Sergio Pitol - Cuentos

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Sergio Pitol, la realidad de escenarios y la influencia de las literaturas no le han impedido a Sergio Pitol la creación de un mundo auténtico. El incendio que amenaza a cada uno de los personajes y el cerco de palabras que no ofrece resquicios pertenecen a un escritor profundamente singular. Al renunciar a escribir en la bitácora del extranjero, Sergio Pitol se ha vuelto nativo de su propio mundo, un mundo tan intenso y rico en cambios y matices como el más vigoroso de los elementos, el fuego.

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Pero si su propósito había sido la eliminación de una tensión personal podía enorgullecerse de haberlo logrado. Aquélla se desvaneció al igual que las otras figuraciones que la circundaron. Y ahora sólo encuentra en algunos párrafos en vías de organización dos o tres elementos que le parecen sugestivos: la mujer que espera, el amante ausente, el amigo común que vive la experiencia, imágenes de barcos encallados o hundidos. Una de las notas alude a tres moscas atrapadas en una telaraña, tres moscas capaces de convertirse por su propia voluntad en arañas, rodeadas de moscas condenadas a ser sólo moscas, a quienes las otras podían apresar y succionar cuando les viniera en gana. Y piensa con desánimo que al presentarse el momento de alteración en que aquellas imágenes trataron de enhebrarse en un tejido, cuando cada hilo debía trenzarse con los otros hasta crear una figura coherente, él se resquebrajó, vencido de antemano. Se había aplicado con furia a la tarea, pero a medida que el relato se aclaraba, cuando se requería un esfuerzo definitivo, lo neutralizó y apagó del modo más idiota, preparando unos desvaídos ensayitos sobre la novela italiana del X I X, que en verdad le interesaba muy poco, o, peor, metiéndose en un cine, lo que siempre logra distraerlo, sin necesidad de preocuparse demasiado por lo que ve; y así corrió el tiempo y los distintos inicios de la narración no pasaron de ser notas borrosas sobre moscas atrapadas, barcos y naufragios. En cambio proliferaron los apuntes sobre Manzoni, Cappuana, D’Annunzio y Verga.

Pero en el moho de Ibiza, por inercia, cae en la tentación de volver a trabajar en aquel cuento y con esa intención, interesado más que nada en el fenómeno de carga y descarga de una energía diferente a las demás, una noche en que charla con los Rojas en el restaurante del hotel, les cuenta que cuando se creía escritor, cuando -corrige inmediatamente- lo era en activo, se le presentaban aquellas tensiones acompañadas de una necesidad imperiosa de expresión, las que gradualmente se desvanecían de no encontrar una respuesta inmediata. Señala también que en los últimos tiempos, al producirse aquellas alteraciones, consciente o inconscientemente comenzó a oponerles resistencia, soportando en seco su presión. En vez de escribir y liberarse de ellas resistía unos cuantos días de neurastenia hasta que gracias a sus artículos, a los distintos trucos de que se componía su vida cotidiana, y, sobre todo, al cine, volvía a sentirse libre. ¿Había alguna diferencia entre obsesión e inspiración? Recuerdan él o Rojas o la mujer de Rojas que cuando a alguien le preguntaron por la inspiración dijo no saber lo que eso significaba, que alguien más asentó que en literatura un noventa por ciento lo constituía la dedicación y la disciplina, un diez el talento y un cero la inspiración, pero tampoco recuerdan al autor de la frase ni las proporciones exactas; de lo único que están seguros es que la constancia se llevaba la mayor tajada y la inspiración ninguna, o una insignificante. En un intento por ejemplificar sus puntos de vista saca a colación la famosa visión de los calzones sucios de la niña que baja de un árbol, que indujo a Faulkner a escribir una obra maestra, y entonces Rojas, para su sorpresa, porque en las conversaciones anteriores no había revelado el menor interés por problemas de teoría literaria, esboza con voz tranquila y parsimoniosa, como si de golpe se hubiera convertido en su maestro, un desarrollo histórico del concepto de inspiración, partiendo del “¡Canta, oh Musa, la gloria del pelida Aquileo!”, donde el poeta, simple vocero de la Musa, es por ello un inspirado, un poseso, y salta al Renacimiento que vuelve a resucitar esa concepción y a los momentos del frenesí romántico en que dudar de la inspiración es cometer un sacrilegio de dimensiones sólo comparables a la torpe fatuidad de confiar a ciegas en la razón, y luego a los asertos de Darío y a las teorías de Huidobro, sin darle la menor oportunidad para exponer sus puntos de vista, ni siquiera para manifestar su acuerdo o disensión, pues apenas intenta decir algo, el otro lo detiene con un seco:

– Sí, tal vez, no estoy seguro; debería conocer mejor eso para poder opinar.

