– No soy un instrumento.
– Ése es tu error, Brahim. No somos más que peones en un tablero de ajedrez. Pongamos que sea cierto, que Hach Thobane haya sido asesinado… ¡Dios, qué espanto me produce esa suposición! -gruñe secándose la frente-. ¿Cuál es tu problema? Es un asunto de peces gordos, y la morralla no pinta nada aquí. La gente que se mueve por las alturas hace reformas a su manera en su serrallo. ¡Joder! Hacen lo que les da la gana, están en su casa. Se te ha pedido que colabores un poco en esta purga. Ya han tirado de la cadena. Ahora, te limpias el culo, vuelves a tu casa y cierras la puerta a cal y canto. ¡Tampoco es tan difícil entenderlo, narices!
– ¿Y tú eres el que me suelta ese discurso, Dine?
– ¿Y qué soy sino un corneta, Brahim? ¿Qué esperabas, que te felicitara por tu sagacidad? Si has venido para que te glorifique y te anime a meterte en la boca del lobo, te has colado. Tengo críos y una esposa en casa. Mi cometido acaba justo donde empieza el territorio de los dioses. Sigo adelante mientras mis jefes me piden que lo haga. Cuando le dan al botón de apagar, se me enciende una luz roja en la cabeza. Conozco mis límites. Yo también he tomado veredas sinuosas. A veces, resulta que llegas a un calvero prohibido. Entonces toca retirarse, y te aseguro que soy el primero en largarme cuanto antes. No soy profeta ni justiciero. Soy comisario y obedezco órdenes, y punto.
Me agarra por las muñecas.
– De tú a tú, Brahim, ¿crees que das la talla para medirte con ellos? Acaban de eliminar al hombre que se suponía que no podía ser destronado. Así, de un papirotazo. Ese fulano era un gurú. Tenía amigos en todas partes y un ejército de fieles. Estaba mejor protegido que una fortaleza sagrada, y fíjate en qué ruina lo han convertido. Es como si, de la noche a la mañana, jamás hubiese existido… Esto tiene demasiada tela para nosotros. Demasiada para enanos como nosotros. Los asuntos que están en juego son colosales, y nosotros microscópicos. Créeme, Brahim, déjalo ya. No eres más que una mosca revoloteando alrededor del culo de una vaca; un simple pedo te haría pedazos. Si aceptas otro consejo, no cuentes a los demás lo que me acabas de contar. En nuestro país, la confianza es el primer paso hacia la perdición.
El camarero nos trae nuestros filetes con patatas y se eclipsa. Dine se sigue secando el sudor con su servilleta, sus labios están blancuzcos. Empuja su plato con la otra mano.
– Me has cortado el apetito.
– Lo siento -le digo clavando mi tenedor en un trozo de patata.
– Sinceramente, Brahim, ¿qué es lo que te atrae tanto de los follones?
– Digamos que tengo un sentido de la honradez algo distinto del tuyo.
– Soy honrado.
– ¡No me digas!
– En primer lugar, conmigo mismo. Conocer los límites propios supone, por lo pronto, no abusar de uno mismo.
Se levanta.
– ¿Te vas?
– Me largo, Brahim. Voy ahora mismo a pedirme un par de semanas de vacaciones para protegerme de tus imprudencias. No tengo ganas de que se me quiten las ganas de comer cada dos por tres.
Suelta su servilleta como quien arroja la toalla, va a pagar la cuenta y sale del restaurante sin mirarme.
Me siento desamparado como una espora extraviada en plena naturaleza. Soria Karadach no ha vuelto a dar señales de vida, dicen que Cherif Wadah está en el extranjero, el dire se ha apalancado en las aguas termales de Righa, la Central parece un cercado abierto a los cuatro vientos y Argel una camisa de fuerza. He vuelto a la clínica para ver a Lino. Aún no ha recuperado su color, pero la vida va poco a poco aflorando en él. No hablamos mucho. Me senté en el borde de su cama y nos miramos sin encontrar palabras. El médico se nos acercó. Tras unas cuantas palabras amables, se dio cuenta de que no estábamos para bromas. Se fue mirándonos con extrañeza por encima del hombro, preguntándose si sólo hemos nacido para aguar las escasas alegrías que le quedan al mundo.
