Lucía Etxebarria - El contenido del silencio

Здесь есть возможность читать онлайн «Lucía Etxebarria - El contenido del silencio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El contenido del silencio: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El contenido del silencio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Gabriel, un joven ejecutivo cuya vida desahogada y apacible transcurre en Londres, lleva diez años sin saber nada de su hermana, hasta el día en que recibe una llamada que le informa de que muy probablemente ésta haya fallecido en un suicidio colectivo llevado a cabo en Tenerife. Su inmediato viaje a las islas para testificar como único pariente vivo de la desaparecida tendrá un efecto devastador y a la vez catártico, que le hará replantearse todo su pasado y su futuro en un itinerario no sólo físico sino también, y sobre todo, interior.
Helena, la amiga íntima de Cordelia, será su guía durante la inmersión en la vida de su hermana. Un inmersión común que precipitará a ambos a confrontar sus miedos, vacíos y huidas.

El contenido del silencio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El contenido del silencio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

»Cuando le expliqué al médico que llevaba un mes durmiendo una media de cuatro horas diarias, el doctor me dijo que resultaba esencial que durmiera mucho. «Pues no se hable más -me dijo mi madre-, no regresas al centro y punto. Vienes a casa hasta que te mejores, me niego a que te juegues la salud o la vida.»«Pero no puedo hacer eso, mamá», le dije. Le expliqué que para abandonar se necesita la dispensa de los compromisos adquiridos, que dicha dispensa sólo podía ser concedida por el pastor de La Firma, que se solicitaba mediante una carta manuscrita del miembro dirigida al pastor explicándole los motivos, que el pastor tenía la facultad de aceptar o no la petición, y que no había un plazo prefijado para la respuesta. Que si el discípulo no había jurado aún la fidelidad, como era mi caso, debía esperar al menos hasta el 19 de marzo siguiente desde el día en que había enviado la carta, y no era libre para irse hasta esa fecha. Le repetí punto por punto la historia que me habían contado, pues yo creía sinceramente que no podía irme. «Eso no es cierto -me dijo mi tío-, y si hace falta llamo ahora mismo a un catedrático de derecho canónico que te lo confirme.» Mi tío tenía móvil, un aparato muy poco visto en aquella época, y empezó a llamar a todos sus contactos, gastándose, supongo, una millonada, ya que las llamadas eran carísimas entonces, hasta que, efectivamente, localizó a un sacerdote jesuita que me explicó que los discípulos de La Firma contraían un convenio civil, no canónico, y que ese convenio de cooperación duraba hasta que una de las partes decidía romperlo, con lo cual bastaba con que yo comunicara a mi director que rompía el acuerdo con la organización para que en ese mismo momento la relación contractual quedara disuelta, sin que para ello fuera precisa dispensa alguna por parte del pastor.

»Pero La Firma complicaba y retorcía este asunto hasta la saciedad convenciendo a sus discípulos de que era necesaria su dispensa para poder dejarlo. Y lo hacía ateniéndose al punto 387 del libro de cabecera de la organización: «El plano de santidad que nos pide el Señor está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza.» Por eso, mintiendo descaradamente con esa desvergüenza, que muy poco tiene de santa, te convencían de que no podías marcharte sin su permiso, para así poder aplicar a sus anchas esa coacción, que tampoco tiene de santa nada, durante el tiempo que tardara el pastor en concederte esa dispensa innecesaria; o durante el lapso de tiempo que mediaba desde que alguien se quería ir hasta el 19 de marzo siguiente, en el caso de no haber hecho la fidelidad todavía.

»Mi tío llamó al centro para comunicarles que no iba a volver. Yo, que estaba aún en la camilla, oía perfectamente los gritos de mi director, que exigía mi retorno inmediato con una furia desatada, de Gorgona. Mi tío mantuvo el temple y no le respondió, no perdió la calma, siguió hablando en un tono muy mesurado y le comunicó al director que obraba en su poder un certificado médico en el que se decía que era imprescindible que yo reposara, y que no creía que en el centro pudiera hacerlo. Después colgó. Entendí entonces muy claramente por qué mi madre se había enamorado de aquel tipo calvo bajito y feo, anodino en apariencia pero dotado de un temple de titán.

