Joanne Harris - Chocolat
Здесь есть возможность читать онлайн «Joanne Harris - Chocolat» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Chocolat
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Chocolat: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Chocolat»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Chocolat — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Chocolat», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Vianne -murmura con voz queda-, Vianne.
– No le importe sentirse de esa manera -le digo con decisión-. Está en su derecho.
A nuestros pies, Charly ladra indignado.
Hoy hemos recaudado casi trescientos francos. Por vez primera, lo bastante para quedar a la par. Se lo he comunicado a Anouk cuando ha llegado de la escuela, pero me ha parecido que no me prestaba atención y que su expresión, normalmente animada, hoy estaba indiferente. Tenía los ojos cargados, oscuros como el cielo que anuncia tormenta.
Le he preguntado qué le pasaba.
– Es Jeannot -dice con voz monocorde-. Su madre no le deja jugar conmigo.
Me acuerdo de Jeannot, disfrazado de Lobo el Mardi Gras de carnaval, un arrapiezo flacucho de siete años, cabello hirsuto y expresión de desconfianza. Anoche, sin ir más lejos, él y Anouk habían estado jugando en la plaza, corriendo de aquí para allá y profiriendo arcanos gritos de guerra hasta que la luz comenzó a declinar. Su madre es Joline Drou, una maestra de primaria, compañera de Caroline Clairmont.
– ¿Por qué no? -digo con voz neutra-. ¿Ha dicho por qué?
– Dice que soy una mala compañía para él -y me dirige una mirada aviesa-, porque no vamos a la iglesia… y porque abres la tienda los domingos.
Abro la tienda los domingos.
La miro. Me entran ganas de abrazarla, pero la veo tan rígida y hostil que me siento alarmada. Trato de hablarle con calma.
– ¿Y qué dice Jeannot? -le pregunto con voz suave.
– Él no puede hacer nada, porque ella está siempre vigilándolo -Anouk levanta la voz, que adquiere un tono estridente, al borde de las lágrimas-. ¿Por qué tiene que ocurrir siempre lo mismo? -pregunta-. ¿Por qué nunca…? -pero se interrumpe con esfuerzo, su pecho plano y jadeante.
– Pero tienes otros amigos…
Es la verdad. Anoche la vi con cuatro o cinco compañeros más, la plaza resonaba con su alboroto y con sus risas.
– Son amigos de Jeannot.
Sé qué quiere decir. Eran Louis Clairmont, Lise Poitou… los amigos de Jeannot. Sin él, el grupo no tardará en dispersarse. Siento una súbita angustia por mi hija, la veo rodeada de amigos invisibles con los que pretenderá llenar el vacío a su alrededor. Es egoísmo por mi parte pensar que una madre puede colmar este espacio. Egoísmo y ceguera.
– Podríamos ir a la iglesia, si tú quieres -le digo con voz suave-, pero ya sabes que esto no cambiaría las cosas.
Y en tono acusador me increpa:
– ¿No? ¿Por qué? Ellos tampoco creen. A ellos Dios les importa un rábano. Van a la iglesia y sanseacabó.
Sonrío, no sin cierta amargura. No tiene más que seis años y ya consigue sorprenderme con certeros atisbos ocasionales.
– Quizá tengas razón -le digo-, pero ¿quieres ser como ellos?
Cínica e indiferente, se encoge de hombros. Desplaza el peso de su cuerpo de un pie al otro, como si temiera el sermón que se avecina. Intento encontrar las palabras apropiadas para explicarme, pero sólo acierto a ver el rostro torturado de mi madre que me acuna mientras va murmurando en tono de orgullo: «¿Qué haría yo sin ti? ¿Qué haría?».
Hace mucho tiempo que la puse al corriente de todas estas cosas: de la hipocresía de la Iglesia, de la caza de brujas, de la persecución de los pordioseros y de los practicantes de otras religiones. Ella lo entiende, aunque el hecho de entenderlo no es extrapolable a nuestra vida de todos los días, a la realidad de la soledad, a la pérdida de un amigo.
– No está bien -lo dice en tono rebelde, con una hostilidad atenuada, aunque no totalmente anulada.
Tampoco había estado bien el saqueo de Tierra Santa, ni que quemaran a Juana de Arco, ni lo que hizo la Inquisición española. Pero yo sabía que esto ahora no tenía nada que ver. Anouk tenía el rostro contraído, una expresión concentrada; de haber mostrado el más mínimo signo de oposición, se habría vuelto inmediatamente contra mí.
