Sergio Pitol - Cuentos

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Sergio Pitol, la realidad de escenarios y la influencia de las literaturas no le han impedido a Sergio Pitol la creación de un mundo auténtico. El incendio que amenaza a cada uno de los personajes y el cerco de palabras que no ofrece resquicios pertenecen a un escritor profundamente singular. Al renunciar a escribir en la bitácora del extranjero, Sergio Pitol se ha vuelto nativo de su propio mundo, un mundo tan intenso y rico en cambios y matices como el más vigoroso de los elementos, el fuego.

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A veces esas alusiones a la familia lograban que el médico, tan respetuoso de lo institucional, se envalentonara a responder. Pero no bien decía las primeras titubeantes palabras, cuando la anciana pedía un somnífero, lo tomaba y, tranquilamente, daba por concluida la sesión.

La fuente mayor de los conflictos provenía fundamentalmente del rigor de la enfermedad y la ineficacia del tratamiento. Aquél era el único punto en el que el médico se atrevía a mostrarse en franca rebeldía contra su madre.

– No sólo da pena el aspecto que presenta cuando se pone usted a cantar como loca con esta criatura y a hacer payasada y media sin más fin que divertirla, sino que el vino, ¡entiéndalo, por favor, entiéndalo bien!, contribuye a excitarle más los nervios. Te n g a siempre presente que su mal tiene una raíz nerviosa, que debemos ante todo procurar que esté usted tranquila; pero el modo desusado y anormal en que está viviendo no hace sino empeorar las cosas. Hay días en que hasta al cubo de la escalera llega el tufo a alcohol.

– No sabes siquiera lo que dices. Es muy raro que llegue a beber más de dos copas de vino. Desde hace muchísimos años he estado acostumbrada a las bebidas fuertes para regular mi presión; no veo cómo puedan ahora influir en mi estado psicológico. Me duele recordarte que de estas cosas no entiendes mucho, de otra manera hace ya tiempo que me habría aliviado. Si a veces bebo un poco más de la cuenta es precisamente para olvidar no sólo mi aspecto bestial o los dos años que llevo con la cabeza rapada, tratando de mitigar estos ardores que me enloquecen, para no hablar de la gordura, el desarreglo glandular, como te encanta llamarle, sino en parte muy principal para olvidarme de tu fracaso, de tu mediocridad profesional. Ahora me explico por qué te has quedado casi sin enfermos.

– Usted bien sabe que no ha sido por mi culpa…

– Sí, sí, sí.

– Usted sabe que el Seguro Social…

– Sí, sí, sí. ¿Por qué nuestras amistades ansiaban que Gloria abriera su despacho para ponerse en sus manos? Te habían perdido la fe. Te he oído con paciencia una y otra vez. Según tú, el tratamiento ha dado algún resultado. ¿Quiero que me digas cuál? ¿En qué he mejorado? ¿De qué han servido las inyecciones, de qué todas las torturas a las que me has sometido? ¿Me encuentras mejor? ¿Has visto algún progreso? Tú, Ángel, tú, Juanita, ¡avívate, por Dios, y párale a esa cantaleta!, ¿han observado en mí alguna mejoría? La única vez que parecía que me estaba por desaparecer la tiña fue cuando tomaba aquella infusión que me preparó Flor. Pero te encelaste y tuve que prescindir de ella.

– Acuérdese de la diarrea que le produjo. Recuerde lo grave que se nos puso.

La anciana lo miró desconcertada durante un instante.

– ¿Diarrea? ¿De qué me hablas?

– Acuérdese cómo se debilitó en esos días.

– No me acuerdo de nada. Creo, sí, que una noche me diste algo que me hizo trizas el estómago.

– ¡No tiene caso discutir con usted!

– Entonces por favor deja de venir; no te aparezcas por aquí durante una temporada; manda a otra persona a que me inyecte y líbrame de una vez por todas de tu presencia. Que vuelva la enfermera. Dices que mi padecimiento es nervioso, ¡raro es que no lo fuera si no me permites un solo instante de tranquilidad! ¡Exijo una tregua, tengo derecho a ella! ¡Cómo te atreves todavía a sermonearme! Juanita, por favor, pásame una de las pastillas blancas. ¿Ves? Me volvió la taquicardia.

– ¿De las que son como hostias o de las chiquitititas?

– De las más chiquitas, corazón, y corre a la cocina a pedirle a tu mamá un vaso de leche tibia.

– ¿Por qué no me pide a mí las medicinas? La niña no logra distinguir bien los colores.

– ¿Cuándo se ha equivocado? Si hoy preguntó es porque hay medicinas nuevas en el tocador. Es la única persona con quien cuento y quieres también separarme de ella. Cualquier satisfacción mía te hace daño. Ten cuidado, Ángel, que un día te va a prohibir visitarme. Por favor, no vayas a hacerle caso; entra aunque sea abriéndote paso a golpes. Quiere aislarme, quiere reducirme a cero. Al oír las voces entró Flor con el vaso de leche y la niña agarrada del vestido. -No la martirice, doctor, no ve que está hoy muy rendida. Tome su pastilla, señora, tranquilícese.

– Gracias, gracias, Flor.

Vio a su tío levantarse, alzar los hombros, salir, vejado, fastidiado de la habitación. Poco después se despidió de su tía y bajó a hacerle un poco de compañía al médico.

– ¿Te das cuenta? Y no puede uno culparla de nada. Sufre mucho. La muerte de Isabel y las muchachas la afectó muy a fondo. Le deshizo para siempre el sistema nervioso. A ratos llego a tener la impresión de que me reprocha el haberme salvado. Es muy difícil esta vida, para ambos -se quedó un instante en silencio, luego agregó, con algo semejante al rencor-. Sólo que ella al menos tiene de su parte a Flor y a la niña.

– ¿Por qué no insistes en hacerla salir, tío? Quizás si fuera a pasar una temporada a Tehuacán, que antes le gustaba tanto, o a cualquier otro lugar.

– ¿Crees que no lo he intentado? En estos días más que nunca es necesario lograr que salga. Por un tiempo, claro. Me he cansado de pedirle que al menos deje su habitación por un rato, que vaya al jardín. Pero es inútil; nunca lo hará. Quizás lo mejor sea, como dices, un cambio más drástico. Llevarla a Tehuacán. ¿Cómo no se me había ocurrido? Que se olvide de este ambiente por unas semanas. Puede ir con una enfermera; que se lleve a la niña si eso la distrae. La casa no puede sino traerle recuerdos muy penosos. No tiene el menor sentido que mantengamos esta propiedad para nosotros dos. Cuartos y más cuartos, todos cerrados. El Ayuntamiento me ha hecho proposiciones muy convenientes para comprar la parte trasera, donde queda el consultorio. Pero ni siquiera permite que le trate el asunto. ¡Ojalá tú puedas convencerla! Me he dado cuenta de que a ti te hace más caso. Dime, ¿tiene sentido conservar esta enormidad de casa? Que se vaya a Tehuacán mientras hacen la demolición. Estoy seguro de que nada le sentará m e j o r. ¿Por qué no le hablas mañana del asunto? ¿No podrías irte a pasar unos días a Tehuacán con ella?

Fue absolutamente imposible aproximarse siquiera al tema.

Sergio Pitol

1Fragmento de novela 2Fragmento de novela - фото 2
***
1Fragmento de novela 2Fragmento de novela - фото 3

[1]Fragmento de novela.

[2]Fragmento de novela.

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