John Connolly
Todo Lo Que Muere
Charlie «Bird» Parker, 1
Porque yo soy todo lo que muere…
y heme aquí reengendrado.
De ausencias, sombra, muerte, cosas
que nada son.
John Donne,
«Nocturno sobre la festividad
de Santa Lucía»
En el coche hace frío, un frío sepulcral. Prefiero dejar el aire acondicionado al máximo para que la baja temperatura me mantenga alerta. Desde la radio apenas suena un murmullo, pero aún oigo una canción que se impone con cierta insistencia sobre el ruido del motor. Es R.E.M. en su primera etapa, algo que habla de hombros y lluvia. He dejado Cornwall Bridge unos quince kilómetros atrás; pronto entraré en South Canaan y luego en Canaan propiamente dicha, antes de cruzar la frontera del estado de Massachusetts. Ante mí, un sol radiante pierde intensidad a medida que el día se diluye lentamente en la noche.
La noche en que murieron lleg ó primero el coche patrulla lanzando destellos de luz roja en la oscuridad. Dos agentes entraron en la casa, con rapidez pero con cautela, conscientes de que acud í an a la llamada de uno de los suyos, un polic í a que se hab í a convertido en v í ctima en lugar de ser a é l a quien recurr í an las v í ctimas.
Permanec í sentado en el pasillo, con la cabeza entre las manos, cuando entraron en la cocina de nuestra casa de Brooklyn y echaron un vistazo a los cad á veres de mi esposa y de mi hija. Me qued é observando mientras uno de los agentes llevaba a cabo un breve registro en las habitaciones del piso superior y el otro inspeccionaba la sala de estar y el comedor; entretanto, la cocina reclamaba su presencia, les exig í a que dieran fe de aquello.
O í que informaban por radio de un probable doble homicidio y solicitaban la intervenci ó n de la Unidad de Delitos Graves. Percib í conmoci ó n en sus voces, pese a que procuraban comunicar lo que hab í an visto de la manera m á s desapasionada posible, como correspond í a a dos buenos polic í as. Quiz á ya entonces sospechaban de m í . Eran polic í as, y ellos mejor que nadie sab í an qu é era capaz de hacer la gente, incluso uno de los suyos.
Y por eso permanecieron en silencio, uno junto al coche y el otro en el pasillo, a mi lado, hasta que llegaron los inspectores, seguidos de la ambulancia, y entraron en nuestra casa. Mientras, los vecinos iban apareciendo ya en los porches, tras las verjas, y algunos se acercaban para averiguar qu é hab í a ocurrido, qu é desgracia hab í a ca í do sobre la joven pareja de enfrente, la pareja de la ni ñ a rubia.
– ¿ Bird?
Al reconocer la voz, me pas é la mano por los ojos. Un sollozo sacudi ó mi cuerpo. Ten í a ante m í a Walter Cok, y m á s all á a McGee, con el rostro ba ñ ado por los destellos del coche patrulla pero todav í a l í vido, afectado por lo que hab í a visto. Se o í a llegar m á s coches. Un enfermero apareci ó en la puerta y la atenci ó n de Cok se desvi ó hacia é l.
– Est á aqu í el auxiliar m é dico -dijo uno de los agentes mientras el joven enfermero, delgado y p á lido, esperaba a un lado.
Cok asinti ó y se ñ al ó hacia la cocina.
– Bird -repiti ó Cok, esta vez con tono m á s perentorio y severo-. ¿ Quieres decirme qu é ha pasado aqu í ?
Dejo el coche en el aparcamiento que hay frente a la floristería. Sopla una suave brisa y los faldones del abrigo juguetean alrededor de mis piernas como las manos de los niños. Dentro de la tienda el ambiente es fresco, más de lo normal, y huele a rosas. Las rosas nunca pasan de moda, ni de temporada.
Un hombre, agachado, examina con detenimiento las gruesas hojas cerosas de una planta pequeña y verde. Se yergue lenta y dolorosamente cuando entro.
– Buenas noches -dice-. ¿En qué puedo servirle?
– Quiero unas rosas. Deme una docena. No, mejor dos docenas.
– Dos docenas de rosas, muy bien, señor.
Es un hombre corpulento y calvo, de poco más de sesenta años, quizás. Anda con rigidez, sin flexionar apenas las rodillas. Tiene las articulaciones de los dedos hinchadas por la artritis.
– Este aire acondicionado hace cosas raras -comenta. Al pasar ante el obsoleto mando instalado en la pared, ajusta el termostato. No ocurre nada.
Es una tienda vieja, con el invernadero al fondo tras una mampara de cristal. Abre la puerta y empieza a sacar con cuidado rosas de un cubo. Después de contar veinticuatro, vuelve a cerrar la puerta y las deja en el mostrador sobre una hoja de plástico.
– ¿Se las envuelvo para regalo?
– No. Basta con el plástico.
Me mira un instante y, cuando empieza el proceso de reconocimiento, casi oigo el ruido de las palancas del engranaje al bajar.
– ¿Le he visto en alguna parte?
En la ciudad la gente tiene recuerdos efímeros. Fuera, los recuerdos son más duraderos.
Informe policial suplementario
OPNYCaso número: 96-12-1806
Delito :Homicidio
Víctima:Susan Parker, B/M
Jennifer Parker, B/M
Lugar:Hobart Street 1219,
Cocina
Fecha:12 dic. 1996
Hora :21:30 aproximadamente
Medio:Apuñalamiento
Arma:Arma blanca, posiblemente
cuchillo (no encontrado)
Autor del informe:Walter Cole, sargento
Detalles:El 13 de diciembre de 1996 fui al 1219 de Hobart Street en respuesta a la petición del agente Gerald Kersh, que solicitó la intervención de inspectores ante la denuncia de un homicidio.
El denunciante, el inspector de segundo grado Charles Parker, declaró que había salido de la casa a las 19:00 h. después de discutir con su esposa, Susan Parker. Fue a la Tom's Oak Tavern y estuvo allí aproximadamente hasta la 01:30 h. del 13 de diciembre. Entró en la casa por la puerta delantera y vio los muebles cambiados de sitio. Entró en la cocina y vio a su esposa y a su hija. Declaró que su esposa estaba atada a una silla de la cocina, pero que el cuerpo de su hija parecía haber sido trasladado desde la silla contigua y colocado sobre el cuerpo de la madre. Avisó a la policía a la 01:55 h. y esperó en el lugar del delito.
Las víctimas, identificadas en mi presencia por Charles Parker como Susan Parker (esposa, 33 años) y Jennifer Parker (hija, 3 años), estaban en la cocina. Susan Parker estaba atada a una silla en el centro de la cocina, de cara a la puerta. A su lado había una segunda silla, en la que todavía podían verse unas cuerdas alrededor de los barrotes del respaldo. Jennifer Parker yacía sobre el regazo de su madre, boca arriba.
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