Ángeles Caso - Contra El Viento

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Contra El Viento: краткое содержание, описание и аннотация

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Premio Planeta 2009.
La niña São, nacida para trabajar, como todas en su aldea, decide construirse una vida mejor en Europa. Tras aprender a levantarse una y otra vez encontrará una amistad nueva con una mujer española que se ahoga en sus inseguridades. São le devolverá las ganas de vivir y juntas construirán un vínculo indestructible, que las hará fuertes. Conmovedora historia de amistad entre dos mujeres que viven en mundos opuestos narrada con la belleza de la realidad. Una novela llena de sensibilidad para lectores ávidos de aventura y emoción. Ángeles Caso vuelve a cautivar con una historia imprescindible para leer y compartir.

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De vez en cuando, se le acercaba un hombre y le hablaba. Ella no contestaba. Seguía mirando fijamente al frente. Debían de tomarla por loca. Algunos se arrimaban a ella y la sacudían. O se echaban a reír. O le tiraban arena. Pero ella seguía allí impasible, quieta y silenciosa, viendo romper las olas y abalanzarse al mar las gaviotas. Luego se iban, hablando solos en voz alta. Hay una loca sentada en la playa. Espera algo. Algo muy importante. Como la vida o la muerte.

A las once de la mañana del domingo, se subió a un taxi. Cuando llegó a la casa, vio a través de la ventana a Joaquina, que servía la mesa. Había varias personas comiendo. Ella la miró, pero no dijo nada. São fue a sentarse debajo de la acacia. Quizá estuvo allí mucho rato, hasta que Joaquina salió a buscarla y la hizo pasar. Bigador aún no había llegado. Estaban su hermano Gil y su esposa, y también su hermana Azea y su marido. Los hombres permanecían serios. Ellas en cambio la miraban y le sonreían, como si estuviesen de su parte, como si creyeran firmemente que ser madre era un mandamiento sagrado que hermanaba a todas las mujeres del mundo. La invitaron a sentarse. Le sirvieron un café que no consiguió tomar. Luego se quedaron callados, esperando. De vez en cuando, alguien preguntaba por uno de los sobrinos. La madre o el padre respondían, y contaban sus últimas anécdotas. Todos se reían. Después volvía el silencio, los sorbos de café, el cacareo de las gallinas en el patio de atrás.

Pasó más de una hora hasta que Bigador apareció. Venía con Lia. São apenas le miró. Sólo se fijó en ella. Había envejecido y adelgazado. Parecía más pequeña y débil, igual que una anciana prematura. Tenía los ojos fijos, desorbitados, como si no pudiera cerrar los párpados, como si viviera contemplando permanentemente la imagen de una pesadilla. Se saludaron entre ellos. Bigador no se le acercó. Tampoco Lia, aunque la miró por un instante, desvalida. Luego agachó la cabeza. En cuanto se sentaron, Nelson tomó la palabra y se dirigió a su hermano:

– La madre de André dice que te trajiste al niño sin su permiso.

– No es cierto. Ella me lo entregó.

São alzó la voz:

– ¡Yo nunca entregaría a mi hijo!

Nelson la interrumpió con un gesto:

– Ella tiene el pasaporte. Y tu mensaje de muerte. Debes decir la verdad.

Le interrogaron durante casi dos horas. El mintió todo lo que pudo, pero luego, acorralado por las preguntas, terminó por echarse atrás. Entonces reconoció lo ocurrido, se justificó, trató de convencerlos, y al fin, desprovisto ya de cualquier argumento, expuesto a la vergüenza de sus mentiras, la insultó, gritó, escupió sobre ella, la puta que se iba con cualquier hombre, la miserable que nunca podría mantener a su hijo… Las mujeres, que habían permanecido silenciosas hasta entonces, la defendieron: incluso las madres más pobres se las arreglaban para sacar adelante a sus criaturas, como había hecho doña Fernanda. Y ella allí, con la cabeza muy alta, fingiendo que no estaba a punto de morirse, orgullosa y altiva como una amazona que llevase la coraza de oro, disimulando que sabía que el resto de su vida dependía de una sola palabra, y que eso era muy cruel. Dos vidas enteras, la suya y la de su hijo, colgando de un hilo finísimo y tan frágil como la frontera que separa el respirar del no respirar. El corazón le resonaba en la cabeza.