– Ya encontrarás otros amigos.
Es una respuesta que muestra mi debilidad y mi desconcierto. Anouk me observa con desdén.
– Pero yo quería éste.
El tono de su voz me parece curiosamente adulto, extrañamente cansado, cuando la veo apartarse de mi lado. Las lágrimas le hinchan los párpados, pero no intenta acercarse a mí en busca de consuelo. Con súbita y abrumadora claridad, la veo toda de pronto: niña, adolescente, adulta, esa desconocida en que acabará por convertirse un día, y estoy casi a punto de gritar a causa de la privación y el terror, ni más ni menos que si nos hubiéramos intercambiado los papeles y ella fuera la persona adulta y yo la niña.
– «¡Por favor! ¿Qué haría yo sin ti?»
Pero dejo que se vaya sin decir palabra, muriéndome de ganas de retenerla, pero consciente de ese muro que se levanta entre las dos y que preserva nuestra respectiva intimidad. Los hijos nacen rebeldes, lo sé. Lo único que puedo esperar es un poco de ternura, una docilidad aparente. Pero debajo de la superficie subsiste la rebeldía, fuerte, salvaje, ajena.
Se quedó prácticamente en silencio el resto de la tarde. Cuando la he acostado se negó a escuchar el cuento con el que suelo despedirme de ella y, después de haber apagado la luz de mi cuarto, permaneció horas despierta. Desde la oscuridad de mi habitación podía oírla moviéndose de aquí para allá, hablando sola -o con Pantoufle- de vez en cuando, en furiosas explosiones entrecortadas pero musitadas en voz demasiado baja para poder oír lo que decía. Más tarde, cuando ya estaba segura de que se había dormido, me he deslizado a hurtadillas en su habitación para apagarle la luz y la he encontrado acurrucada en un extremo de la cama, con un brazo totalmente extendido y la cabeza vuelta formando un ángulo extraño pero tan absurdamente conmovedor que he sentido que se me desgarraba el corazón. Tenía fuertemente apretada en una mano una figura de plastilina, que le retiré al tiempo que le alisaba la ropa de la cama y me disponía a guardársela en la caja donde tiene sus juguetes. La figurilla todavía conservaba el calor de su mano y emanaba ese olor inconfundible que despiden las cosas de la escuela, la misma de los secretos dichos a media voz, de las pinturas de los carteles y periódicos, y de los amigos medio olvidados.
Una figura de unos quince centímetros de longitud, torpemente moldeada, los ojos y la boca trazados con una aguja, un hilo rojo atado en torno a la cintura y algo así como unas ramitas o unas briznas de hierba seca hincadas en el cráneo para representar el cabello castaño y estropajoso… En el cuerpo del muñeco de plastilina una letra incisa: una J mayúscula. Y debajo de ella, tan cerca que casi estaba superpuesta, la letra A.
He vuelto a dejar el muñeco en la almohada sin hacer ruido, junto a la cabeza de Anouk, y he salido después de apagar la luz. Poco antes de que amaneciera, se ha deslizado en mi cama como solía hacer cuando era pequeña y he oído su voz que, atravesando múltiples capas de sueño, murmuraba:
– Está bien, maman, yo no te abandonaré nunca.
En la oscuridad que nos envolvía, he notado su olor a sal y a jabón de bebé en su abrazo caliente y apasionado. La he acunado al tiempo que me acunaba yo también, dulcemente, las dos abrazadas con una sensación tan fuerte de alivio que era casi dolor.
– Te quiero, maman, te querré siempre. No llores.
Pero yo no lloraba. No lloro nunca.
He dormido muy mal, metida en un caleidoscopio de sueños, y me he despertado de madrugada con el brazo de Anouk sobre mi cara y la sensación urgente y aterrada de que había que huir, de que debía coger a Anouk y salir a todo correr y sin parar. ¿Cómo íbamos a poder vivir aquí? ¿Cómo habíamos sido tan estúpidas para creer que aquí no iba a encontrarnos? El Hombre Negro tiene muchas caras, todas implacables, duras y extrañamente envidiosas. «Corre, Vianne. Corre, Anouk. Olvidad vuestros dulces sueños y salid corriendo.»
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Chocolat»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Chocolat» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Chocolat» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.