Yasmina Khadra - La parte del muerto

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - La parte del muerto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La parte del muerto: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La parte del muerto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un peligroso asesino en serie es liberado por una negligencia de la Administración. Un joven policía disputa los amores de una mujer a un poderoso y temido miembro de la nomenklatura argelina. Cuando este último sufre un atentado, todas las pruebas apuntan a un crimen pasional fallido. Pero no siempre lo que resulta evidente tiene que ver con la realidad. Para rescatar de las mazmorras del régimen a su joven teniente, el comisario Llob emprende una investigación del caso con la oposición de sus superiores.

La parte del muerto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La parte del muerto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mi pregunta sobre los Talbi provoca las mismas reacciones con otros testigos. Empiezan entusiasmados ante la idea de sacar a relucir sus hazañas bélicas y se les muda el semblante cuando pronuncio el nombre de Talbi; como si hubiera destrozado de una patada su castillo de arena. Uno me pidió que no volviera a poner los pies en su casa, otro me juró que me destrozaría la cabeza con su pico si volvía a repetir el nombre de «ese asqueroso cerdo traidor».

De regreso a mi hotel, encuentro a Soria liada con sus notas y sus informes. Debía verse con una muyahida, que se echó atrás cuando oyó pronunciar el nombre de los Talbi.

– No hemos adelantado un paso en tres días.

– Al menos hemos levantado la liebre -me replica.

– Admiro su optimismo, pero no veo liebre por ninguna parte.

– Yo sí. Al menos sabemos que los Talbi molestan a mucha gente.

Al atardecer me anuncian una visita en recepción. Pido a Soria que me espere en su habitación y bajo las escaleras al galope.

Con unos cincuenta años y el pelo de color sal y pimienta recogido sobre la frente, el visitante que me espera en el salón no parece estar de humor. Tiene buena pinta, trajeado y encorbatado, los zapatos le relucen como si fueran botas de oficial. Un bigote fino subraya su mirada, que es dulce y franca a pesar del acento circunflejo de sus cejas.

Se levanta con rapidez cuando observa que el recepcionista me manda hacia él.

– Soy Rabah Alí -se presenta con voz torturada-. Mis hijos me han dicho que me andaban buscando. Espero que no sea nada grave.

Su manera de colgarse de mis labios desvela la angustia que lo consume desde que sus hijos le han dicho que he preguntado por él. Apuesto que, nada más regresar, ha venido directamente al hotel para saber de qué va el tema. Debe de ser uno de esos seres atormentados, siempre en alerta como un animal acosado, un maniaco-depresivo de los que tanto abundan en este país.

Al darme la mano, le tiemblan los dedos, sudorosos y ateridos.

– No es ninguna urgencia -me apresuro a tranquilizarlo-. No trabajamos ni para la justicia ni para el fisco. Mi colega y yo recogemos testimonios de antiguos muyahidin para un estudio histórico.

Se relaja. De inmediato, se le vuelve a colocar la nuez en su sitio y recobra cierto color.

– Creí que no volvería hasta el fin de semana, señor Alí.

– Mi viaje de negocios no ha salido del todo bien.

Vuelve a enredarse, un rosario de tics le arrasa un pómulo. Respira con fuerza para recuperarse, molesto por la agudeza de mi mirada.

– Lo siento -farfulla-, resulta ridículo perder los nervios sin motivo, pero actualmente paso por una mala racha y ando falto de energías.

– No es usted el único en estresarse por cualquier cosa, señor Alí. En este país, nadie está realmente tranquilo, ni en la calle ni en su conciencia.

Asiente a la vez que se muerde el labio, me mira de frente durante unos segundos, como esperando y viéndolas venir.

– Nos han dicho que es usted un hombre de palabra, por eso le pedimos su ayuda.

– No hay que creerse todo lo que cuentan, ¿señor…?

– Llob, Brahim Llob.

– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Llob?

– Lo que pueda.

Con gesto aún febril, saca un pañuelo y se seca la frente.

– Eso no significa gran cosa.

Le pido que se siente en el destripado sofá. Acepta de buen grado pero echa una ojeada a su reloj.

– No tardaré mucho, señor Alí.

– Le escucho.

– Se trata de lo que ocurrió aquí entre julio y agosto de 1962.

Medita un momento mientras se mordisquea una uña. Mi interés por esa época no lo altera para nada. Sólo se siente incómodo. Vuelve a mirarme de frente.