Cuando terminaron de preguntarle, los hombres mandaron a Bigador a otra habitación. Ellos salieron y se sentaron debajo de la acacia. São se quedó junto a las mujeres, callada, metida dentro de una enorme burbuja de angustia y esperanza. Ellas no decían nada, pero le sonreían y le hacían señales con la cabeza, como indicándole que todo iba bien. Sólo Lia permanecía cabizbaja y seria, hundida en algún pozo muy hondo. A través de la ventana se veía a los hombres discutir, alzar los brazos, tocarse los unos a los otros con grandes gestos. Sus palabras en kimbundu resonaban a través del aire como latigazos.

De pronto, un silencio enorme pareció cubrir toda la casa. Se habían callado. Se pusieron en pie y se estrecharon las manos los unos a los otros. Al fin entraron, serios, rígidos, como un tribunal de dioses de lo justo y lo injusto. Llamaron a Bigador. Todos se sentaron, menos Nelson, que permaneció en pie y se dirigió a su hermano:

– Lo que has hecho está mal. No se le puede robar un hijo a su madre. Ahora tienes que pagar por ello. Hemos decidido que debes devolverle el niño.

São sintió como si la hubiese sacudido un relámpago. Como si acabara de nacer y estuviera en el paraíso, con todos los placeres imaginables a su alcance. Las mujeres lanzaron un suspiro de alivio y observaron a Bigador. Él intentó decir algo. Abrió la boca y estiró todo el cuerpo. Quería gritarles que aquello era un error, que su hijo tenía que ser un verdadero kimbundu, un hombre auténtico, y no un niñato educado por una madre inútil y un padrastro blanco y débil, y que no pensaba entregarlo. Pero de pronto se detuvo: el miedo a verse desterrado, aislado del grupo, separado definitivamente de sus raíces, era más poderoso que su deseo de mantener el combate. Entonces la miró lleno de odio. Ella supo ver sin embargo que detrás de ese odio se escondía la renuncia, el propósito de olvidarse desde aquel momento de que alguna vez había tenido un hijo que ahora iba a crecer en Europa, lejos de él para siempre, inexistente. Supo que sucedería lo que nunca había querido que sucediese y no había sido capaz de evitar: André se criaría sin su padre. Y entendió que en el cruel mecanismo de la vida, ése era el alto precio que debía pagar por su victoria.

Bigador salió de la casa dando un portazo, un golpe que resonó en el edificio y fue borrando con su eco todo el pasado. Entonces mandaron a Lia en busca de André, que estaba con unos vecinos. São se puso en pie mientras lo esperaba y miró por la ventana. Había caído la noche.

La luna salía en ese momento por encima de los tejados próximos, anaranjada, inmensa, con su cara inocente contemplando la tierra. Una hermosa esfera de luz en medio de la oscuridad del firmamento. Impávida.

Agradecimientos

Quiero dar las gracias a mis amigas caboverdianas, cuyos recuerdos me han permitido escribir esta novela. A Aunolia Neves Delgado, Benvinda da Cruz Gomes, Natercia Lopes Miranda y Zenaida Duarte Soares. Y sobre todo, gracias a Maria da Conceiçao Monteiro Soares, São, por haberme prestado buena parte de su vida. Que todas estas palabras sirvan para conjurar el dolor, y que ella, André y la pequeña Beatriz prosigan su camino por el mundo en paz.

Ángeles Caso

Nacida en Gijón en 1959 Ángeles Caso se licenció en Geografía e Historia en la - фото 2

Nacida en Gijón en 1959, Ángeles Caso se licenció en Geografía e Historia en la especialidad de Historia del Arte. Ha trabajado en prestigiosas instituciones de su Asturias natal, como el Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII de la Universidad de Oviedo y la Fundación Príncipe de Asturias. Posteriormente, entró de lleno en el mundo del periodismo, desarrollando una sólida carrera en diversos medios de comunicación: Televisión Española, Cadena Ser, Radio Nacional de España y prensa escrita.

En 1993 publicó su primera novela, Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría, que marcó el inicio de una exitosa andadura literaria, consolidada en 1994 con El peso de las sombras, finalista del XLIII Premio Planeta. Ángeles Caso es también autora, entre otras obras, de El mundo visto desde el cielo (1997), El resto de la vida (1998), Un largo silencio, galardonada con el premio Fernando Lara 2000 y la biografía Giuseppe Verdi. La intensa vida de un genio (2001), Contra el viento (2009) que ganó el Premio Planeta.

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