ANDREA ZEIDEL
Zeidel, Andrea
Viento de ángeles / Andrea Zeidel. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-1746-3
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A todas las “Eugenias”.
A mi esposo y a mis dos hijos, que me permiten encausar este amor infinito que les tengo. Gracias por ser cómplices de mis sueños y por su apoyo constante y ciego.
A mis profesores, maestros de la vida; a mis amigos, a todos ellos, por la honestidad de sus apreciaciones.
A mis padres, por haberme regalado el misterio de la vida; en especial a mi madre, quien me enseñó a tejer la paciencia hasta encontrar “una aguja en un pajar”, en varios aspectos de mi vida.
Aquí en este pueblo, el viento está siempre presente.
Un aire extraño que choca contra la cordillera queriendo salir a alguna parte sin encontrar a dónde. Una masa de aire vívida que se queda silbando por lo bajo. Voces nativas, acercan sonidos de otra época. Para la mayoría de los humanos, el viento es esa corriente de aire fastidiosa que despeina, que da vuelta la página de los libros, que echa a volar los billetes cuando se está pagando en un puesto del mercado. Pero el viento algo nos dice. Para mí, son ángeles. Es la energía de todos aquellos jóvenes que murieron en forma intempestiva, injustamente. La fuerza de esos ángeles conforma el viento, mueve objetos, deja señales, busca cambiar aquello que quedó truncado antes de sus muertes. Son pocos los que pueden darse cuenta de los signos del viento.
(Viernes 23 de noviembre del 2012)
En este pueblo las peores cosas han ocurrido de noche, como si la tragedia y los delitos dolieran menos o no se vieran en la oscuridad. Así fue como aquel viernes negro, en la estancia La Cándida, la mano de un peón abrió la tranquera. Tomó al Diablo de la correa y le chistó suave cerca de la oreja para que no relinchara. El Diablo era malísimo, había tirado a la hija del patrón dos veces, así que seguro, éste no lo iba a lamentar. Con la correa corta lo llevó por el campo, para el lado de la ruta, ni luna había y; espero la orden.
En el pueblo los chicos de quinto año del Colegio Parroquial hacían una fiesta en la casa de Florencia, anticipándose a la de fin de curso. Había pizza, algo de alcohol legalmente permitido, y música. Aquellos que fumaban o habían bebido demasiado cruzaban a la plaza. En un cuarto de la planta alta de la casa, los más osados tenían sexo. Mientras los padres de Flor estaban arrinconados en el quincho, creyendo que controlaban la situación. La casa de Florencia era la más linda del pueblo, al lado estaba la iglesia, a la vuelta de la esquina el colegio, en frente estaba la plaza, sobre la calle opuesta a ésta, la comisaría. A medida que uno se alejaba de la plaza, las casas eran cada vez más bajas y precarias.
Esa noche, el subcomisario desde el patrullero observaba a los jóvenes con recelo, y al mismo tiempo cuidaba el orden. En determinado momento, ya de madrugada, Nico salió de la fiesta, se subió al auto, del lado del volante, Gonzalo y Matías, sus amigos inseparables, lo acompañaban. Parecía que Dios aquella noche, había cerrado los ojos. Lo único que se veía eran las luces del auto en el que viajaban los tres amigos. La ruta es la única que comunicaba al pueblo con otros, y a esa altura es recta y sin ondulaciones, bastante pareja. Cerca de la montaña rocosa el camino comienza a ascender y se forma una curva, justo antes del puente que cruza el arroyo.
El peón, detrás de la montaña, observaba el auto que iba cada vez más próximo, le dio un golpe picante en las ancas del caballo y lo soltó. Diablo relinchó en dos patas y después cruzó la ruta a un galope rápido. Los chicos tal vez, irían distraídos, soltando algunas risotadas, conversando en un tono de voz acelerado, de cómo iban a asustar al profesor. Tenían que hacerle saber que no se juega con una menor y menos, si es una compañera de curso. Y así fue que arrollaron al Diablo, o mejor dicho, el Diablo los arrolló a ellos.
El peón espero nervioso unos cuantos minutos. Después de tanto ruido metálico resaltó el silencio, parecían muertos. Un zorro hambriento apareció rondando la escena, sólo relucían sus dientes. El peón pegó un salto del susto y al mismo tiempo murmuraba un insulto, sacó un arma y le disparó sin piedad. Dio un respiro, le pareció que algo se le había caído, no estaba del todo seguro. Se dio cuenta que había perdido su navaja, aunque no sabía en qué momento. Palpó el suelo, entre los pastos, nada pudo encontrar por la oscuridad de la noche. El trabajo estaba hecho, avisó por el radio y siguió su rumbo.
Los primeros rayos de sol tropezaban con el horizonte irregular del paisaje. Un viento árido como un torbellino apareció de la nada, en ese momento unos campesinos que iban a realizar sus tareas, buscaron refugio detrás de la roca. Ellos, fueron los primeros en dar aviso del accidente.
Un tumulto de gente en la entrada del pueblo agitaba unas banderas verdes. Eran unos fanáticos que habían cortado el camino en repudio a la matanza indiscriminada del zorro colorado. Por eso, la ambulancia tardó en llegar.
La luz indicaba que ya era el mediodía del sábado. Ezequiel tapaba sus oídos con la almohada pero igualmente escuchaba una voz chillona que le resultaba conocida. Esa voz salía por una rejilla que estaba detrás del armario. El viento cada tanto la hacía subir por la tubería, inundando la habitación.
Ezequiel daba vueltas en la cama, hacía tan solo una semana que se había mudado allí. Una suerte de habitación con baño privado, en la que entraban la cama, el armario y unas cajas donde todavía tenía sus pertenencias. Cuando le volvieran las ganas -se había prometido a sí mismo- acomodaría.
Hacía unos días, había cerrado la puerta de su casa, sin mirar atrás, después de una discusión con el padre. Había encontrado un lugar de alquiler con lo necesario para tomar distancia y ordenar sus ideas. Además era barato, no lo pensó demasiado y allí se acomodó.
Cada tanto, según desde donde provenía el viento, irrumpía la voz. “ …Pachu, el profe de historia, me tira onda…. Está tan fuerte, me invitó a tomar algo”… Ezequiel se levantó malhumorado, no sabía que la psicóloga del piso de abajo tenía pacientes también los sábados a la mañana. Caminó hasta el baño a orinar toda la cerveza de la noche anterior. En su cabeza se le mezclaba un zumbido con la sesión “… me tiraba toda la onda en el viaje de egresados,…Eugenia dice que es un viejo… Brenda, está celosa… y si pasa algo mi papá me mata…” La noche anterior había estado en un bar con unos compañeros de trabajo. Se lavó bien la cara para terminar de despertarse y luego lavarse los dientes. En eso estaba cuando se quedó sin respiración, se acordó que tenía un partido de futbol. Soltó una bocanada de aire en forma de soplido, se miró al espejo, su cabeza parecía pronta a estallar. Decididamente, no estaba para jugar un partido.
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