Rosamunde Pilcher - Días De Tormenta

Здесь есть возможность читать онлайн «Rosamunde Pilcher - Días De Tormenta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Días De Tormenta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Días De Tormenta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Instalada en Londres, donde lleva una vida ordenada y solitaria, Rebecca tiene que viajar imprevistamente para acompañar a su madre, la que al sentirse al borde de la muerte le revela secretos familiares que la conmueven. Movida por una intensa curiosidad, Rebecca se traslada a la mansión de campo de su abuelo para intentar completar el difuso cuadro familiar. Esos días de viento y lluvia se convierten en una experiencia memorable, que determinará su futuro.

Días De Tormenta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Días De Tormenta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Lo encontré arriba, examinando una caja de libros procedentes de un caserón que acababa de ponerse en venta. Estaba solo y cuando aparecí en lo alto de la escalera se levantó y se me acercó creyendo que era una cliente. Cuando salió de su error, cambió de actitud.

– ¡Rebecca! Ya has vuelto.

Me quedé inmóvil, con las manos en los bolsillos del abrigo.

– Sí. He llegado a eso de las dos. -Me observó y leí una pregunta en su rostro-. Mi madre murió ayer de madrugada. Pasé toda la tarde con ella y estuvimos hablando toda la noche.

– Comprendo -dijo-. Me alegro de que la hayas visto. -Apartó unos libros del borde de una mesa y se apoyó en ella, cruzó los brazos y me miró seriamente a través de las gafas-. ¿Qué vas a hacer ahora? -añadió.

– No lo sé.

– Pareces muy cansada. ¿Por qué no te tomas unos días libres?

– No lo sé -repetí.

Frunció el ceño.

– ¿Qué es lo que no sabes?

– No sé qué hacer.

– Pero ¿qué te pasa?

– Stephen, ¿has oído hablar alguna vez de un pintor llamado Grenville Bayliss?

– Naturalmente. ¿Por qué lo preguntas?

– Es mi abuelo.

La cara de Stephen era todo un poema.

– Dios mío. ¿Desde cuándo lo sabes?

– Me lo dijo mi madre. Yo no había oído hablar nunca de él -confesé.

– Pues deberías.

– ¿Es muy conocido?

– Hace veinte años sí, cuando yo era pequeño. Había un Grenville Bayliss sobre la chimenea del comedor de la casa que mi padre tenía en Oxford. Formó parte de mi educación, en cierto modo. Un mar tempestuoso y gris y un barco pesquero con una vela parda. Me mareaba sólo de mirarlo. Su especialidad eran los paisajes marinos.

– Era marino. Había estado en la Marina Real.

– Tiene su lógica.

Esperé que continuara, pero guardó silencio.

– ¿Qué hago, Stephen? -dije al cabo del rato.

– ¿Qué quieres hacer, Rebecca?

– Nunca he tenido una familia.

– ¿Te parece tan importante?

– Ahora sí.

– Entonces ve a verle. ¿Hay alguna razón para que no lo hagas?

– Tengo miedo.

– ¿De qué?

– No lo sé. De que me rechacen, supongo. O de que me den de lado.

– ¿Había peleas sonadas en la familia?

– Sí. Y rupturas violentas. Y «no vuelvas a poner los pies en esta casa». Ya sabes.

– ¿Te sugirió tu madre que fueras?

– No. Con esas palabras no. Pero dijo que había objetos que le pertenecían y pensaba que yo tenía que recuperarlos.

– ¿Qué objetos?

Se lo conté.

– Sé que no es mucho. Puede que ni siquiera valgan la pena de hacer el viaje. Pero me gustaría tener algo de mi madre. Además -traté de darle un enfoque humorístico-, podrían llenar el piso que acabo de alquilar.

– Yo creo que ésa debería ser una razón secundaria. Lo primero es hacer buenas migas con Grenville Bayliss.

– ¿Y si a él no le interesa mi amistad?

– Entonces no habrá problema. Nadie resultará herido, salvo tu amor propio, pero no te morirás por eso.

– Casi me estás obligando a ir -dije.

– Si no querías mi consejo, ¿por qué has venido a verme?

Tenía razón.

– No lo sé -admití.

Se echó a reír.

– Hay muchas cosas que no sabes, ¿verdad? -Y cuando por fin pude sonreírle, añadió-: Mira, hoy es jueves. Vete a casa y duerme un poco. Y si mañana te parece demasiado pronto, entonces ve a Cornualles el domingo o el lunes. Pero ve. Y mira cómo está la tierra, cómo está tu abuelo. Puede llevarte un par de días, pero no importa. No regreses a Londres hasta que hayas hecho todo lo que puedas. Y si recuperas tus objetos, mejor, pero recuerda que no son lo más importante.

