Yasmina Khadra - La parte del muerto

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - La parte del muerto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La parte del muerto: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La parte del muerto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un peligroso asesino en serie es liberado por una negligencia de la Administración. Un joven policía disputa los amores de una mujer a un poderoso y temido miembro de la nomenklatura argelina. Cuando este último sufre un atentado, todas las pruebas apuntan a un crimen pasional fallido. Pero no siempre lo que resulta evidente tiene que ver con la realidad. Para rescatar de las mazmorras del régimen a su joven teniente, el comisario Llob emprende una investigación del caso con la oposición de sus superiores.

La parte del muerto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La parte del muerto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Esto no es un atraco -le digo-. Ni siquiera he traído una bolsa para llevarme tu calderilla.

Asiente con la cabeza sin atreverse a bajar los brazos.

Al otro lado de la línea, el desconocido sigue reprochando al cajero su inconveniencia. Está cabreado y grita tan fuerte que temo que reavive mi otitis.

– Ya está bien, soy Llob. ¿Por qué no estás en el café?

El desconocido se calma.

Se sorbe los mocos un par de veces y luego me suelta con voz chillona:

– No puedo ir al café.

– ¿Qué pasa, me citas y luego te quedas en casa?

– No es eso, comisario. Quería hablar contigo. No me fío de los teléfonos oficiales. Están todos pinchados. No tenía intención de ir al café. Lo que pretendía era conversar contigo desde un aparato más fiable.

– ¿De qué?

– Estoy de mierda hasta el cuello, comisario. Pretenden quitarme de en medio. Llevo tres semanas huyendo. Me estoy volviendo loco. Ni puedo volver a mi casa ni meterme en un hotel. No tienes idea de lo hecho polvo que estoy.

– ¡Ni siquiera sé quién eres!

Le oigo jadear, percibo el ruido de un tráfico intenso y de gente que se llama a voces. Debe de estar telefoneando desde una cabina pública.

– Mi nombre no te diría nada -me declara carraspeando-. No estoy fichado.

– ¿Cuál es el problema?

– Me he cargado a un tipo.

– …

– Quiero entregarme.

– ¿Necesitas la dirección de la comisaría más cercana?

– No me tomes el pelo, comisario -dice mosqueado-. Esto va en serio. Van a por mí los de la jet y necesito que alguien me proteja. Quiero entregarme ahora mismo, pero no de cualquier manera.

– Dime primero qué es eso de la jet.

– ¡La jet set , hombre!

– No entiendo.

– ¡Las altas esferas, narices!

– Sigo sin entenderte, buen hombre. Me lloriquea al teléfono. El bramido de un camión ahoga su gemido.

– No puedo seguir así mucho tiempo, comisario. Me encontrarán y me matarán. Eres mi única oportunidad. Me entrego a ti y me garantizas un juicio justo.

Por su tono enfebrecido, entiendo que el diablo le anda pisando los talones.

– De acuerdo, te espero en mi despacho.

– Deja ya de tomarme el pelo, comisario. Como asome la nariz me apiolan.

– ¿Qué propones?

– Que vengas a buscarme. Solo. No quiero a nadie contigo. Y ven ahora mismo. Y digo bien ahora mismo, pues si no me largo. No intentes urdir un plan, comisario. No lo necesitas puesto que me entrego. A ti y a nadie más.

– ¿Qué tengo yo que no tengan los demás?

– No eres un corrupto. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Eres de fiar.

– ¿Por dónde andas?

– Por el barrio de los Castores.

– No es un sitio para irse de excursión.

– Desde luego.

– ¿Crees que puedo fiarme de ti?

– Te juro que no es una encerrona.

– Los Castores es muy grande.

– Por la parte norte hay una antigua obra, dos edificios inacabados. Es fácil encontrarla. Si llegas de Bab Ez-Zuar, te pilla a la izquierda. Después del descampado te topas con ella.

– Ya veo dónde es.

– Muy bien, comisario. Ya te estoy esperando. Y sobre todo, ni escolta, ni amigos, ni colegas. Controlo toda la zona. Como note algo raro, ahueco el ala.

Se le quiebra el jadeo y casi solloza:

– ¿Vas a venir a buscarme, comisario? Dime, por los tuyos, si puedo contar contigo.

– Como si fuera tu línea de crédito.

La obra ocupa la mitad de un descampado, al final de un barrio periférico que parece salir de una nube nuclear. La pista que conduce hasta allí cruza un vertedero municipal y luego se da de bruces con un barracón sin techumbre y con las ventanas desvencijadas. La fealdad del lugar hace pensar en el desconsuelo que produce la desesperanza. Los montículos de escombros crecen en medio de la desolación como si fueran forúnculos monstruosos, tan lastimosos que no hay gato que se les acerque. Miro detenidamente a mi alrededor. Una ratonera de cuidado. Mi mano comprueba instintivamente que la pipa está en su funda. La frialdad de la culata me tranquiliza. Aparco mi carro tras una garita esquelética y espero, con el oído alerta. A mi izquierda, una hormigonera abandonada está acabando de descomponerse entre montones de chatarra y de maderos podridos. Una alambrada desgarrada hace lo que puede para delimitar el recinto, en parte alzada por oscilantes estacas y en parte tumbada. A mi derecha, una cohorte de matorrales cubre un centenar de metros hasta un pequeño bosque de árboles hirsutos. Frente a mí, los dos edificios a medio construir, horribles como la desgracia, grisáceos, esqueléticos, afligidos.