»Fuimos a casa de mi madre y me metí directamente en la cama. El doctor me había inyectado un tranquilizante. Dormí durante casi veinticuatro horas, un sueño largo, irresponsable, cándido, pues sufría una verdadera crisis de agotamiento. Por eso no me enteré de las constantes llamadas de todo tipo que se recibieron en casa de mi madre, hasta que mi tío descolgó el teléfono. Al día siguiente se presentaron dos sacerdotes de La Firma exigiendo hablar conmigo. Mi tío les informó de que estaba en la cama y que el médico me había prohibido recibir visitas. Yo, que efectivamente estaba tumbado en mi habitación, no me enteré, afortunadamente, de nada, ya que mi tío no les permitió entrar. Usó una excusa muy eficaz, dijo que mi madre se acababa de despertar, que estaba en casa todavía con el camisón y que no creía apropiado que los sacerdotes la vieran con una prenda tan poco recatada. Sabía que así les impediría entrar, pues los discípulos temen más a la sensualidad de la mujer que al propio fuego del infierno. Como mi tío temía futuras visitas, entró en mi habitación y me comunicó que nos íbamos, los tres. Y, efectivamente, nos fuimos, a una casa de campo que mi tío tenía en Galapagar. De camino paramos en El Corte Inglés para comprarme un pijama y algo de ropa porque no tenía nada, todo lo que podía llamar mío se había quedado en el centro. La casa de Galapagar no tenía teléfono, y mi tío pasaba a visitarnos cada dos días, pues debía trabajar. Así, no me enteré de las constantes llamadas que él recibía tanto en el móvil como en su oficina. Mi tío llegó a temer que los de La Firma le siguieran y descubrieran dónde me había escondido, pero no fue así, gracias a Dios.

»Pasamos allí más o menos un mes, hasta que hube ganado peso y confianza. Durante esos días mi madre estuvo a mi lado constantemente. Dábamos paseos por el campo y hablábamos mucho, de todo y de nada. De su infancia, de la mía, de mi padre. Aprendí a querer a mi madre con un amor sereno, igualitario, no con la dependencia del niño, sino con la admiración del adulto. Me enseñó a cocinar y veíamos películas todas las noches. A mí aquello me resultaba muy difícil. Durante cinco años no había visto un beso en una pantalla, no digamos ya una escena de desnudos o de sexo, porque en el centro censuraban previamente cualquier película que se viera allí. Todo me escandalizaba, pero poco a poco me fui acostumbrando.

»En cuanto volvimos a Madrid mi tío me llevó a ver a un psicólogo especialista en casos como el mío. Se trataba de un sacerdote jesuita, y por tanto podíamos hablar durante largas horas de religión. Me enseñó a darme cuenta de que uno podía abandonar La Firma y seguir perteneciendo sin problemas a la Iglesia católica, de que yo podía seguir siendo creyente y aun así ser contrario a los métodos de la organización. Me habló de numerosos teólogos y sacerdotes católicos que se habían enfrentado con ellos. Y, sobre todo, me enseñó a desembarazarme de la angustia, de la confusión, de la culpa, me enseñó a desconectar el punto candente de mis obligaciones para con los demás, me enseñó a avanzar hacia una meta en la que pudiera ser yo y no el juguete de otros, me enseñó a que en ninguna parte, y mucho menos en los evangelios ni en la Biblia, estaba escrito que debiera abandonarlo todo para seguir a Dios, que debiera renunciar a mi salud física o mental, o a mi propio dinero, que debiera olvidarme de mis intereses, de mi familia y de mí mismo. Me ayudó a atravesar de su mano la niebla emocional, a despejar la confusión y los autorreproches, a encontrar mi propio centro y a situarme en él… Pero eso no sucedió de la noche a la mañana. Durante un año, cada martes y cada jueves, manteníamos largas charlas, y durante un año, diariamente, escribía. De la misma manera que había llevado un diario en La Firma, ahora llevaba otro. Un diario sincero, que hablaba de mis progresos, de la cólera que quebraba toda mi felicidad posible, de las sensaciones rotas, de los sabores futuros, de la pena al desnudo, de los rincones polvorientos del alma que descubría y limpiaba de repente, de los progresos que iba haciendo de puntillas. Gracias a todo lo que escribí puedo contar la historia con tanta precisión ahora, con tanta calma, con tanta distancia.

»Me matriculé de nuevo en la universidad, esta vez en la Autónoma de Madrid, para hacer el doctorado. El Departamento de Historia Contemporánea depende allí de la Facultad de Filosofía y Letras. Hice talleres y cursos de posgrado. Obtuve, como siempre, calificaciones excelentes. Mis compañeros y mis profesores pensaban que era un chico muy tímido y, sabiendo como sabían que me había licenciado en filosofía en la famosa universidad de La Firma, probablemente imaginaban que de una manera u otra era simpatizante, lo que al principio, sospecho, les creó cierta desconfianza. Pero siempre me trataron bien. Dos años después ingresé en un grupo de investigación sobre historia cultural de la política. Seguía siendo un cerebrito y aún me costaba relacionarme con gente de mi edad, sobre todo con las chicas. Leía, leía y leía. Retenía datos en la mente intentando entender, establecer conexiones, buscando la clave recóndita, el hilo del laberinto, desandando los pasos en busca de la encrucijada exacta en la que me desvié del camino y erré la dirección hacia ninguna parte. Y en aquel regreso, los libros hacían de brújula y de guía.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El contenido del silencio»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El contenido del silencio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El contenido del silencio»

Обсуждение, отзывы о книге «El contenido del silencio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x