El profesor casi se cae de espaldas al verme en la entrada.
– ¡Brahim! ¿Qué estás haciendo aquí?
– Estoy de paso. ¿Te molesto?
Mira por encima de mi hombro.
– ¿Estás solo?
– Como un chico mayor, profesor.
– ¿Sabes qué hora es?
– Pensaba que para los amigos no había hora.
– Sí, siempre que no se pasen. Supongo que tienes un buen motivo para sacarme de la cama tan temprano.
– En casa no conseguía pegar ojo.
Me mira con extraño semblante y se aparta para dejarme pasar.
– ¿Qué ocurre, Brahim? -pregunta encendiendo la luz del techo.
Está en pijama, con medio culo asomando fuera del pantalón. Su camiseta de tirantes desgastados flota sobre un torso macilento del que sobresalen las costillas, evidenciando la labor de zapa de su avanzada edad. Mi amigo el profesor es ya casi historia pasada, y me avergüenzo un poco de tener que volver a sacarla a relucir.
Me mira con ojos de perro moribundo.
– Pareces desorientado, comisario. ¿Qué te ocurre?
Le señalo una silla.
– Siéntate, profesor, para que no te caigas de culo.
– ¿Tan grave es?
– Haz el favor de sentarte.
Obedece tras un titubeo.
– Dime.
Le pido con el dedo que tenga paciencia. Asiente con la mano. Mi aliento ratea y me tomo una pausa para disciplinarlo. Cuando consigo concentrarme en el tema, inicio las hostilidades.
– Puedes detenerme cuando quieras, profe. ¿Estás listo?
– …
– Cogemos a un preso sin memoria, que llamamos SNP. Le injertamos el pasado que conviene a nuestros amigos y nos las arreglamos juntos para que se beneficie del indulto presidencial. A la vez, alborotamos la ciudad para que se crea que esa liberación es un despropósito, pues el susodicho es un peligro potencial para la sociedad. Total, que todo el mundo está sobre aviso. Empezando por cierto comisario de policía. Así se pone en marcha el dispositivo. Una vez libre, nuestro SNP recupera repentinamente la memoria. Recuerda al hombre que destrozó su vida y la de su familia y decide matarlo. Mala suerte: se equivoca y se carga al chófer de su víctima. Ahora bien, no se trata de una víctima cualquiera. Hach Thobane está en tal estado que el propio Estado se echa a temblar. Pelotones de sabuesos salen a la caza del asesino. Consiguen cargárselo. Pero, de pasada, un teniente de la policía se chupa el marrón. Como se ignora qué hacía su pistola junto al cadáver del asesino, se da prioridad a la teoría de la complicidad. El viejo comisario Llob no tiene más remedio que sacar a su subordinado del avispero en el que se ha metido. Para disculpar a su compañero de equipo, intenta establecer una relación entre el asesino y su objetivo. Y ahí es donde se verifica el pasado injertado al detenido desmemoriado que hemos llamado SNP. No hay como un amnésico para inventarle una historia a medida, ¿no es así? Si, además, no tiene familiares ni conocidos, se le puede quitar de en medio sin dejar rastro. ¡Un trabajo fino! El crimen perfecto. Tanto más si resulta que el comisario tiene otras preocupaciones: su amigo se pudre en las mazmorras de irás y no volverás. Cuanto más tiempo pasa, peor para el pobre infeliz. Es un asunto de lo más urgente. Hay que ir quemando etapas e ir directamente al grano. Hace tiempo que el terreno está abonado y el viejo madero sólo tiene que seguir las orientaciones que le van marcando. Hasta la matanza de Sidi Ba. Una matanza horrorosa y un escándalo de cuidado. El macabro descubrimiento se cuenta con todo lujo de detalles en la tele, y la prensa escrita se encarga de aderezarlo a gusto del consumidor. Hach Thobane, el exterminador de la familia de SNP, incapaz de asumir su monstruoso pasado, se suicida. Normal. ¿Qué otra cosa podía hacer? Está acabado y era irrecuperable, por lo que la nación lo vomita de su seno. Así se toma su revancha el Bien contra el Mal. Exactamente como en los seriales didácticos. Entierran al canalla como si fuera un perro. Se ha hecho justicia. El teniente de la policía queda rehabilitado. Cae el telón, se acabó el espectáculo y cada cual regresa a su casa… ¿Qué te parece mi sinopsis?
– No veo a qué viene todo esto, Brahim.
– ¿No me digas?
