Sergio Pitol - Cuentos

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Sergio Pitol, la realidad de escenarios y la influencia de las literaturas no le han impedido a Sergio Pitol la creación de un mundo auténtico. El incendio que amenaza a cada uno de los personajes y el cerco de palabras que no ofrece resquicios pertenecen a un escritor profundamente singular. Al renunciar a escribir en la bitácora del extranjero, Sergio Pitol se ha vuelto nativo de su propio mundo, un mundo tan intenso y rico en cambios y matices como el más vigoroso de los elementos, el fuego.

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Al escribir aquellas notas, comenzó a saber cuál sería el cauce que seguiría la trama. Los personajes serían tres: la mujer que espera, el amante ausente, el amigo decorador. Al principio pensó en hacerlo pintor, pero la decoración, aunque sólo fuera por obviedad, resultaba más apropiada a las experiencias que debía vivir. Cuando tuvo a los protagonistas más o menos trazados advirtió que no importaban, que eran arquetipos que la vida repetiría cíclicamente, que, aunque le resultara doloroso aceptar la afirmación, lo único que contaba era la historia. Cualquier lucha contra la anécdota estaba de antemano perdida.

Otro apunte:

“La pasión de Jimmy, el ausente, por el mar, es desaforada. Fina sabe, desde el comienzo, que el mar es su único rival. El mar y los barcos. Es posible que también él sea un periodista ocasional. Tiene otros ingresos. Cuenta con rentas seguras. Ha escrito varios libros de viajes. Por lo general pasan medio año en cada lugar, a veces menos; luego emprenden otro largo recorrido. Siempre en barco. De la Guayra a Yokohama, de Yokohama a Vancouver, de Vancouver a Capetown, de Capetown a Barcelona. A Jimmy le gustaría que esas travesías no terminaran nunca. Han viajado en cargueros noruegos, griegos, yugoslavos, alemanes. El último viaje -para ella fatigosísimo- lo hicieron en un barco con patente de Liberia cuya tripulación parecía la resaca de la marina internacional, un racimo de adolescentes patibularios o de viejos ex-legionarios que la contemplaban con un raro fulgor en la mirada; ahora sabía que no era producto del deseo. ¿Habría en el mundo muchos hombres como Boris, el marinero de bovinos ojos azules que trabajaba en un barco alemán? Fue una lata de viaje. A m o m e n-tos le resultó casi imposible ocultar el malhumor, disimular sobre todo el rencor que le producía ver a Jimmy renacer ante el solo contacto con el barco, a la primera bocanada de aire salino, ante el tufo característico de un camarote en un barco de carga.

Se lo había advertido desde el principio:

– Conmigo los únicos males te llegarán por el agua. No los esperes de mí ni de mi pobre mujer, incapaz hasta de matar a una mosca. Sólo del agua, hasta la de los ríos. Cuídate de las estelas de los barcos. Cuídate, sobre todo, de los barcos.

Sweet old Jimmy!

Y mientras espera en aquel hotel en forma de barco, cuando logra olvidar a Boris, el desconocido marinero de Ufa, piensa en una nave varada, en una grieta que se ensancha cada vez más a un costado de la nave, en dos grandes grietas que se ensanchan como dos ásperas cicatrices sobre un torso desnudo. Y en torno a esa nave que se desgaja, un paisaje funesto: arrecifes, cayos, erizos.

¡El hundimiento del Titanic!

Ya no hay modo de que la nave se salve. Se contempla como un fantasma en medio de los largos pasillos de aquella crujiente fábrica de hierro que se precipita hacia el fondo. Toda la historia deberá girar en torno a la crisis del personaje femenino. El nombre de Josefina es tan arbitrario como el de los demás. La única razón por la que los eligió es que comienzan con J. Josefina, Javier, Jimmy. Boris es otra cosa, el elemento absurdo, contaminador: la lepra.”

