Yasmina Khadra - La parte del muerto

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - La parte del muerto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La parte del muerto: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La parte del muerto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un peligroso asesino en serie es liberado por una negligencia de la Administración. Un joven policía disputa los amores de una mujer a un poderoso y temido miembro de la nomenklatura argelina. Cuando este último sufre un atentado, todas las pruebas apuntan a un crimen pasional fallido. Pero no siempre lo que resulta evidente tiene que ver con la realidad. Para rescatar de las mazmorras del régimen a su joven teniente, el comisario Llob emprende una investigación del caso con la oposición de sus superiores.

La parte del muerto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La parte del muerto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Aún no ha vuelto el dire. Sus cortesanos dicen que le queda convalecencia para rato. A pesar de la caída de Hach Thobane, su tensión se niega a bajar una décima. Pensé en ir a visitarlo a su casa, pero temí provocarle una recaída. Así soy de torpe cuando se trata de ser cortés.

En ausencia del jefe, Bliss se ha hecho el amo. Gestiona el gallinero con mucha garra, gritando más alto que la bandera que hay en la fachada del edificio. No es más que un inspector de poca monta, sin clasificación en la escala jerárquica; sin embargo, el personal se achanta y no protesta. En este país, la interinidad se adjudica a menudo a los hombres de confianza -a los lameculos y a los caguetas-, rara vez a quienes corresponde por el grado.

Echo de menos a mi Lino.

Curiosamente, me llama Ghali Saad justo cuando mi mirada se detiene en la mesa de despacho del teniente. Con su habitual jovialidad, comienza felicitándome por el trabajo que he llevado a cabo, me habla de la bonanza que empieza a espantar la grisura de los años de plomo, del alivio de las masas trabajadoras por fin libres de un tirano, de su convicción de que el país recuperará su magia de antaño… Al ver que no reacciono, pregunta si sigo al aparato. Le aseguro que sigo ahí, cual ahorcado, aunque me haya quedado sin cuerda. La metáfora le parece excesiva y la aparta con una risa almibarada. El teléfono me pesa en la mano. Tengo ganas de colgar y largarme lejos, donde nadie pueda dar conmigo. Ghali Saad va al grano. Primero me señala que se ha desollado el puño de tanto llamar a los despachos de los grandes jefes para que lo escuchen, y que tras asombrosos alegatos, basados en informes bien documentados y emotivas declaraciones, ha conseguido lo que pretendía: ¡Lino está libre!

Mi teniente ha cambiado su fosa séptica por una clínica de la parte alta de Argel.

He atravesado la ciudad a toda mecha, provocando insultos en cadena tras cada maniobra. Me he saltado dos o tres semáforos. El portero de la clínica levanta la barrera cuando oye chirriar los neumáticos de mi coche. Un médico solícito me explica que el oficial llegó de madrugada en un estado indescriptible y que se encuentra en la mejor habitación del centro, en manos de facultativos excelentes. Pido ver para creer. Hace una llamada y me pone en manos de una enfermera gigantesca que anda de puntillas, como si pretendiera tocar el techo.

Cruzamos una serie de pasillos rutilantes. Por aquí y por allá van cojeando algunos enfermos, bajo la atenta mirada de un matasanos con pinta de matón. Lino no está en su habitación. Nos informan de que un enfermero lo ha sacado en silla de ruedas a que se oxigene. Volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos al jardín. Lino está ahí, bajo un árbol, con una manta sobre las piernas. Parece un condenado a la silla eléctrica. Con los brazos blandamente cruzados sobre las rodillas, la espalda vencida por la pesadilla que ha padecido en esas mazmorras que no existen, contempla inmóvil un trozo de césped. En su ascético rostro, marcado para siempre por la infamia humana, la expresión de la desgracia se supera a sí misma. El guaperas de Bab El Ued ya no es más que un guiñapo cacoquímico. Si hubiese venido solo no lo habría reconocido.

– Conseguiremos que se recupere muy pronto -me promete la enfermera.

Me doy la vuelta para largarme cuanto antes.

– ¿Ya no quiere verlo, comisario? La miro.

– No en el estado en que está -le digo con la garganta encogida-. Me lo tendría en cuenta.

Asiente con la cabeza.

– Sí, lo comprendo -suspira.

Pero ya me he ido.

Para no aislarme en mi ira, recojo a Mina y vamos a casa de Monique. No me apetece nada encerrarme en mi habitación y darle vueltas a la imagen que me ha quedado de Lino. En una situación como ésta, un careo conmigo mismo me dejaría hecho polvo.