– Sí. Lo recordaré.

Se puso en pie.

– Ahora, fuera -dijo-. No puedo perder el tiempo haciendo de consejero.

– ¿Seguiré trabajando aquí cuando todo esto termine?

– Más te vale. No sé qué haría sin ti.

– Entonces, adiós.

Au revoir -dijo Stephen y entonces, como si hubiera tardado todo aquel rato en decidirse, se adelantó y me besó con torpeza-. ¡Buena suerte!

Ya había gastado demasiado dinero en taxis, así que fui con la maleta a cuestas hasta la parada del autobús, esperé a que llegara y, otra vez traqueteando, volví a Fulham. Mientras miraba por la ventanilla, sin verlas, las calles grises y llenas de gente, me puse a hacer planes. Iría a Cornualles el lunes, como había sugerido Stephen. En aquella época del año no sería difícil conseguir un billete de tren ni encontrar lugar donde hospedarme cuando llegara a Porthkerris. Y Maggie cuidaría del piso.

Pensar en el piso me recordó las sillas que había comprado antes del viaje a Ibiza. Me daba la sensación de que había pasado toda una vida desde entonces. Pero si no pasaba a recogerlas, las venderían a otra persona, tal como me había advertido aquel joven tan desagradable. Decidí bajar del autobús unas paradas antes, ir hasta la tienda y abonar el importe de las sillas para asegurarme de que estarían esperándome a la vuelta.

Me preparé para enfrentarme otra vez al joven de los téjanos, pero cuando entré y sonó el timbre de la puerta vi, con cierto alivio, que quien se levantaba de detrás del escritorio era otro hombre, un señor mayor de cabello gris y barba oscura.

Avanzó hacia mí mientras se quitaba las gafas. Dejé la maleta en el suelo.

– Buenas tardes.

– Buenas tardes. Vengo por unas sillas de cerezo y respaldo acolchado que compré el lunes pasado.

– Ah, sí, ya sé.

– Había que arreglar una.

– Sí, ya está arreglada. ¿Quiere llevárselas?

– No, con esta maleta no podría cargar con ellas. Y me voy fuera unos días. Pero pensé que si las pagaba ahora, me las podrían guardar aquí hasta mi regreso.

– Cómo no, señorita. -Tenía una voz profunda y encantadora y cuando sonreía, se le iluminaba aquella cara que tenía, de aspecto más bien taciturno.

Fui a abrir el bolso.

– ¿Aceptan cheques? Sólo llevo una tarjeta de crédito.

– No hay problema, ¿quiere utilizar mi escritorio? Aquí tiene un bolígrafo.

– ¿A nombre de quién?

– Al mío. Tristram Nolan.

Me gustó comprobar que el dueño del establecimiento era aquel hombre y no mi amigo el vaquero maleducado. Rellené el cheque, lo crucé y se lo di. Se puso a leerlo con la cabeza gacha, pero tardó tanto tiempo que pensé que me había olvidado de algo.

– ¿He puesto la fecha?

– Sí. Está perfecto. -Levantó la vista-. Es sólo su apellido, Bayliss. No es muy común.

– Sí, tiene razón.

– ¿Tiene usted algún parentesco con Grenville Bayliss?

Verme ante su nombre de aquella forma tan intempestiva y precisamente en aquel momento, me pareció extraordinario, pero también normal al mismo tiempo; como en esas ocasiones en que un nombre o una frase destacan en el interior de una página impresa sin que los busquemos.

– Sí -dije. Y a continuación, pensando que no había ningún motivo para ocultarle mi identidad a aquel hombre, añadí-: Soy su nieta.

– Increíble -dijo.

Me quedé atónita.

– ¿Por qué?

– En seguida se lo explico. -Dejó el cheque en el escritorio y sacó un óleo sólido y grande con marco dorado de detrás de una mesa de laterales abatibles bajados. Lo apoyó en una esquina del escritorio y vi que era de mi abuelo. La firma estaba en el ángulo y la fecha escrita debajo decía 1932.

– Acabo de comprarlo. No hay duda de que necesita una limpieza, pero creo que es estupendo.

Me acerqué para verlo mejor y contemplé unas dunas bajo un cielo vespertino y a dos niños pequeños, desnudos, inclinados sobre una colección de conchas. Puede que la obra fuese un algo anticuada, pero la composición era encantadora -los colores eran delicados y al mismo tiempo intensos- como si los niños, a pesar de la fragilidad de su desnudez, fuesen criaturas fuertes, criaturas que había que tener en cuenta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Días De Tormenta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Días De Tormenta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Días De Tormenta»

Обсуждение, отзывы о книге «Días De Tormenta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x