Después se presentó el problema de ubicar a los personajes. La primera tentación fue comenzar con la escena en que Javier le refiere a su amiga la aventura con el marino de Ufa. Pero tal inicio resultaba poco convincente, una entrada en materia demasiado abrupta. Hasta que al fin contempla con toda nitidez la escena. Josefina sale del ascensor de aquel hotel situado en las faldas del Tibidabo, frente a una rotonda donde florecen los algarrobos que, igual que las lilas y las glicinias, son flores que aman los tres protagonistas por detestar visceralmente el invierno. El hotel es un barco anclado, rodeado de un mar tranquilo, muerto, una tersa bahía de superficie aceitosa, cuyas aguas pueden resquebrajar la nave con la misma despreocupación con la que cascarían una avellana. Y en su interior Josefina ansía ver perecer a Jimmy, no por agua sino destazado por hierros retorcidos, triturado por compuertas deformes, ondulantes como láminas de papel de estaño. Es la primera vez en tres días que sale de su cuarto. Ni siquiera se preocupa por pasar a la recepción a preguntar, como lo ha venido haciendo con perfecta ociosidad desde el día de la partida de Jimmy, si le ha llegado carta. Sabe que en el caso de haberla no será de él. No se hace ilusiones absurdas (pero en el fondo alienta siempre la posibilidad de que se produzcan esos hechos maravillosos que le confirmen su vaga creencia en la imprevisibilidad de la conducta humana). Piensa en su última conversación con Jimmy sobre la necesidad de una separación, aprovechando el viaje para tramitar su divorcio en el pequeño pueblo inglés donde se había casado diez años atrás. Se encamina directamente hacia el bar del hotel. Observa al camarero, que a su vez la observa furtivamente. Siempre que se pone esa chaqueta encuentra las mismas miradas, aunque esa vez le parece que hay algo más, una especie de, complicidad que se manifiesta en los guiños del hombre que le sirve una copa de jerez. En la barra dos muchachos la miran y cuchichean. ¿Habrán descubierto su secreto? ¿Sabrán que desde hace unos cuantos días, desde la conversación con Javier y la noche del sueño, ya no es la misma? ¡Cómo pensar en recibir una carta de Jimmy! ¡La imprevisibilidad de la naturaleza humana…! ¡Bravo! Faltan por lo menos quince días para que llegue la primera carta. Sabe que le escribirá sin duda tan pronto como se divorcie. En el fondo también él es sumiso, tan sumiso como el marinero de Ufa. ¿Lo serían todos los hombres de mar? ¿Lo serían muchos? “Tu mayor enemigo será el mar…” Viajes interminables, horizontes sin fin, resplandores extraños en las miradas de los jóvenes tripulantes… ¿El paraíso? ¿El limbo?… Sabe qué frases leerá en esa primera carta, conoce el ritmo de los párrafos tan bien como su caligrafía. Le parecerá escuchar su voz cuando lea, una, dos, tres veces seguidas el breve pliego. Lo guardará en las páginas del libro que tendrá en las manos. ¿Qué leería en aquel momento? Habría que buscar un título apropiado para ocultar bajo sus tapas la carta del buen Jimmy. ¿Tal vez Los sonámbulos? Se encerraría en el cuarto y volvería a leerla otra vez. Sabe que hará un esfuerzo de concentración moral y que después de meditar limpia y honestamente -todo lo que hace Jimmy adquiere al instante una intolerable pátina de pureza- emitirá un sí definitivo. Sí, seguirían viviendo juntos; sí, la necesitaba; sí, se casaría con ella ahora que estaba libre de cualquier compromiso. Pero eso ya lo sabía, igual que las palabras con que se expresaría, porque había manejado toda la situación al apresuramiento del divorcio, la breve separación que les permitiría pensar con serenidad, “sin influirse ni presionarse”, en lo conveniente que resultaría casarse. Le había enseñado a añorar el matrimonio desde el principio, en las mismas ocasiones en que ensalzaba las ventajas de una unión libre. Y como en toda novela rosa, cuando el momento de la proposición llegara tendría que fingir sorpresa, pedir tiempo para reflexionar, y, finalmente, pronunciar un tímido, un trémulo sí, inspirado en el único propósito de hacerlo feliz. ¡El sumiso idiota lobo de mar! La carta llegaría dentro de dos semanas. Por principio, mientras el divorcio no estuviera legalizado, Jimmy no haría nada. Pero eso ya no importaba. No le hacía ninguna ilusión recibir esa carta, la carta por la que no preguntó al pasar a la recepción por miedo de encontrar una nota de J a v i e r. Temía que Javier, ante su negativa a responder el teléfono -en el hotel seguían instrucciones precisas: la señora había salido de compras, bajado a la ciudad, no llegaría en todo el día-, hubiera comprendido que había llegado demasiado lejos y forzara un encuentro para aclarar la situación.

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