Juan Berterretche - El Comisario Va En Coche Al Muere

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El Comisario Va En Coche Al Muere: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato.
La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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Antes de que el bisoño Seluja pudiera colocar la segunda, se escuchó el primer disparo. Eran exactamente la una y media, según el relato de un testigo ocular que en ese instante miraba su reloj.

Un hombre salió al paso del vehículo desde la vereda opuesta a la vía, haciendo fuego con su pistola, mientras, simultáneamente, otros dos abandonaban una zanjita cercana, donde estaban escondidos, iniciándose un ininterrumpido tiroteo sobre el coche.

Al sentirse herido, Seluja aceleró la marcha tomando Bulevar hacia el norte, pero unos metros más allá de la bocacalle de Monte Caseros se arrojó o cayó del automóvil, continuando, entonces, el coche sin dirección, hasta que fue a parar, luego de un brusco viraje hacia la derecha, sobre un terreno baldío de la margen este del bulevar.

El auto había sido baleado especialmente desde el ángulo izquierdo y desde atrás, habiendo disparado los atacantes más de veinte tiros, algunos de los cuales, dirigidos al chofer con toda precisión, dejaron sus huellas coincidentes en un mismo punto del parabrisas.

El coche mostraba una perforación en el parabrisas, dos en la capota, una en la portezuela delantera izquierda, dos en la trasera del mismo lado y otras cuatro por la parte de atrás de la carrocería.

En el asiento trasero del Ford, yacía con la cabeza recostada sobre la capota recogida, el comisario Luis Pardeiro. Uno de los proyectiles le había impactado en la frente y la masa encefálica quedó desparramada sobre la parte superior del asiento que ocupaba y sobre el guardafangos izquierdo.

En medio de Bulevar, a unos metros del coche, yacía el cuerpo del chofer Seluja con dos heridas mortales en el costado izquierdo.

Quince cápsulas quedaron esparcidas en la calle.

Cuando los tres hombres empezaron a correr por Bulevar hacia Hocquart, a sus espaldas agonizaban dos personas.

El ruido de los disparos había atraído a algunos vecinos y transeúntes que observaron cómo los atacantes doblaron por Hocquart.

Un grupo de gente comenzó a perseguirlos arrojándoles piedras y latas, pero pronto se detuvieron al ver que los que huían los amenazaron con sus armas. Al llegar a Victoria los tres sujetos tomaron hacia el norte. Luego de correr unos instantes sintieron que un vehículo venía detrás de ellos. Decididos le hicieron frente y bajo amenaza lo conminaron a virar hacia el sur. Era un camión que transportaba carne y su chofer declaró luego:

El que nos amenazó es más bien bajo, de complexión fuerte, cara bastante redonda, poblada por una barba escasa de color rojizo. Usaba lentes apenas ahumados con armazón de carey y llevaba una gorra común con visera. Su traje era nuevo, de color marrón o guindo a rayas de fantasía. Al cuello llevaba un pañuelo blanco bien ajustado. Los otros dos que lo acompañaban eran delgados y uno de estos, el más alto de los tres, tiene en la cara un profundo surco que hace sobresalir la mandíbula y el pómulo. Tenía un saco azul de mecánico y pantalón de otro color. Los vi seguir por Victoria hasta Coquimbo y doblar por ésta hacia la izquierda. [22]

El mecánico Raúl Gauthier trabajaba en el garaje propiedad de Antonio Pérez Hernández, en la calle Coquimbo 2323, entre Patria y Juan Paullier, cuando vio que alguien maniobraba con su automóvil en la puerta del taller. Al acercarse pudo observar que dos hombres ya estaban instalados en él y que un tercero había subido al pescante. El vehículo comenzó a moverse marcha atrás y Gauthier les gritó que lo dejaran. Los tres hombres, con las caras descompuestas de correr, le apuntaron con sus armas gritándole: Párese, al tiempo que llegaban a la esquina, siempre marcha atrás, tomando por Juan Paullier hacia afuera.

