Sergio Pitol - Cuentos

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Sergio Pitol, la realidad de escenarios y la influencia de las literaturas no le han impedido a Sergio Pitol la creación de un mundo auténtico. El incendio que amenaza a cada uno de los personajes y el cerco de palabras que no ofrece resquicios pertenecen a un escritor profundamente singular. Al renunciar a escribir en la bitácora del extranjero, Sergio Pitol se ha vuelto nativo de su propio mundo, un mundo tan intenso y rico en cambios y matices como el más vigoroso de los elementos, el fuego.

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– ¡Raúl, ¿tú serás rey?! -murmuró burlonamente Emilio, pues el incidente ocurrió en la época en que una aparente armonía regía aún las empresas de Orión

Una de las primeras publicaciones fue el episodio veneciano de Billie. Leyó el libro con devoción. Se sumergió en él como en un texto críptico que requiriese varias lecturas para entregar su verdadero sentido, o, mejor dicho, alguno de sus verdaderos sentidos. Si algo le hace saber lo inmaduros que eran entonces sus juicios ha sido releer en casa de Gianni ese relato.

– No es posible -le comentó a Leonor- concebir tanta estupidez. ¡Qué de lugares comunes en sus alucinaciones! ¡Pensar que entonces los leíamos como si fuera un texto sagrado!… ¡Dios mío, qué mezcla de presunción y de recursos ramplones!

Sin embargo, no puede detenerse en algunos párrafos; encuentra en ellos un acorde profundo y misterioso. Tal pareciera que Billie hubiese ya presentido su fin.

Su situación económica había mejorado. Su madre había decidido pasarle la renta de algunas casas que había dejado su padre. Eso le permitió prolongar su estancia en Europa, quedarse dos años más en Roma en condiciones muy holgadas, viajar después por Grecia, por Turquía y Europa Central, y luego instalarse en Londres, donde fue durante un año lector en la Universidad.

A Inglaterra le llegaron noticias muy confusas de Raúl. Había abandonado la arquitectura, la historia del arte, su trabajo sobre la evaluación de las formas. Se había refugiado en Xalapa donde daba un cursillo, no en la escuela de literatura sino en la de teatro, la misma donde en la actualidad enseñaba Leonor; un curso muy menor sobre historia de la escenografía. Alguien le hizo saber que debía mucho. Billie se había quedado en Roma, había tenido un hijo y se había lanzado tras su hombre a Xalapa, decidida a legalizar su situación.

Un día, años después, lo volvió a ver en México, en casa de los Rueda, unos amigos comunes. Cuando llegó, ya Raúl estaba muy borracho; le reprochó con resentimiento no haberlo buscado. Se defendió como pudo; había ido a Xalapa sólo una vez a visitar a su madre y a arreglar algunos asuntos y no los había encontrado. La sirvienta le explicó que él y Billie pasaban unos días en Veracruz. Raúl dio muestras de no creerle; estaba desencajado, previamente envejecido, muy nervioso, vestía mal, casi como un mamarracho. Le sorprendió muy desagradablemente el color casi negruzco de los labios. Había, dijo, abandonado las clases.

– Eso no fue sino una vacilada -comentó y añadió que había conseguido después un trabajo muy cómodo en la biblioteca, una especie de asesoría para la compra de libros de arte y arquitectura. Le volvió a reprochar con insistencia de borracho no haber ido a verlo. Dijo que sabía que viajaba con frecuencia a Xalapa (lo cual no era cierto) y no había sido capaz de ir a conocer a su hijo.

Cuando le preguntó si le había resultado fácil a Billie la adaptación a las nuevas circunstancias le respondió con furia que no tenía por qué preocuparse de ella. Si realmente le hubiera interesado saber cómo estaban habría ido a visitarlos. Estaba francamente imposible; después de vociferar un buen rato y beber casi hasta la inconsciencia alguien tuvo que acompañarlo a un sitio de taxis, pues no quiso subir al coche de ninguno de los presentes.

Supo poco después que Billie había ido a México y tratado de localizarlo. Sin embargo no hizo ningún intento de comunicarse con ella. Hubiera sido fácil conseguir su teléfono y llamarla, pero se la imaginó igual de deshilachada que Raúl, y si ya como señorita sabihonda le había resultado un fastidio, la nueva encarnación que le suponía le resultaba francamente aberrante.