– Me temo que no le voy a poder ser de mucha utilidad, ¿señor…?

– Llob -repito-, Brahim Llob.

– No le oculto que el tema me desagrada. Personalmente, no tengo cargo de conciencia. Hice la guerra desde el principio hasta el final, sin excesos y sin trampas. Yo también he visto cosas tremendas. Pero no me apetece remover el cuchillo en la herida, señor Llob. Aquí la gente carga con secuelas irreversibles. Todavía hoy, el eco de esos dramáticos acontecimientos reaviva a veces algunos rencores y la sangre vuelve a correr. Tengo fama de ser una persona tranquila. En realidad, no tengo fuerzas para asumirlo. Quizá sea cobardía. En mi opinión, es sobriedad. Hay actitudes que, aunque puedan sorprender a los demás, sosiegan a quienes las adoptan.

Se levanta.

– Siento decepcionarle, señor Llob.

– Respeto su punto de vista. Pero tenemos un problema. No tenemos intención de exhumar a los muertos ni de reabrir cicatrices. Nuestro trabajo es muy importante, créame.

– No lo dudo.

Me tiende la mano para despedirse. La agarro sin soltarla. Rabah Alí intenta zafarse pero no lo consigue.

– ¿Puede, al menos, indicarnos a gente susceptible de sernos útiles en nuestras pesquisas?

Sigue intentando zafarse sin conseguirlo.

Me dice:

– Hay un montón de supervivientes locos por ponerse delante de un micro y dar el espectáculo. ¿Cuántos de ellos son sinceros? Con que lo pida una vez, le lloverán a espuertas testimonios sobre la lucha y el honor. Quizá nuestra desgracia provenga de lo orgullosos que estamos de ello. Por eso he decidido pasar página para siempre.

Nuestras miradas se enfrentan; él se rinde primero.

– Si me promete no mencionarme, conozco a alguien que sigue pagando el pato. Vive en el bosque.

– El bosque es muy grande, señor Alí -le digo apretando aún más la mano.

– Cuando llegue a la primera bifurcación, tome a la derecha, tras pasar el puente romano por la salida norte de Sidi Ba. Siga la pista hasta el final. Unos siete u ocho kilómetros. Es una granja, más exactamente un gran hangar donde se crían pollos.

– ¿Hay alguien en la granja?

– Se llama Yelul Labras. No tiene pérdida. Es un hombre correcto, además de muy buena persona.

– ¿Piensa usted que tiene cosas interesantes que contar?

La nuez le sube y baja por el cuello.

– Así es, señor Llob.

Aflojo la mano; él recupera la suya, se da la vuelta para irse, se arrepiente, vuelve hacia mí e insiste:

– No le diga usted que va de mi parte.

– Prometido y jurado.

El Lada de Soria se bambolea por la pista, se adentra en un bosque joven y zigzaguea entre obstáculos durante kilómetros hasta alcanzar, mal que bien, una carretera con baches. Dominamos un valle absolutamente impresionante. A lo lejos, un embalse relumbra bajo el sol. Algunos rebaños de corderos pastan en los prados verdes y un jinete galopa a todo tren en pos de sus arrebatos.

Soria baja la ventanilla y se deja desmelenar por el viento. Sus gafas de sol caen con gracia sobre su perfil y se le ensancha la sonrisa ante tanto talento paisajístico.

Subimos por varias colinas y acabamos llegando a una granja perdida en el fondo del bosque. Un individuo fortachón, vestido con mono de trabajo, anda atareado en el corral, con las piernas enfundadas en unas botas de caucho. Está echando de comer a un tropel de pollos.

Se detiene al oírnos llegar. Como nuestro coche no le resulta familiar, sigue repartiendo puñados de granos.

Soria aparca bajo un árbol y me espera en el coche.

Me acerco al corral con las manos en los bolsillos.

– ¡Salam! -suelto.

– Buenos días -me dice el granjero.

Bastante alto, con la barba recortada, aparenta unos sesenta años bien llevados. Las estrías blancas que surcan sus sienes y su barbilla no parecen indisponerle. Es rápido de gestos y tiene un rostro saludable.

– Buenos pollos.

– Gracias… Y eso que el veterinario decía que se me iban a morir todos.

– Sería un charlatán.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La parte del muerto»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La parte del muerto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La parte del muerto»

Обсуждение, отзывы о книге «La parte del muerto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x