disparó un tiro en la sien derecha con su pistola Parabellum. Momentos antes, Lola Rom, su esposa, había salido abruptamente de la pieza hacia el zaguán, con su hija Amelia en brazos, para impedir que su compañero las eliminara, antes de suicidarse.

Entre la dotación del cuerpo de bomberos, policías e integrantes de la Guardia Republicana que intervinieron en la operación, sumaban doscientos noventa y siete hombres. Se fueron reuniendo desde la una hasta las cinco de la mañana cuando comenzó el allanamiento. Fue un verdadero despliegue de guerra dirigido por el Jefe de Policía Dr. Véscovi, el Jefe de Investigaciones, Montero, y el Jefe de la Guardia Metropolitana, Castelli. Este último fue el que derribó la puerta del altillo, entrando por la azotea.

Lola Rom salió a la calle abrazada de su niña y lamentándose: Señor, Señor, qué culpa tenemos de que los hombres sean así.

Cuando la casa fue desalojada, los periodistas pudieron echar un vistazo. Sobre la camita de bronce de José Salvador -el pequeño hijo de Vicente Salvador- quedó abandonado Tom Sawyer Detective, de Mark Twain.

El año del Centenario

Montevideo era una ciudad inquieta, una ciudad muy extendida, pero con la ingenuidad de una pequeña villa de provincia.

Es así como la describe el delegado de la Internacional Comunista, el suizo Humbert-Droz, que la visita en mayo de 1929, cuando concurre a la fundación de la Confederación Sindical Latino Americana.

“Un poco como Lyon, suficientemente muerta y tranquila […] la diferencia con el Brasil es considerable. Nada de ecuatorial, más bien un clima mediterráneo, o de Crimea.”

“Desde el punto de vista policial, hay aquí una seguridad desconcertante. Cada uno entra y sale como quiere, sin presentar papeles y dando el nombre que se le ocurre. Una vez dentro, se terminan los controles. Es un verdadero paraíso para los «comerciantes» de nuestra especie. [12]

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