Joanne Harris - Chocolat

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El chocolate es algo más que un placer para los sentidos. Por eso para el párroco la llegada al pueblo de Vianne Rocher, una singular mujer que decide montar una chocolatería, no puede ser sino el primer paso para caer en la tentación y en el pecado. Y frente a él, la joven Vianne solo puede apelar a la alegría de vivir de las gentes.

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– V’là l’bon vent, v’là l’joli vent…

Pero esta vez no será como las otras, me prometo en silencio. Esta vez vamos a quedarnos. Ocurra lo que ocurra. Sin embargo, a pesar de que vuelvo a deslizarme en el sueño, me veo considerando la idea, no con deseo sino también con escepticismo.

31

Miércoles, 19 de marzo

Parece que estos días hay menos actividad en la tienda de esa tal Rocher. Por de pronto, Armande Voizin no visita el establecimiento, aunque me la he encontrado varias veces desde su recuperación, caminando con paso decidido y sin apenas ayudarse con el bastón. Suele acompañarla Guillaume Duplessis, que arrastra a ese cachorro flacucho que ahora tiene, y en cuanto a Luc Clairmont, va todos los días a Les Marauds. Cuando Caroline Clairmont se enteró de que su hijo se había estado viendo con Armande en secreto, su rostro no pudo disimular una mueca de disgusto.

– Últimamente no puedo con él, père-se quejó-. Un chico tan bueno, tan obediente, y de pronto… -Al decirlo se llevó sus manos cuidadas al pecho con gesto teatral-. Lo único que le dije… y de la manera más suave que me fue posible… es que quizás habría tenido que decirme que se veía con su abuela… -lanzó un suspiro al decirlo-. Parece que, pobrecito, se figuraba que yo lo desaprobaría. Le dije que eso no me habría pasado ni un momento por la cabeza. Me encanta que te veas con ella, le dije, después de todo un día heredarás todo lo que tiene… Pero de pronto se echó a gritar y me dijo que el dinero le importaba un bledo, que si no me había dicho que se veía con ella era porque sabía que yo lo podía estropear todo, que yo no era más que una fan de la Biblia que metía las narices donde no me llamaban… Esto fue ni más ni menos lo que me dijo, son sus mismas palabras, père, se lo prometo por mi vida… -y al decirlo se restregó los ojos con el dorso de la mano, aunque procurando no echar a perder el impecable maquillaje que llevaba.

»¿Y yo qué he hecho, père? -se quejó-. Yo lo he hecho todo por este niño, se lo he dado todo. Y ver que ahora se aparta de mí, que me echa tantas cosas en cara por culpa de esa mujer… -su voz resonaba con dureza pese a las lágrimas-. Es peor que si me hubiera mordido una víbora -se quejó, apretándose el pecho con la mano-. No se imagina lo que es todo esto para una madre, père.

– Usted no es la única persona que ha sufrido las consecuencias de la injerencia de madame Rocher, por buenas que puedan ser sus intenciones -le dije-. No tiene más que ver todos los cambios que ha provocado en las pocas semanas que lleva en el pueblo.

Caroline sorbió aire por la nariz.

– ¿Dice que tiene buenas intenciones? Lo que pasa es que usted es demasiado condescendiente, père -dijo con aire despectivo-. Esa mujer es una mala pécora, eso es lo que es. Por poco mata a mi madre, ha vuelto a mi hijo contra mí…

He asentido con un gesto como alentándola a hablar.

– Por no hablar, además, de lo que ha hecho con el matrimonio Muscat -prosiguió Caroline-. Me sorprende que usted haya tenido tanta paciencia, père. Se lo digo como lo pienso -sus ojos echaban chispas de despecho-. Me extraña que no haya hecho uso de su influencia, père.

Yo me encogí de hombros.

– Yo no soy más que un cura de pueblo -le dije-. No tengo tanta influencia como eso. Puedo desaprobar algo, pero…

– Usted puede hacer bastante más que desaprobar algo -dijo ella con voz tensa-. Lo que habríamos debido hacer todos era hacer caso de lo que usted nos dijo, père. No habríamos debido tolerar la presencia de esa mujer en el pueblo.

Volví a encogerme de hombros.

