Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Maradentro: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Maradentro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Apasionante final para la trilogía. Los Perdomo Maradentro son una familia que huye de Lanzarote para rehacer su vida en tierras venezolanas. En ese lugar, siguen sucediéndose inesperadas situaciones por ese particular hechizo que Yáiza ejerce sobre los hombres.
Tras varios cambios de morada, finalmente se instalan en la Guayana venezolana donde, la hermosa Yáiza vivirá una mágica transformación.

Maradentro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Maradentro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

— ¿Tienes miedo?

Se volvió al que fuera en un tiempo altivo v hermoso guerrero y en que en los últimos tiempos parecía irse apagando como si una enfermedad más terrible aún que la propia muerte le consumiera por momentos y asintió:

— ¿Acaso no debo tenerlo? — inquirió —. ¿Cómo es Omaoa?

— No lo sé. Nunca lo he visto. Nadie lo ha visto. — ¿Ni siquiera Etuko?

— A él le habla, pero no puede verle. Habita en la cima del Gran Tepuy, pero jamás se muestra a los humanos.

Se hizo un nuevo silencio, y por último Yáiza, aventuró:

— ¿Y si me niego?

— Nadie puede obligarte, pero yo sé que no regresarás para vivir siempre en la duda, y porque ahora sabes que los «yanoami» te necesitan.

— Te repito que nada puedo hacer por ellos.

Yáiza sabia muy bien lo que decía. Observaba a todas horas a los indígenas consciente de que la observaban a su vez a cada instante, y al tiempo que se maravillaba por su hermosura como raza y la sencillez de sus costumbres, se sorprendía por el hecho de que hubieran conseguido mantenerse tan puros y apartados de toda contaminación de los temidos «racionales», pero Xanán tenía razón y al igual que había ocurrido con docenas de tribus de la selva, el sarampión o un simple catarro llevaría pronto o tarde la destrucción a aquellas gentes cuyo cuerpo carecía de defensas y vivían en un aire tan limpio y transparente, que incluso las heridas cicatrizaban de inmediato sin que llegaran a infectarse. El mundo de los «yanoami», donde no existía calor ni frío, y donde había agua y comida para todos porque vivían adaptados a su entorno y jamás exigían a la tierra más de lo que ésta podía ofrecerles, no resistiría el embate de la brutal cultura de los blancos, y se derrumbarla como un castillo de naipes bajo un violento manotazo.

Sesenta personas habitaban en el «shabono» de los «shorinoteri», porque sabían que ésa era la máxima carga humana que soportaba su entorno sin que llegara el hambre, y podía ver a las mujeres amamantando a sus hijos hasta que cumplían casi los cuatro años, pues mientras así lo hicieran no quedarían de nuevo embarazadas v no aumentaba por tanto el número de habitantes del poblado.

Pero si uno de aquellos niños moría, de inmediato, y sin que mediara ningún tipo de manipulación, la mujer concebía un nuevo hijo y era aquél un misterioso mecanismo interno que portaran en su organismo las «yanoami», conscientes desde que el dios Omaoa las colocó en aquel paraíso de que la única forma de no perderlo era no superpoblado jamás.

Morían dulcemente los ancianos, a los que los jóvenes cuidaban con infinito amor hasta el último momento para consumir un año más tarde sus cenizas, y tan sólo entonces se engendraba al miembro de la tribu que viniera a sustituirle para conservar el equilibrio que se mantenía idéntico generación tras generación a través de los tiempos.

Todo era común en la enorme vivienda circular, y sin embargo cada objeto era privado en la sección correspondiente a cada familia sin que nunca a nadie se le ocurriera apoderarse de algo que no le pertenecía. Disponían de mucho tiempo para hablar y reír porque necesitaban poco tiempo para cazar, pescar o recolectar los plátanos y los frutos del «pijí-guao», y podían dormir durante todo el día para despertar sin embargo a cualquier hora de la noche c iniciar una amena conversación al amor del fuego, porque nada parecía estar reglamentado y los «yanoami» eran, ante todo y por encima de todo, impenitentes charlatanes y descarados chismosos. Devoraban durante horas con infinito cuidado los piojos del vecino o empleaban esas mismas horas en pintarse artística y caprichosamente el cuerpo con rojo jugo de «onoto» o negro tizne de vasija, y pese a que no conociesen ni un solo instrumento musical, sus hermosas voces compensaban semejante ignorancia y a menudo medio pueblo cantaba mientras el otro ejecutaba una monótona danza, para intercambiarse de improviso los papeles.