– Cuando te vi llegar a esta hora tan rara, me dije que no estabas del todo bien de la cabeza. No me equivoqué.
El profe aguanta bien el chaparrón, como si le hubieran dado instrucciones.
Se pasa la mano por sus greñas canosas y estira los labios. No por ello deja de sentirse incómodo.
– ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Aluch?
– Muchísimo -suspira.
– Has pasado por altibajos, ¿no es así?
– No ha sido un camino de rosas.
– ¿Ha cambiado una sola vez mi actitud con respecto a ti?
– Eres un hombre decente, Brahim. Has sido igual de atento conmigo en los mejores y en los peores momentos.
– ¿Piensas que se debe a un cretinismo congénito?
– ¿Cómo puedes decir tal disparate?
– Porque ésa es exactamente la pregunta que me estoy haciendo, profesor. Me pregunto si mi rectitud no demuestra mi idiotez, pues hay que ser un auténtico tarado para seguir queriendo y confiando en un país donde cada cual se empeña en abusar del prójimo para sobrevivir.
– ¡Vaya por Dios, qué deprimido estás!
– No te pongas la bata blanca, que tú eres el que está tumbado en el sofá, profesor. No he venido para una sesión de hipnotismo.
– ¿Entonces, para qué has venido? -truena una voz detrás de mí.
Me doy la vuelta.
Cherif Wadah está de pie junto a la puerta de la habitación contigua, acabando de ponerse una bata. Su rostro, aún abotargado de sueño, se estremece espasmódicamente.
– ¿Señor Wadah? -digo-. Creía que estaba en el extranjero.
– También lo creen mis enemigos, y mejor así.
– ¿Y éste es su escondite?
– Métase en sus asuntos, comisario. ¿Qué está usted contando al profesor? ¿A qué vienen esas elucubraciones? ¿Se da cuenta de la incongruencia de sus palabras?
Pretende intimidarme, pero no me dejo dominar.
– La incongruencia está en los hechos tal como se han producido, señor Wadah. ¡Menuda torpeza!
Cherif Wadah se anuda el cinturón de la bata y avanza hacia mí. Está furioso e intenta conservar la calma. Coge un despertador y lo mira.
– ¡Joder, son las cuatro de la mañana! Hay que estar mal de la cabeza para venir a esta hora a contar chorradas a gente que lo que quiere es dormir.
Me mira de hito en hito, adelantando la mandíbula.
– Está usted perdiendo el hilo de la historia, señor Llob. Ya sé que ha pasado por tragos muy malos, pero ya acabó todo. En su lugar, me dedicaría a pensar en otra cosa. El país está empezando una nueva vida. Debería alegrarse de ello. Ha hecho usted un trabajo soberbio. Ha estado fantástico. ¿Por qué poner en duda lo que ha emprendido con tanta abnegación e inteligencia?
– Cuidado, me está dando coba. Voy a caer en éxtasis.
– Se merece todas las consideraciones del mundo. Y las tendrá, una tras otra, sin que le falte una sola. Me encargaré personalmente de ello. Gracias a usted, va a nacer una nueva era… No busque respuestas allá donde ni siquiera hay preguntas. Eso le aleja de lo esencial y de la estima de la gente. Olvide esta historia y váyase a Bulgaria…
– ¿No me diga que también está al corriente?
– Fui yo quien se lo pedí a Ghali Saad para usted.
– Me podría haber consultado.
– Quería darle la sorpresa.
– Lo que me sorprende es que no consigo quitarme de encima a Ghali Saad. Me lo encuentro en todos los caminos que tomo, y eso ya me tiene aburrido.
– Va usted desencaminado, comisario, se lo aseguro. No hay complot. A Hach Thobane lo ha atrapado su pasado. Decidimos no ayudarle, eso es todo. Era un ser inmundo. Ha causado enormes preocupaciones a la patria, la impedía avanzar, se oponía a las reformas, al conjunto de iniciativas susceptibles de mejorar las condiciones de trabajo y de vida de nuestros conciudadanos, tenía al pueblo secuestrado. Consideraba que cualquier propuesta política o económica atentaba contra su imperio financiero y se empeñaba en mantener a la sociedad en el marasmo y en la descomposición mental. Le aseguro que su trabajo ha sido una bendición. ¡Por Dios, usted lo conocía! No irá a decirme ahora que lo lamenta. Ese hombre debía desaparecer de una manera o de otra. O él o Argelia. La Historia ha decidido. El muy cobarde se pegó un tiro en la cabeza, y la vida sigue.
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