Susan Parker estaba descalza y vestía vaqueros y blusa blanca. Le habían desgarrado la blusa y se la habían bajado hasta la cintura, dejando los pechos al descubierto, y tenía los vaqueros y la ropa interior a la altura de las pantorrillas. Jennifer Parker estaba descalza y vestía un camisón de flores azul.
Ordené a Annie Minghella, la técnica asignada al lugar del delito, que llevara a cabo una investigación completa. Cuando el forense Clarence Hall certificó la muerte de las víctimas y se procedió al levantamiento de los cadáveres, acompañé los cuerpos al hospital. Observé al doctor Anthony Loeb mientras usaba el instrumental de análisis en caso de violación, que posteriormente me entregó. Recogí las siguientes pruebas:
96-12-1806-M1: blusa blanca del cadáver de Susan Parker (víctima n.º 1)
96-12-1806-M2: vaqueros del cadáver de la víctima 1
96-12-1806-M3: ropa interior azul de algodón del cadáver de la víctima 1
96-12-1806-M4: peinadura del vello púbico de la víctima 1
96-12-1806-M5: muestra de contenido vaginal de la víctima 1
96-12-1806-M6: restos en uñas de la víctima 1, mano derecha
96-12-1806-M7: restos en uñas de la víctima 1, mano izquierda
96-12-1806-M8: peinadura del cabello de la víctima 1, anterior derecho
96-12-1806-M9: peinadura del cabello de la víctima 1, anterior izquierdo
96-12-1806-M10: peinadura del cabello de la víctima 1, posterior derecho
96-12-1806-M11: peinadura del cabello de la víctima 1, posterior izquierdo
96-12-1806-M12: camisón blanco/azul de algodón de Jennifer Parker (víctima n.º 2)
96-12-1806-M13: muestra de contenido vaginal de la víctima 2
96-12-1806-M14: restos en uñas de la victima 2, mano derecha
96-12-1806-M15: restos en uñas de la victima 2, mano izquierda
96-12-1806-M16: peinadura del cabello de la víctima 2, anterior derecho
96-12-1806-M17: peinadura del cabello de la víctima 2, anterior izquierdo
96-12-1806-M18: peinadura del cabello de la víctima 2, posterior derecho
96-12-1806-M19: peinadura del cabello de la víctima 2, posterior izquierdo
Fue otra discusión violenta, agravada por el hecho de producirse después de hacer el amor. Se avivaron los rescoldos de peleas anteriores: mis borracheras, lo abandonada que tenía a Jenny, mis arranques de amargura y autocompasión. Cuando salíde casa hecho una furia, los gritos de Susan me siguieron en el aire frío de la noche.
Había un paseo de veinte minutos hasta el bar. Cuando el primer trago de Wild Turkey me llegóal estómago, la tensión del cuerpo se me disipóy, una vez relajado, entréen la habitual rutina del bebedor: primero ira, luego sensiblería, tristeza, arrepentimiento, rencor. Cuando me marchédel bar, sólo quedaban allílos casos perdidos, un coro de borrachos batallando con Van Halen en la máquina de discos. Tambaleándome, me encaminéhacia la puerta, me caípor la escalera de la entrada y me raspédolorosamente las rodillas en la grava de la acera.
Y cuando volvía a casa con paso vacilante, mareado y con náuseas, obliguéa virar bruscamente a varios coches cada vez que, en mis vaivenes, invadía la calzada y veía los rostros de alarma y enojo de los conductores.
Ante la puerta, busquéa tientas la llave y en el forcejeo por introducirla rayéla pintura blanca bajo la cerradura. Había muchas marcas bajo la cerradura.
Supe que ocurría algo anormal en cuanto abríla puerta y entréen el vestíbulo. Al irme, la casa estaba caldeada, con la calefacción al máximo porque a Jennifer le afectaba mucho el frío del invierno. Era una niña preciosa pero frágil, delicada como un jarrón de porcelana. En ese momento hacía el mismo frío dentro de casa que fuera. Caído sobre la alfombra había un pedestal de caoba, y, rodeado de tierra y partido por la mitad, yacía el tiesto que antes sostenía. Las raíces de la flor de Pascua quedaban a la vista, con un desagradable aspecto.
Llaméa Susan una vez, luego otra, en esta ocasión levantando más la voz. Los vapores del alcohol empezaban a disiparse y tenía el pie en el primer peldaño de la escalera que subía a los dormitorios cuando oíbatir la puerta trasera de la cocina contra el fregadero. Instintivamente me llevéla mano al Colt DE, pero estaba arriba en mi escritorio, donde lo había dejado antes de enfrentarme a Susan y a un nuevo capítulo de la historia de nuestro agonizante matrimonio. En ese momento me maldije. Más tarde, aquello se convertiría en el símbolo de todos mis fracasos, de todos mis cargos de conciencia. Avancécon cautela hacia la cocina, rozando con las yemas de los dedos la fría pared a mi izquierda. La puerta estaba casi cerrada y la abrídespacio con la mano.«¿Susie?», llaméa la vez que entraba. Resbaléligeramente al pisar algo húmedo y pegajoso. Bajéla vista, y estaba en el infierno.
En la floristería, el anciano entorna los ojos perplejo. Con gesto afable, agita el dedo ante mí.
– Estoy seguro de haberlo visto en algún sitio.
– No creo.
– ¿Es usted de por aquí? ¿De Canaan, quizá? ¿De Monterey? ¿De Otis?
– No. De otra parte. -Con una mirada le doy a entender que ésa no es la clase de indagaciones que le conviene hacer, y advierto que se echa atrás. Estoy a punto de usar la tarjeta de crédito, pero cambio de idea. Cuento el dinero, lo saco de la cartera y lo dejo sobre el mostrador.
– De otra parte -repite, y asiente con la cabeza como si esas palabras tuvieran para él un significado íntimo y profundo-. Debe de ser una ciudad grande. Trato con mucha gente de fuera.
Pero ya estoy saliendo de la tienda. Al poner el coche en marcha, veo que me observa a través del escaparate. Detrás de mí, el agua gotea de los tallos de las rosas y encharca el suelo.
Informe policial suplementario (continuación)
Caso número:96-12-1806
Susan Parker estaba sentada en la silla de pino de la cocina, de cara al norte, hacia la puerta de la cocina. La parte superior de la cabeza estaba a tres metros y dieciocho centímetros de la pared norte y a un metro y noventa centímetros de la pared este. Tenía los brazos echados hacia atrás, a la espalda, y…
atados a los barrotes del respaldo de la silla con un cordón fino. También tenía los pies atados a las patas de la silla, y la cara, oculta casi toda por el pelo, parecía tan ensangrentada que no quedaba la menor porción de piel visible. La cabeza le caía hacia atrás, de modo que la garganta se le abría como una segunda boca, inmovilizada en un mudo grito rojo. Nuestra hija yacía desmadejada sobre el regazo de Susan, con un brazo colgando entre las piernas de su madre.
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