No usaban vestidos ni más adornos que algunas flores y plumas de ave, y los larguísimos arcos, las flechas y el curare les bastaba para la caza, la pesca o la defensa. Todo se comía: mamíferos, peces, serpientes, gusanos, larvas, hormigas, «arañamonas» y una infinita variedad de aves exceptuando el águila, pero aborrecían la vista de la sangre y rechazaban todo tipo de carne que no estuviera prácticamente achicharrada. Improvisaban sus chinchorros con un simple haz de bejucos amarrados por los extremos, y bebían inclinándose sobre el agua, sin utilizar jamás las manos ni ningún tipo de recipiente.

No era mucho por tanto lo que le pedían a la vida, ni era al parecer mucho tampoco lo que la vida les exigía, y si Omaoa había sido un buen dios colmándoles de bienes, ahora Omaoa tenía miedo a las enfermedades de los blancos que amenazaban con destruir su obra, y ellos deseaban tranquilizar al dios y tranquilizarse a sí mismos ofreciéndole una esposa — racional- que sirviera de puente entre ambos mundos.

La observaban tan grande, que la mayoría de las mujeres apenas le llegaban al pecho y con un color de ojos tan sólo semejante a las hojas del plátano húmedas aún por el rocío de la mañana, enormes manos de larguísimos dedos, un rostro sin el menor rastro de adorno, y una voz tan profunda como el trueno que retumbaba en la lejana cordillera, preguntándose si Omaoa podía sentirse atraído por una criatura semejante, y si era aquélla una diosa de otra raza o tan sólo se trataba de fantasías de un hechicero drogado con «ebena».

La vida en el «shabono» se mantenía en apariencia inalterable pese a la presencia de los cinco extranjeros, pero cien ojos se clavaban en Yáiza en cuanto abandonaba su «maloka», como si cada hombre, mujer o niño quisiera desentrañar la auténtica Identidad de la inmensa guaricha.

No había prisa, y ni siquiera Etuko, el brujo, parecía inquietarse, permaneciendo durante horas tumbado en su hamaca en el centro del círculo mágico, y era tal vez el único miembro de la tribu que nunca espiaba a Yáiza, como si su convencimiento de que era la persona elegida por su dios, estuviera desde siempre más allá de toda duda.

— ¿A qué esperan?

La pregunta la había hecho Zoltan Karrás una tarde en la que todo era quietud en el poblado, y Yáiza, que se sentaba a su lado entretenida en remendar una destrozada camisa a la que las hormigas habían devorado en parte, alzó el rostro y observó sonriendo aquellos ojos que desde todos los rincones la acechaban.

— Me estudian — dijo —. Y se lo toman con paciencia.

— ¿Por qué?

No quiso confesarle, ni al húngaro ni a nadie, que había sido elegida para casarse con su dios, y optó por encogerse de hombros e inclinar la cabeza sobre la aguja y el hilo:

— Supongo que están tratando de convencerse de que soy «Camajay-Minaré».

— ¿Es eso lo que venías buscando? — inquirió él —. ¿Que un grupo de indios te reconociera como diosa?

— No. No lo es.

— Entonces es que hay algo más y lo ocultas, ¿no es cierto? — Sí.

— ¿No quieres hablar de ello? — Ante la muda negativa insistió —: ¿Tan malo es?

— No lo sabré hasta que haya sucedido, y prefiero que se mantenga al margen.

— No puedo aunque lo intente… — Se entretuvo en rellenar su cachimba con el magnífico tabaco que le habían regalado los indígenas y por último, sin alzar los ojos, añadió —: Háblame de tu padre.

Sorprendida, Yáiza se pinchó levemente y tras chuparse el dedo por dos veces le miró de reojo:

— ¿De mi padre? — repitió como si no hubiera comprendido la pregunta —, ¿Qué quiere que le cuente de mi padre?

— Todo. Cómo era, cómo pensaba, y cómo consiguió constituir una familia que aún parece apiñarse en torno a él pese a que hace tanto tiempo que está muerto.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Maradentro»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Maradentro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez Figueroa - Delfines
Alberto Vázquez Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Bora Bora
Alberto Vázquez-Figueroa
Отзывы о книге «Maradentro»

Обсуждение, отзывы о книге «Maradentro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x