Sergio Pitol - Cuentos

Здесь есть возможность читать онлайн «Sergio Pitol - Cuentos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Sergio Pitol, la realidad de escenarios y la influencia de las literaturas no le han impedido a Sergio Pitol la creación de un mundo auténtico. El incendio que amenaza a cada uno de los personajes y el cerco de palabras que no ofrece resquicios pertenecen a un escritor profundamente singular. Al renunciar a escribir en la bitácora del extranjero, Sergio Pitol se ha vuelto nativo de su propio mundo, un mundo tan intenso y rico en cambios y matices como el más vigoroso de los elementos, el fuego.

Cuentos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

¡Había que verlo en París hacia mil novecientos cincuenta y tantos! ¿Un pobre diablo, ya desde entonces? Tal vez. Pero no perdona la crueldad con que se lo demostraron. Buscaba entonces rescatar su niñez y más que nada la imagen extraviada de su padre. ¿Qué huella había dejado entre quienes lo conocieron aquel secretario de la Legación de México muerto súbitamente a los treinta y seis años, días antes de la caída de París? Al día siguiente de su llegada fue a visitar la tumba. ¿Podría su orfandad precoz explicar ciertas reacciones? Es decir, ¿a alguien que viviera otras circunstancias le habría impresionado de la misma manera el trato con Lorenza y Celeste? Es casi seguro que no. El propósito visible de aquella estancia fue el de seguir un curso de composición en el Conservatorio. Encontró a algunos mexicanos radicados desde siempre en París que decían recordar muy bien a su padre, pero al interrogarlos de cerca advirtió que la imagen borrosa que guardaban era invariablemente falsa. Algunos lo confundían con un joven tarambana y deshonesto colocado en la sección consular por el propio presidente Calles, otros con un empleado entusiasta de los estudios orientales que al cierre de la Legación se quedó en París, trabajó con los alemanes y luego huyó a España, otros más inventaban anécdotas fácilmente lisonjeras cuando intuían su ansiedad y barajaban rasgos y hechos que podían corresponder a cualquier diplomático, lo que acababa por difuminar en vez de crear una silueta. Nunca aclaró que aquel por quien preguntaba era su padre; casi siempre lo convertía en un pariente lejano. Sus hijos, sus primos, sus mejores amigos -decía- se interesaban por saber algo de la estancia en París de aquel hombre cuyo cadáver por circunstancias del momento no pudo ser transportado a México.

La desilusión fue constante.

– ¿Ernesto Rebolledo, dice usted? Sí, sí, claro, me parece estar-lo viendo, pero no era aquí donde trabajaba sino en el consulado de Marsella; un buen hombre; venía muy seguido, en realidad estaba casi siempre en París porque su esposa, no recuerdo si era australiana o canadiense, detestaba a los meridionales y prefería vivir aquí con sus hijos. No la culpo; si usted conociera el sur lo entendería perfectamente.

No, a pesar de los cinco años pasados en esa ciudad, nadie lo recordaba. No es que aquello fuera importante, pero sí un poco triste. Él mismo, que había llegado a París a los dos (su hermana acababa de nacer) y salido a los siete años, creía contar con recuerdos muy nítidos de su infancia, y, sin embargo, con estupor tuvo que confesar que ninguno tenía ubicación precisa. Su madre no contribuyó en nada a aclararle ese periodo. La pobre fue siempre una niña y hasta el final no logró recordar nada de nada, ni enterarse siquiera de lo que fue su vida. Después de pasar quince años en Europa seguía confundiendo los lugares en que trabajó su marido y nunca pudo decir si tal o cual museo o monumento se hallaba en Oslo o Praga, ni siquiera saber qué idioma se hablaba en esas ciudades. París, la única que lograba diferenciar, fue para ella una vaga serie de restaurantes, cines y estaciones de metro. La fachada que él recordaba como la casa de su infancia era igual a cien mil otras; debía quedar no lejos de la Ópera, no lejos de la Madeleine, se decía, pues le parecía haber caminado muchas veces por esos lugares con sus padres. La dirección que encontró en el acta de defunción lo remitió, sin embargo, a un inmueble de estilo nada frecuente situado en una placita no lejos de la Porte St. Denis, un edificio morisco, absurdo, abandonado al parecer desde hacía veinte años; una casa y un barrio que nada le decían. ¡En fin…!

A partir de ese momento decidió abandonar a su padre.