Y advierte que él en verdad sabe muy poco, tan poco que ni siquiera logra precisar el concepto que intenta desarrollar. ¡La obsesión, la inspiración! Esa noche vuelve a su habitación con varios coñacs encima, convencido de que tanto la Musa como la deidad que procura la constancia le han vuelto la espalda, afligido como un viejo coleccionista obligado a desprenderse del último de sus cuadros, sabedor de que el momento en que la inspiración se produjo no volverá a repetirse, que la liberación se realizó por medios incorrectos, menos comprometedores, espúreos del todo, sin exigirle ningún esfuerzo, fuera de crearle una vaga conciencia de culpa, de frustración, de traición personal; aunque debía precisar que a veces recordaba con nostalgia la armazón de esa historia abandonada para la que había ya establecido un trazo general, las situaciones determinantes que conducen a la protagonista a asumir la situación de su amigo, lo que, sin apenas advertirlo, la hace consciente de un anhelo personal, le descubre deseos no sospechados, comienza a trastornarla en aquel hotel parecido a un barco donde espera la carta de su amante. La locura debería producirse ya en el sueño, en el momento en que se le revela la identidad del cuerpo que flagela.

Las notas del relato que encuentra en el cuaderno quedaron como una especie de escoleta ejecutada en el vacío, porque el concierto, por ausencia de director o, quizá, de partitura, no llegó a ejecutarse jamás. Lee unas páginas, cuando comenzaba a integrar los elementos de la narración:

“La historia deberá ser relatada por la mujer o por un narrador impersonal que la tome como punto de mira, como un foco de conciencia. Todo comenzará realmente después de la conversación de ella con Javier. En un primer momento la protagonista se siente obsesionada por saber cómo es físicamente el marinero. ¿Cómo podría ser un nativo de Ufa? Localizar en el mapa la tal república de Bashkiria. Su amigo, el decorador que ha vivido la aventura, comenta: ‘Por el cabello puede advertir que era un eslavo.’ ¿Hasta dónde habría llegado Javier?, ¿en qué punto se había detenido? Debió, por fuerza, haberlo golpeado. ¿De qué otra manera podía saber que se reía al ser azotado? ¿Cómo podría tratarlo ahora? Dejará de verlo durante algunos días hasta que pueda digerir la historia. Pero la historia no se deja digerir, sino que, por el contrario, la va poseyendo gradualmente, terminará por devorarla. Se le aparece hasta en sueños. Cuando Javier le cuenta el incidente del vaso de cerveza arrojado al suelo, ella comenta: ‘Claro, lo arroja para que lo golpeen’. Hay momentos en que querría salir hacia la zona del puerto a buscarlo. ¿Sería muy difícil localizarlo? Posee algunos datos: un barco alemán, matrícula de Hamburgo. Boris, nacido en Ufa, residencia en Hannover. Ufa, sí, como la empresa de las películas de Zarah Leander. ¿Cómo encontrarlo? ¿Quién es? ¿Qué profesión tiene? ¿Periodista? ¿Pero, entonces, qué hace encerrada en ese hotel de Barcelona? Pudo haber sido periodista cuando conoció a Jimmy y haber renunciado al trabajo al marcharse con él. De vez en cuando envía algún reportaje a Caracas. Josefina y Javier son venezolanos. Ella detesta su nombre; prefiere que la llamen Fina. Desde hace meses espera el regreso de Jimmy en ese hotel que les parece una nave. Tal vez sólo ellos encuentran la semejanza. Pero no puede ser una espera de meses sino sólo de unas cuantas semanas. Desde que vive con Jimmy le ha sido infiel muy pocas veces. Ambos creen en la libertad sexual pero apenas la ejercen. El dato quizá no tenga ninguna importancia. En cambio es fundamental precisar desde el principio que ella ha sufrido siempre de algún mal nervioso.”

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