Yasmina Khadra - Las Golondrinas De Kabul

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - Las Golondrinas De Kabul» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las Golondrinas De Kabul: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Golondrinas De Kabul»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un carcelero amargado que se deja llevar por la desgracia familiar, un universitario sin empleo, atrapado por la violencia retórica de los mulás, y dos mujeres a las que la realidad condena a una desesperada frustración, forman un fondo cuadrangular psicológico y literario desde el que Yasmina Khadra se adentra en el drama del integrismo islámico. En el Afganistán de los talibanes, en el que ya no se oye a las golondrinas sino sólo los graznidos de los cuervos y los aullidos de los lobos
entre las ruinas de un Kabul lleno de mendigos y mutilados, dos parejas nadan entre el amor y el desamor; en parte marcado por la represión social y religiosa, pero
también por las miserias, mezquindades, cobardías y desencantos vitales de unos y otros que les impide sobreponerse al destino.
Pese al marco en el que se desarrolla la trama, Las golondrinas de Kabul es una novela con clara vocación universal, que rehuye los estereotipos en los que puede incurrir incluso alguien que, como Yasmina Khadra, ha padecido en primera persona la irracionalidad del integrismo islámico. Todas las cuestiones clave de la opresión se dan cita en Las golondrinas de Kabul; desde la banalización del mal hasta el poder aterrador del sacrificio, pasando por la histeria de las masas, las humillaciones, las ejecuciones crueles en forma de lapidación, la sombra de la muerte y, sobre todo, la soledad cuando sobreviene la tragedia. Pero siempre
dejando un fleco a la esperanza y al ingenio humano capaz de utilizar los aditamentos de esa sociedad represiva para escapar de ella. Con una hermosa prosa descriptiva y rítmica, sacudida por latigazos literarios que fustigan la conciencia del lector, Khadra hace de Las golondrinas de Kabul una novela impactante, turbadora y memorable. Nos enseña las razones y sinrazones de la vida cotidiana en una sociedad reprimida. Nos lleva a ver ese rostro oculto tras el velo.

Las Golondrinas De Kabul — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Golondrinas De Kabul», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

¡Allahu akbar! -profiere un acompañante del mulá.

¡Allahu akbar! -arranca a gritar la asistencia.

Zunaira se sobresalta ante el tonante clamor de la mezquita. Cree que ha acabado la sesión, se recoge los vuelos de la burka y espera a que asomen los fieles. Ninguna silueta sale del santuario; antes bien, los esbirros siguen parando a los transeúntes y encaminándolos a latigazos al edificio pintado de blanco y verde. La voz del gurú vuelve a alzarse aún más alto, galvanizándose con sus propias palabras. Alza tanto el tono a veces que a los talibanes, subyugados, se les olvida controlar a los ociosos que pasan. Incluso los niños andrajosos y desencajados se quedan escuchando el sermón antes de salir corriendo entre chilliditos hacia las callejuelas repletas de gente.

Deben de ser las diez y el sol ya no tiene freno. El aire está cargado de polvo. Envuelta en el velo como una momia, Zunaira se asfixia. La ira le oprime el vientre y le anuda la garganta. La ponen aún más nerviosa unos deseos locos de alzar el capuchón buscando una hipotética bocanada de aire fresco. Pero no se atreve ni a enjugarse con un pico de la burka el sudor que le chorrea por la cara. Igual que una loca atrapada en una camisa de fuerza, se queda desplomada en la escalera, derritiéndose de calor y oyendo cómo se le acelera el aliento y le late la sangre en las venas. De repente, la inunda el rencor contra sí misma por estar ahí, sentada al sol entre unas ruinas igual que un hatillo olvidado, atrayendo, a veces, los ojos intrigados de las transeúntes, y otras, las miradas despectivas de los talibanes. Se siente como un objeto sospechoso expuesto a todo tipo de preguntas, y eso la atormenta. La vergüenza se apodera de ella. Tiene clavada en el pensamiento la necesidad de salir huyendo, de volver en el acto a su casa, de meterse en ella dando un portazo y no volver a salir más. ¿Por qué accedió a acompañar a su marido? ¿Qué esperaba encontrar en las calles de Kabul que no fueran miseria y afrentas? ¿Cómo ha podido aceptar ponerse este atuendo monstruoso que la reduce a la nada, esta tienda de campaña ambulante que supone para ella una destitución y un calabozo, con esa careta de rejilla que se le estampa en la cara como celosías microscópicas, esos guantes que le impiden reconocer las cosas al tacto y ese peso que es el de los abusos? Y, sin embargo, ha sucedido lo que ella se temía. Sabía que su temeridad la exponía a lo que más aborrece, a lo que rechaza incluso dormida: la degradación. Es una herida incurable, una invalidez a la que es imposible acostumbrarse, un traumatismo que no aplacan ni las reeducaciones ni las terapias y no puede admitirse sin naufragar en el asco propio. Y ese asco Zunaira lo percibe con toda claridad; fermenta dentro de ella, le consume las entrañas y amenaza con inmolarla. Nota cómo le crece en lo más hondo del alma, igual que la hoguera de un condenado. Puede que sea por eso por lo que está empapada y se asfixia dentro de la burka y por lo que la garganta seca parece derramarle un olor a quemado en el paladar. Una irreprimible rabia le oprime el pecho, le fustiga el corazón y le hincha las venas del cuello. Se le nublan los ojos: está a punto de romper en sollozos. Haciendo un esfuerzo inaudito, empieza por apretar los puños para que dejen de temblarle, endereza la espalda y se esfuerza por controlar la respiración. Poco a poco va ahogando la ira, paso a paso deja de pensar. Tiene que aguantar el padecimiento con paciencia y esperar hasta que regrese Mohsen. Bastará una torpeza o una queja para que se exponga inútilmente al celoso enardecimiento de los talibanes.