En una ocasión, don Alfonso Esteva, un viejo residente en París, íntimo amigo, como lo supo más tarde, de Lorenza y Celeste, y quizás hasta un poco emparentado con ellas, le dio la dirección de una argentina, una tal María Rosa de Azuara, quien según el anciano había sido el gran amor del secretario por el que tanto preguntaba.

– Ya la llamé y está dispuesta a recibirlo cualquier tarde. Es una muchacha muy bonita -le dijo con entusiasmo-. Fue una de las grandes bellezas de su tiempo; parece que los años la han vuelto un poco rara. Estuvieron muy enamorados. ¡Vaya, vaya, ya verá qué muchacha más guapa!

– Aquí murió, en esta habitación, precisamente en ese diván donde usted está sentado -dijo una vieja de pelo ralo, estropajoso y desteñido, quien desprendía ese tufo a estiércol, a medicamentos y a rata que emana de ciertos locos-. Este departamento me lo cedió él. No me han podido echar, no me he dejado. Matarme, claro, podrían matarme, se dirá usted, pero yo soy de las que no ceden. Verá ahora las paredes muy tristes, pero el terciopelo es auténtico. A él le gustaba que todo estuviera forrado de terciopelo verde. Así es -repitió-, yo soy de las que no ceden. No temo que intenten despacharme porque sé demasiado. Tengo papeles comprometedores, los tengo guardados, no aquí, no crea que soy tan boba, los tengo a buen recaudo; documentos que las harían temblar. Ellas lo saben, por eso han dejado de molestarme. Pero usted no se alarme, ¡nada de nervios!, que yo no comprometo a nadie y menos que a nadie a su memoria. ¡A nadie, a nadie, a nadie! ¡Vive y deja vivir; ése es mi lema! No quiero vanagloriarme, pero sé ver las cosas como son. Soy realista. Aprendí a fingir. Fue él quien me enseñó a fingir.

Con voz temblorosa, arrepentido de haber asistido a aquella cita, y rechazando con cada una de sus células el pensamiento de que aquel cuerpo desvencijado y lechoso se hubiera abrazado al de su padre, que aquellos labios resecos lo hubieran rozado, intentó llevar la conversación hacia el desaparecido. Le preguntó por su enfermedad. ¿Había sido larga, dolorosa? ¡Sabía tan poco sobre sus últimos días!

– Murió al primer balazo -dijo, y sacó un gran sobre lleno de fotografías y recortes de periódico que desparramó sobre la mesa. En todas ellas se veía a un individuo de unos cuarenta años de aspecto presuntuoso y sonrisa inmutable; en algunas lo acompañaba una real hembra en quien trató de reconocer al monstruo que desplegaba y ordenaba las fotos igual que una cartomanciana lo haría con un mazo de naipes. Aquí lo tiene, pero no pretenda, ni tampoco Esteva, a quien ellas, ¡ese par de serpientes!, tienen en sus manos, saber nada más.

– Éste no es Ernesto Rebolledo -alcanzó a murmurar.

– ¿Qué me dice? ¿Y quién diablos es ese tal Rebolledo? -luego lo miró con sorna y desconfianza-. No quiera pasarse de listo, joven, no se lo voy a permitir. Conmigo, sépalo, nadie juega. He conocido mucha maldad en este mundo, pero yo no me asusto -y luego, sin transición alguna, gritó-: ¡Largo! ¡Fuera de aquí! -cubrió con el cuerpo las fotos tendidas sobre la mesa y comenzó a meterlas precipitada, desordenadamente, en su viejo sobre. Él aprovechó ese momento de confusión para salir. ¡Qué alivio, la calle! Entró en el primer bar y se tomó tres Calvados al hilo.

Y fue en ese momento cuando decidió dejar en paz la memoria de su padre.

¿Y las ya mencionadas Celeste y Lorenza, quiénes eran? ¿Estuvieron o no ligadas con su padre? ¿A qué vino tanta alusión para después abandonarlas?

Eran dos señoras mexicanas que, una marcial y la otra mustiamente, envejecían en París. A nadie, ni siquiera a su hermana, le había contado con exactitud ese episodio. Eran dos mujeres que, asistidas por Antonia, una sirvienta española, le hicieron sospechar durante casi un año que el paraíso terrenal era posible.

¿Eran ricas?

Decían no serlo, aunque poseían una casa que debía valer una fortuna al inicio de la rue Ranelagh. Una casa muy bella de dos pisos. En la planta baja vivía Lorenza; en la superior, Celeste.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cuentos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Cuentos»

Обсуждение, отзывы о книге «Cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x