Uno de ellos era grueso y rubio y vestía un saco de mecánico y una boina azul; el del pescante tenía saco azul y el que estaba instalado en la parte trasera vestía blusa azul y gacho negro.

Esta fue la descripción que dio Gauthier de quienes se fueron con su Studebacker 1929.

El coche, que improvisadamente había servido para la fuga, fue abandonado en Pando y Ceibal, frente al Hospital Español. Una mujer dijo haber visto a las personas que descendieron del coche a las trece y cuarenta y cinco:

Uno de los hombres que siguió hacia la calle Rocha por Ceibal, llevaba un envoltorio donde podía ocultar las armas. Los otros dos tomaron por Pando hacia el norte. Uno de estos lucía un rancho de paja.

* * *

Poco después de finalizado el entierro de Pardeiro, en la Cámara de Representantes el Diputado Buranelli propuso que el cuerpo se pusiera de pie en homenaje al Comisario y se enviara una nota de condolencia a la familia del policía fallecido. La moción del diputado herrerista fue rechazada por la vía de pasarla a comisión, no sin antes oírse algunas acusaciones muy duras al Comisario.

Para Paseyro (de la corriente de Lorenzo Carnelli) los autores del crimen pueden haber sido “obreros o ciudadanos apaleados por el Comisario Pardeiro, que han llegado a sentir en su alma la reacción violenta”.

Para el batllista Fusco: “En la actuación policial del señor Comisario Pardeiro, según viejos informes, hay lagunas lamentables, correspondientes a la época que se lo sindicaba como duro en su trato con los delincuentes, duro al extremo de incurrir en castigos cuando la pesquisa no era lo suficientemente clara como para tener éxito por el solo medio de su sagacidad”.

Grauert es el más terminante: “jamás yo, que he hecho denuncias en Cámara contra los procedimientos policiales, podría votar un homenaje a quién conceptúo que era el que más se destacaba en las torturas que se han realizado en la Policía de Investigaciones”. [23]

Ninguna voz se levantó en el Parlamento para desmentir estas afirmaciones. Y más aun, la votación de pasar a comisión la propuesta del Diputado Buranelli indica la convicción que mayoritariamente tenía el cuerpo.

No por casualidad en esos momentos funcionaba una comisión investigadora de la Cámara, sobre castigos en la policía.

Existía la certeza de que los abusos policiales eran -al decir de Fusco- producto “de un régimen, de un sistema, de una escuela”, con plena vigencia en el momento.

Sin embargo, Boadas Rivas afirma que ni hubo torturas contra los detenidos de la calle Rousseau, ni contra Roscigno luego de haber sido apresado en la casa de Dassori.

El trato diferenciado se explica en que la policía consideraba que estos prominentes anarquistas gozaban de la protección de los políticos y contaban con la simpatía del “populacho”.

Respecto a los políticos, no podían caber dudas sobre la fluida relación de los refugiados anarquistas con los batllistas de El Día. Era tradicional el intento de los Batlle por cooptar a esta experimentada gente al aparato partidario. La propuesta de César Batlle a Boadas Rivas era la tónica de ese relacionamiento.

Faccia Brutta

En la década del veinte, en un Montevideo donde no escaseaba la comida, igualmente, para los inmigrantes recién llegados, la vida no era fácil.

Algunos eran trasbordados del barco en que habían atravesado el océano a un lanchón que los llevaba directamente al Cerro, donde los esperaba el trabajo en los frigoríficos.

Los que desembarcaban en el puerto de Montevideo pasaban a alojarse hacinados en casas de hospedaje, en piezas, cuchitriles, altillos y sótanos, de doce a catorce por habitación, en colchones o en camitas de hierro colocadas una al lado de la otra, sin ningún espacio entre ellas y con sus míseros equipajes y herramientas a los pies del camastro.

Ingresaban a los más duros puestos de trabajo. Las compañías de tranvías, por ejemplo, los tomaban para los talleres, en el turno de la noche, para la limpieza de los coches, o limpiando piezas de los vehículos, con querosene.

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