El mulá Bashir está muy inspirado, piensa Mohsen Ramat. Llevado por el impulso de sus diatribas, sólo interrumpe sus arrebatos para golpear el entarimado o acercarse un jarro a los abrasados labios. Lleva hablando dos horas, vehemente, gesticulando, con la saliva tan blanquecina como los ojos. Su aliento de búfalo, que palpita en el recinto, recuerda una sacudida telúrica. En las primeras filas, los fieles tocados con turbantes no acusan el calor de horno. Los tiene literalmente subyugados la prolijidad del gurú y atienden, boquiabiertos, para no perderse nada de la oleada de palabras refrescantes que caen sobre ellos como una cascada. Más atrás, hay opiniones para todos los gustos: están los que se instruyen y los que se aburren. A muchos los contraría tener que estar ahí en vez de dedicarse a sus cosas. Ésos no paran de bullir y de triturarse los dedos. Un anciano se ha amodorrado y un talibán lo zarandea con la punta del garrote. El pobre infeliz, medio dormido, parpadea como si no supiera dónde está y se seca la cara con la mano; luego, tras dar un bostezo, el cuello de pájaro se le vuelve a aflojar y se queda dormido otra vez. Mohsen hace mucho que ha perdido el hilo del sermón. Ya no oye las palabras del mulá. Se vuelve sin cesar, intranquilo, para ver a Zunaira, que está al otro lado de la calle, inmóvil en la escalera. Sabe que, debajo de esa cortina, la están haciendo sufrir el sol y el hecho de tener que quedarse ahí, como algo anómalo, entre los mirones, precisamente ella, a quien le horroriza dar el espectáculo. La mira con la esperanza de que lo divise entre ese amasijo de individuos de cara seria y silencios absurdos; quizá se da cuenta de cuánto lamenta Mohsen el giro que ha tomado un simple paseo por una ciudad en que todo se mueve febrilmente, pero, en realidad, no avanza. Intuye que Zunaira está enfadada con él. Tiene una rigidez agazapada como la de una tigresa herida forzada a atacar…

Una fusta silba a la altura de su sien.

– Donde hay que mirar es delante -le recuerda el talibán.

Mohsen asiente y vuelve la espalda a su mujer. Pesaroso.

Acaba el sermón; los creyentes de las primeras filas se levantan con ademán eufórico y se le echan encima al gurú para besarle la mano o una punta del turbante. A Mohsen no le queda más remedio que esperar pacientemente a que los talibanes permitan a los fieles salir de la mezquita. Cuando consigue por fin librarse de los empujones, el sol ha dejado ya atontada a Zunaira. Tiene la impresión de que el mundo se ha oscurecido, de que los ruidos de alrededor brincan a cámara lenta, y le cuesta trabajo levantarse.

– ¿Te sientes mal? -le pregunta Mohsen.

Tan absurda le parece a Zunaira la pregunta que ni se digna responder.

– Quiero irme a casa -dice.

Intenta recobrarse, apoyada contra la puerta cochera; luego, sin decir nada, echa a andar tambaleándose, con la mirada insegura y la cabeza en ebullición. Mohsen intenta sostenerla y ella lo rechaza sin contemplaciones.

– No me toques -le grita con voz dolorida.

Mohsen recibe el grito de su mujer con el mismo dolor que había notado dos horas antes, cuando las dos fustas le golpearon al mismo tiempo en el hombro.

9

El conductor gira bruscamente el volante para evitar un enorme pedrusco de la carretera y va a parar de mala manera al arcén. Los frenos en mal estado no consiguen reducir la marcha del voluminoso 4x4 que, con un ensordecedor chasquido de los amortiguadores, rebota en una zanja antes de detenerse milagrosamente al borde del barranco.

Imperturbable, Qasim Abdul Jabar se limita a mover la cabeza.

– ¿Tú es que quieres que nos matemos o qué?

El conductor traga saliva al darse cuenta de que una de las ruedas está a menos de diez centímetros del precipicio. Se seca el sudor con una punta del turbante, masculla un encantamiento, mete la marcha atrás y hace retroceder el coche.

– ¿De dónde ha caído esa jodida roca?

– A lo mejor es un meteorito -dice Qasim con tono irónico.

El conductor busca a su alrededor un lugar que pueda proporcionarle una explicación de cómo el pedrusco ha podido llegar hasta la carretera. Al alzar los ojos hacia la cresta más cercana, divisa a un anciano que trepa por la ladera de la colina. Frunce las cejas:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las Golondrinas De Kabul»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Golondrinas De Kabul» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las Golondrinas De Kabul»

Обсуждение, отзывы о книге «Las Golondrinas De Kabul» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x