Monique nos acoge con su acostumbrada camaradería. Se alegra de volver a verme y no para de soltar chorradas para disipar el atrabiliario velo que me nubla la cara. Intento morder su anzuelo pero no consigo encontrarlo en las turbias aguas de mi pesadumbre. Mohand me observa desde su rincón. Adivina que estoy a punto de estallar como una bomba y prefiere no arrimarse demasiado a mí. Las anécdotas de Monique se van espaciando y se estrellan contra mi desdicha. Cenamos en medio de un mutismo desconcertante. Hacia las diez, Mina me pide permiso para que volvamos a casa. Mi actitud la ha decepcionado. Nuestros anfitriones estaban joviales y les hemos aguado la velada.

Ya en el rellano, cuando me dispongo a bajar los primeros escalones, Mohand me suelta:

– Sigues sin haberme contado el chiste del sepulturero que quiso hacerse espeleólogo.

Le suelto un guiño y refunfuño:

– ¿No te has enterado?

– No -contesta.

– Ha cambiado de opinión.

Tras lo cual bajo la escalera con el sentimiento de estar diluyéndome en mi pena.

Al día siguiente, me entero de que Nedjma ha tomado un avión para Frankfurt, por lo que los ojos ya sólo me sirven para llorar.

A pesar de ello, regreso al número 7 del Camino de las Lilas. Quiero saber lo que ha ocurrido realmente. La criada se lo piensa mucho antes de dejarme pasar. Como su señora se ha volatilizado, hace como si se sintiera del todo en casa. Se ha quitado el delantal, se ha soltado el pelo y está viviendo un sueño a pleno sol. A juzgar por sus ojos enrojecidos y su piel morena, debe de pasarse el día chapoteando en la piscina y tomando el sol a la vez que interminables jarras de zumos de frutas. Mi inesperada visita parece aguarle la fiesta. Peor todavía, la vive como un caso de conciencia: se siente culpable de abusar de los privilegios de la señora hallándose ésta fuera.

Aprovecho su subordinación interna para desconcertarla:

– ¿A qué hora se marchó exactamente?

– Apenas una hora después de que se fuera usted.

– Sin embargo, no daba la impresión de estar a punto de tomar un avión. ¿Usted estaba al tanto?

– No, señor.

– ¿Cree que fue por culpa mía?

– No lo sé, señor. Cuando se fue usted, se metió en su habitación. Seguramente para llamar por teléfono, porque me pidió de inmediato que le hiciera las maletas.

– ¿Cómo estaba?

– ¿Qué quiere decir?

– Que si estaba nerviosa, excitada, tranquila…

– Normal, como de costumbre. Ni tenía prisa ni estaba enfadada. Se duchó mientras le preparaba las maletas. La ayudé a peinarse y a maquillarse. Estaba tranquila. Cuando vinieron a buscarla, ya estaba lista.

– ¿Era un taxi?

– No, un coche grande negro con las ventanas ahumadas. Un señor grande cogió su equipaje y lo metió en el maletero. Luego le abrió la puerta a la señora y se fueron de inmediato.

– ¿Le dijo adónde iba?

– No.

– ¿O cuándo pensaba regresar?

– La señora nunca me dice nada.

– ¿Se llevó muchas maletas?

– Las suficientes para una larga estancia.

Me agarro la barbilla con el pulgar y el índice para que la criada note que la situación me plantea un problema serio. Ante mi apuro, se traga la saliva y se tritura los dedos. Elijo ese instante para ir al grano:

– ¿Puedo ir a su dormitorio?

Se sobresalta, como si la pillara por sorpresa, y mira a su alrededor.

– No sé si esas cosas se pueden hacer, señor.

– Soy poli y tengo todos los derechos.

Eso no me lo discute, pero intenta salvar la cara. Su voz casi me emociona cuando me pregunta con la boca pequeña:

– ¿Puedo acompañarle?

– Por supuesto, sólo quiero hacer una llamada.

– Hay un teléfono en el vestíbulo.

– Soy alérgico a las corrientes.

Ella levanta los brazos en señal de rendición.

Me meto en la habitación, donde todo está muy recogido, cojo el teléfono y aprieto la tecla «bis». Una voz de sirena me pía justo después de la primera llamada:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La parte del muerto»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La parte del muerto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La parte del muerto»

Обсуждение, отзывы о книге «La parte del muerto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x