He vuelto al tajo como volvió la proverbial Halima a sus costumbres de toda la vida. Ni demasiado temprano por la mañana ni demasiado tarde de noche. Aunque sigo estando muy irritable, no me parece oportuno hacer una montaña de todo. El futuro nos dirá lo que oculta el presente. Eso no significa que me haya rendido. En la vida no basta con saber lo que se quiere; lo importante es conseguirlo. Por ahora, no sé cómo. Así que me armo de paciencia.
Serdj se ha hecho cargo de los expedientes que estaban pudriéndose en mis cajones. Es un muchacho muy servicial. Si se me extraviara la dentadura postiza, se ofrecería para masticar por mí. He visto a inspectores entregarse sin escatimar esfuerzos, pero ninguno le llega a la suela de los zapatos.
Baya ha engordado ligeramente. Se le ha ensanchado el pecho y la opulencia de su grupa tiene al personal cada vez más trastornado. Llega cada mañana con el bolso repleto de chocolatinas suizas. Deduzco que su nuevo semental se ha aprendido mejor la lección que los anteriores. ¡Menudos son estos pelirrojos! Se adelantan tanto en la premeditación que hasta se les chamusca el pelo.
En cuanto a Bliss, se lo ha tomado realmente en serio. Dirige este gallinero con inusual devoción. La interinidad le ha abierto el apetito. Desde que el dire estuvo a punto de irse para el otro barrio, Bliss se comporta como dueño y señor. Se ha comprado un lustroso traje con chaleco, unas gafas Ray-Ban auténticas y luce su austera corbata con la cara muy alta. Me lo he cruzado una vez por el pasillo. Se indignó porque pasé de largo sin saludarle. Hay que ver cómo las alturas se le suben a uno a la cabeza, sobre todo cuando su reino es aleatorio. Unos minutos después, me llamó para que le hiciera de recadero. Ahí me di cuenta de que habrá que llamarle al orden, pues, de seguir así, me acabará tendiendo la mano para que se la bese. Afortunadamente, las cosas no van a tardar en racionalizarse. Al parecer, el dire está como una rosa: lo han pillado lamiéndole la almeja a una enfermera, lo cual demuestra que está recuperando tanto su lucidez como su afición por los sabores pecaminosos.
Una mañana, a las diez menos cuarto, alguien me llama por teléfono. Su voz tiene graves goteras. Al principio sus jadeos me impiden enterarme de nada; habla tan rápido que no consigo alcanzarle. El fulano me explica que tiene que cortar y me suplica que nos veamos en el café Nedroma, no lejos de la Central. Le pregunto quién es. Insiste en la cita y cuelga. Sopeso los pros y los contras. De todos modos, hace mucho calor en mi despacho y el aire acondicionado no funciona. Diez minutos después, acelerando la marcha, llego al café señalado, frente a la estación de autobuses. Una escasa clientela abigarra su interior: ancianos tullidos, algunos viajeros pendientes de la llegada de su autocar y un par de chicos desencantados. Aparte del cajero gordo que me vigila desde su mostrador, nadie parece reparar en mí.
Miro mi reloj. No me he retrasado.
Aparece un hombre con un par de espuertas sobre los hombros, busca entre las mesas una cara conocida y se va echando pestes.
Éste no es.
Al cabo de tres minutos, el teléfono aúlla. El cajero descuelga, escucha distraídamente y gruñe:
– Te has colado, colega. Éste no es tu número.
Apenas cuelga y ya está sonando otra vez el teléfono. Esta vez, el cajero se despabila. Se le va congestionando la cara a medida que el chisporroteo se alarga.
– ¡Oye! -se mosquea el cajero-, no te he colgado en las narices, ¿vale? Me he limitado a decir que éste no es tu número. Esto es un café y no la centralita de una comisaría. Tu poli no trabaja en mi casa, ¿vale? Así que deja de rebuznar porque no lo soporto.
Le quito de las manos el auricular.
– ¡Oye, tú…!
Le enseño la pipa debajo de mi chaqueta, lo que se considera el gesto más inteligente de dar a conocer por la vía rápida tu identidad profesional. El cajero retrocede hasta pegarse al espejo y levanta las manos.
Читать дальше