Una silueta surge tras un fárrago de malas hierbas.

Esperaba encontrarme con un hombre y me hallo ante un espectro.

Aterrado, con la ropa arrugada y sucia, los zapatos destrozados, el individuo haría salir corriendo a un conjurado como si se tratara de una redada. Lleva su larga y mugrienta melena pegada a las sienes, enmarcando un rostro descompuesto y macilento como el de un moribundo. Sus ojos tumefactos no paran de moverse.

Se arrastra con recelo hasta el capó de mi coche.

Abro la portezuela y salta hacia atrás, a la defensiva.

– ¿No quieres subir?

– Ahora mismo no -gruñe limpiándose los mocos con el brazo-. Puede que lleguen tus colegas.

– He venido solo.

– No tengo por qué creerte.

– ¿Ya no confías en mí?

Retrocede a la vez que hace con la boca un rictus lamentable.

– En mi oficio, eso es pecado mortal.

– ¿Y a qué te dedicas?

Se pone de puntillas para escrutar los alrededores y concentra su mirada en el bosquecillo. Su pavor me ofusca. Me mira de hito en hito y suelta, desalmado:

– Asesino ocasional.

– ¿Sólo eso?

Carraspea y lanza muy lejos un escupitajo. Su mirada, que parecía perdida, se endurece. Me dice con voz gélida:

– Cada cual hace lo que puede para llegar a fin de mes.

– ¿Qué es un asesino ocasional?

Se mete las manos en los bolsillos, con las cejas caídas. Debe de preguntarse si le conviene seguir con la conversación. Ahora que me tiene enfrente, ya no está seguro de nada. Hace caso omiso del hilillo elástico que le cuelga de la nariz.

Retrocede unos cinco metros, ametrallando el entorno con una mirada de acosado.

– Comisario -insiste-, entérate bien de que quiero entregarme. Me he cargado a gente, pero ahora quiero pagar. Sin remisión de pena.

– Estás en tu derecho.

– La gente que me paga me anda buscando para eliminarme. Eso no venía en el contrato y no voy a dejar que me pesquen.

– Apiádate del poco seso que me queda y dime primero quién eres y por qué quieren tu pellejo.

– A mí me reclutó gente que manda en las alturas. En tiempos en que hacía y deshacía en Tilimli al frente de una pandilla de golfos, me cargué a un rival. Me detuvieron y creí que me ajusticiarían. Entonces me propusieron trabajar para la gente de arriba a cambio de ser absuelto. Era una buena oferta. No sólo podía volver a empezar de cero, sino que además había subido en el escalafón. Con veinte años no se puede despreciar una propuesta así. Me empleé a fondo sin pensármelo dos veces. Buena paga, buena ropa, buena casa. Y encargos fáciles: amantes molestas, chulos entrometidos, sirvientes indiscretos. Iba en su busca y me los cargaba. Asuntos poco complicados. Volvía a casa y recogía el sobre en mi buzón. El resto del tiempo me dedicaba a gastarme el dinero como un señorito. Me he tirado diez años viviendo esta vida de terciopelo. Era de lo más cumplidor, no ponía pegas a nada. Y, de repente, resulta que mis patronos quieren liquidarme. No creo haberme saltado las reglas. No tengo idea de lo que está ocurriendo. Hace tres semanas raptaron a mi amiga. Pensé que se había largado. ¡Qué va! Mis patronos me dijeron que si quería volver a verla con vida, tenía que presentarme ante ellos. ¿Acaso me estaba ocultando? Como no tenía nada que reprocharme, supuse que se trataba de un malentendido y me presenté. Me llevaron a una casa de campo y me dijeron que esperara allí tranquilamente, que las cosas se habían puesto feas, que debía salir del país y que me estaban preparando un pasaporte. Vale, les dije. Luego se presentó un gorila. Le pregunté si traía el pasaporte. Me dijo que sí, sacó su pistola y añadió, enroscando un silenciador: «Te traigo hasta el visado». No necesité rellenar ningún formulario. Le metí un viaje. Mi amiga Warda y yo salimos corriendo hacia un bosque. El gorila y otro macaco nos persiguieron. Disparaban a la vez que nos ordenaban que nos detuviéramos. Warda recibió un balazo en el muslo. No pude hacer nada por ella, ni sé lo que le ha ocurrido. Yo seguí adelante al galope. Así llevo veinte días. No puedo volver a mi casa. No tengo dónde ir y vivo como un perro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La parte del muerto»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La parte del muerto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La parte del muerto»

Обсуждение, отзывы о книге «La parte del muerto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x