– Cualquiera podría decir lo mismo volviendo la vista atrás -le recordé-. Incluso usted favoreció el establecimiento frecuentándolo como clienta, si mal no recuerdo.

Caroline Clairmont se ruborizó.

– Pero ahora nos pondríamos todos de parte de usted -dijo-. Paul Muscat, Georges, los Arnauld, los Drou, los Prudhomme… Nos uniríamos todos como un solo hombre. Y haríamos correr la voz. Podríamos conseguir que la marea se volviera contra ella, incluso ahora.

– Pero ¿con qué motivo? Esa mujer no ha violado la ley. Dirían que no son más que habladurías malévolas y usted esta vez tampoco se saldría con la suya.

Caroline se permitió una sonrisa tensa.

– Podríamos boicotear ese festival que prepara, eso para empezar -dijo.

– ¿Sí?

– Naturalmente que sí -la intensidad de sus sentimientos la convirtió en una mujer fea-. Georges se relaciona con mucha gente, es un hombre acomodado. Muscat también tiene influencia. También se relaciona y es una persona persuasiva. Está, además, el Comité de Residentes…

Por supuesto que es persuasivo. Me acordé de su padre en aquel verano de los gitanos del río.

– Si el festival le ocasionara pérdidas… ya que según dicen ha invertido una suma de dinero importante en la preparación… quizá podría obligársela a…

– ¿Que podría obligársela? -repliqué con voz suave-. Por supuesto que no querría que nadie creyera que tengo parte en el asunto. Podrían considerarlo… poco caritativo.

Por su expresión comprendí que ella se hacía perfecto cargo de la situación.

– ¡Eso por supuesto, mon père!

Su voz era ávida, totalmente implacable. Por espacio de un segundo aquella mujer me inspiró un profundo desprecio, en aquel momento estaba jadeante, pretendía ser halagadora, parecía una perra en celo, pero ya se sabe, père, con armas tan despreciables como ésta es como suelen realizarse este tipo de trabajos.

Después de todo, père, usted debería saberlo.

32

Viernes, 21 de marzo

El desván ya está casi terminado, el yeso todavía está húmedo en algunos sitios pero ya está instalada la nueva ventana, que es redonda y tiene un marco de latón como los ojos de buey de los barcos. Mañana Roux colocará las tablas del suelo y, una vez pulimentadas y barnizadas, trasladaremos la cama de Anouk a la nueva habitación. No tiene puerta. La única entrada es una trampilla en el suelo a la que se accede a través de una docena de escalones. Anouk está muy excitada. No para de asomar la cabeza por la trampilla, mirando y dando instrucciones precisas con respecto a todo lo que hay que hacer. El resto del tiempo lo pasa conmigo en la cocina, observando los preparativos de Pascua. Suele acompañarla Jeannot. Se sientan el uno al lado del otro junto a la puerta de la cocina y hablan los dos a un tiempo. Para conseguir que se vayan tengo que recurrir a sobornos. Desde la crisis de Armande parece como si Roux volviera a ser el de antes y hasta lo oigo silbar mientras da los toques finales a las paredes del cuarto de Anouk. Ha hecho un trabajo excelente a pesar de que se lamenta de la pérdida de sus herramientas. Según dice, las que utiliza, alquiladas en el almacén de Clairmont, no son ni la mitad de buenas que las suyas. Así que pueda, comprará herramientas nuevas.

– En Agen hay un sitio donde venden barcas viejas con las que se puede navegar por el río -me ha dicho hoy mientras se tomaba el chocolate y unos éclairs-. Podría comprarme un casco viejo y repararlo durante el invierno para adecentarlo y dejarlo habitable.

– ¿Cuánto dinero le haría falta?

Se ha encogido de hombros.

– Quizá cinco mil francos para empezar o quizá bastarían cuatro mil. Todo depende del estado en que esté.

– Armande se los prestaría.

– No -en este punto es inflexible-, bastante ha hecho por mí -con el índice ha trazado un círculo en torno al borde de la taza-. Narcisse me ha ofrecido trabajo -me ha dicho-. Trabajaré en el vivero, y después lo ayudaré en las vendanges cuando llegue la vendimia y seguidamente ya vendrán las patatas, las judías, los pepinos, las berenjenas… Hay trabajo hasta noviembre.

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