Un día en que fue a Xalapa a arreglar los trámites de su nuevo puesto en la Universidad se la encontró en la calle por azar. Bajaba por la calle de Clavijero, con paso atropellado; movía un brazo frente a ella como si discutiera con fantasmas; bajo el otro llevaba un abultado legajo de partituras y carpetas. Se enteró de que Raúl se había marchado de la ciudad. Al parecer cuando lo había visto en México iba ya de huida. Billie daba clases de inglés y de literatura inglesa en la Universidad, hacía traducciones. Se ganaba, según le dijo, a duras penas la vida. La acompañó hasta una casita: de dos pisos en las afueras, bastante agradable, donde vivía con su hijo, y con una sirvienta a quien llamaba “Madame”, una india de ojos verdes muy vivos.

Su hermana le dijo, cuando le contó el encuentro con Billie y la visita a su casa, que aquella Madame era una curandera muy conocida en la región. No tenía buena fama; la habían corrido de varios pueblos, de Xico, de Banderilla, por practicar la brujería.

El regreso

Para Regazzoni.

Personajes:

María / Juan

( Sala de un departamento modesto y sombrío. Muebles viejos. Muy poca luz )

María.-¿Qué más ha habido? Nada que realmente te interese saber. He vivido y ya en estos tiempos eso me parece ganancia; he trabajado aquí y allá, con muy poca fortuna al principio, pues recordarás que en algunos aspectos siempre he sido muy torpe. Después de dos o tres fracasos bien sonados me logré orientar. Eso es todo. Años sin resplandor ni brillo han sido los míos.

Juan.-¿No has sido feliz?

María ( se queda pensativa, luego en voz muy baja ).-¿Feliz? Sí, creo que algunas veces he llegado a serlo. No siempre. En un principio fui muy desdichada. A los pocos días de haberte ido intenté suicidarme, ¿lo supiste?

Juan.-No, ¿cómo iba a enterarme?

María ( habla como entre sueños ).-Tomé unas píldoras, mas no bien acababa de hacerlo cuando el pánico me acobardó. Llamé a los vecinos y ellos me condujeron al hospital. Sabes, sufría mucho. Después de eso todo fue más fácil. El haber estado tan cerca de la muerte me impidió seguir queriéndote. En ese momento se detuvo mi tiempo y pude emprender una vida absolutamente distinta: al cortar con el pasado me reducía a un presente inmutable, en el que cualquier luminosidad quedaba proscrita. Me sabía hueca, desfondada, y en ese estado de ánimo comencé a trabajar. Al principio, te digo, no lograba dar una; después como que las cosas se han ido encarrilando. Sí, Juan, a veces hasta he llegado a ser feliz.

Juan.-Tú también me hiciste mucho daño, te lo juro.

María ( sorprendida ).-¿Te hice daño, Juan? No me explico cómo pudo haber sido. Yo solamente te quería,

Juan.-Fuiste demasiado fuerte para mí. Es posible que no estuviera entonces preparado para recibirte. Al aparecer tú, así, tan repentinamente, sin que nada te anunciara, se inició en mí el desorden. No era la diferencia de edades, dos años apenas, lo que determinaba nuestra lejanía, sino el tumulto que acompañaba tu existencia, lo huidizo de tu personalidad, el no poder llegar nunca a conocer tus raíces. Eras como una galería de espejos donde la multiplicidad de las imágenes impedía siempre alcanzar el objeto. Ya no pude estudiar; el alcohol se convirtió en experiencia cotidiana. Y lo peor, a pesar de mi necesidad de estar junto a ti, era que no alcanzaba a saber si te quería. Algo me llevaba siempre a buscarte; trataba de resistir a ese llamado, pero era imposible. Por eso muchas veces me veías llegar a tu casa furioso e irritado; aprehendía la primera oportunidad de entrar en conflicto contigo para ver si de esa manera se definían mis sentimientos. Era muy tonto lo que hacía.

Mario.-Sí, realmente era muy tonto.

Juan.-Pero no se me podía exigir otra conducta. ¿Me proporcionabas tú alguna ayuda? Nuestras relaciones eran de lo más irregular: un tránsito perpetuo de fervientes amantes a enemigos enconados, de enemigos a amigos, de amigos a amantes. No hubo en nuestros días uno que se pareciera al anterior.

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