Katherine Pancol - El vals lento de las tortugas

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La novela continúa con la vida de las y los protagonistas de Los ojos amarillos de los cocodrilos: Joséphine y Zoé se han instalado en un buen barrio de París gracias al éxito de la novela que finalmente ha reivindicado su verdadera autora.
Horténse se ha ido a estudiar moda a Londres y ve frecuentemente a Gary, el hijo de Shirley, quien también ha decidido vivir una temporada en Inglaterra. Philippe y su hijo también se han trasladado a Londres aunque van frecuentemente a París a visitar a Iris, ingresada en una clínica psiquiátrica por hallarse en una profunda depresión.
La madre de Joséphine y de Iris, Henriette, trama una venganza contra su ex marido y su amante, Josiane, quienes por fin han encontrado la felicidad y están extasiados con los poderes casi sobrenaturales de su hijo de meses.

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Joséphine estalló en sollozos, sollozos que se precipitaban y aparecían como lanzados con tirachinas.

– ¿Ves?…-suspiró Hortense-.Te dije que saldría. ¡Y ahora no podrás parar!

Joséphine pensó que debería llamar a su madre. Marcó el número de Henriette. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Recordaba a Iris en su habitación, eligiendo la ropa para ir al colegio y preguntándole si era guapa, la más guapa del edificio, la más guapa del colegio, la más guapa del barrio. «La más guapa del mundo», murmuraba Joséphine. «Gracias, Jo», decía Iris, «desde ahora serás mi primera dama de compañía». Y le daba un golpe con el cepillo sobre el hombro a modo de nombramiento.

Henriette descolgó y rugió: ¿Diga?

– Mamá, soy yo. Joséphine…

– Anda… Joséphine. ¡Una aparición!

– Mamá, ¿has leído el periódico?

– Que sepas, Joséphine, que leo el periódico todas las mañanas.

– Y no has leído nada que…

– Leo toda la prensa económica y después, realizo mis operaciones. Tengo valores que funcionan muy bien, otros que me preocupan, pero es la Bolsa y estoy aprendiendo.

– Iris ha muerto -dijo Joséphine.

– ¿Iris ha muerto? ¿Pero qué me estás contando?

– Ha sido asesinada, en el bosque…

– Pero ¡no dices más que tonterías, hija mía!

– No, está muerta…

– ¡Mi hija! ¡Asesinada! No es posible. Pero ¿cómo ha sucedido?

– Mamá, no tengo fuerzas para contártelo, ahora. Llama a Philippe, te lo explicará mejor que yo.

– Me has dicho que salía en los periódicos. ¡Qué vergüenza! Hay que impedirles que…

Joséphine había colgado. Ya no podía contener las lágrimas.

Philippe salió del cuarto de baño. Ella se refugió contra él y se frotó en la manga de su albornoz blanco. Él la sentó sobre sus rodillas y la abrazó contra sí.

– Ya pasará, ya pasará… -murmuró besándole el pelo-. No podíamos hacer nada por ella. Se ha perdido sola…

– ¡Sí! Tendría que haberme quedado, no dejarla…

– Nadie podía imaginarse algo así. Ella siempre ha necesitado algo que la superara, y creyó que por fin lo había encontrado. Pero ni mi amor ni tu amor hubieran podido colmarla o curarla. No tienes nada que reprocharte, Jo.

– No puedo evitarlo…

– Es normal. Pero piénsalo y lo comprenderás. He vivido mucho tiempo con ella, le he dado todo. Era como un pozo sin fondo. Nunca tenía suficiente. Creyó encontrar su paraíso con él…

Hablaba como si razonara consigo mismo, para responder a los mismos remordimientos que Joséphine.

– Hortense acaba de llamar, se va a ocupar de Alexandre y de Zoé. He hablado con mi querida madre, le he dicho que si quería detalles, debía llamarte a ti. No me sentía con fuerzas para contárselo…

– Yo he hablado con Carmen. Quiere venir al funeral.

Hizo una lista de gente a la que había que avisar. Joséphine se dijo que debía hablar con Shirley. Y con Marcel y Josiane.

– No vendrán si va tu madre -remarcó Philippe.

– No, pero hay que avisarles…

Permanecieron largo rato abrazados. Pensaban en Iris. Philippe se decía que había muerto sin desvelar sus secretos, que no sabía gran cosa de su mujer. Joséphine recordaba escenas de su vida junto a su hermana, todas procedentes de la infancia.

Se abrazaron más fuerte.

– No consigo creérmelo… -dijo Joséphine-. Toda mi vida ha estado allí. Todo el tiempo… Era una parte de mí.

Él no dijo nada y la estrechó entre sus brazos.

* * *

Cuando Joséphine llamó a Marcel, fue Josiane quien respondió, estaba haciendo una mayonesa y le pidió dos segundos para terminarla. Júnior agarró el teléfono. Joséphine oyó a Josiane gritar:«¡Júnior!, ¡deja el teléfono!», pero Júnior balbuceó:

– ¡Joséphine! ¿é al?

Joséphine abrió los ojos como platos.

– ¿Ya hablas, Júnior?

– iiii…

– ¡Estás muy adelantado para tu edad!

– ¡Joéphine! ¡noté tiste! Yatá nel ielo…

– ¡Júnior! -Josiane había vuelto a coger el aparato y se excusó-, No quería que se me cortara la mayonesa… ¿Qué me cuentas? ¡Hace siglos que no sabemos nada de ti!

– ¿No has leído los periódicos?

– ¡Como si tuviera tiempo! ¡No tengo tiempo de nada en este momento! No paro ni un momento detrás del pequeño. Me hace dar vueltas como un ventilador. ¡Vamos de un museo a otro! ¡Con dieciocho meses! Menudo pasatiempo. ¡Tengo que contarle todo, explicárselo todo! ¡Mañana nos dedicamos al cubismo! ¡Y Marcel se ha largado a China! ¿Sabes que estuve enferma? Muy enferma. Qué enfermedad más extraña. Como una pesadilla. Ya te contaré. Tienes que venir sin falta a casa con las niñas…

– Josiane, quería decirte que Iris…

– De ésa nunca sabemos nada. No debemos tener la suficiente clase para ella.

– Está muerta.

Josiane lanzó un grito y Joséphine oyó a Júnior repetir: «Tá nel ielo, tá bien ahíba».

– Pero ¿cómo es posible? ¡Cuando se lo diga a Marcel se va a caer de culo!

Joséphine le contó en voz baja, Josiane la interrumpió:

– No te machaques, Jo. Ya es suficientemente penoso así… Si quieres venir a llorar a casa, tienes las puertas abiertas. Te haré un buen pastel. ¿Cómo te gustan los pasteles?

Joséphine soltó un pequeño sollozo.

– No estás para comer nada, en este momento. Se entiende, ¡pobrecilla!

– Eres muy buena -hipó Joséphine.

– Oye, ¿y los niños? ¿Cómo han reaccionado? No, no me lo cuentes. Se te van a escapar otra vez las lágrimas…

– Hortense, ella… -comenzó Joséphine.

– ¿Ves? Es inútil, te vas a atragantar. A propósito de Hortense, dile que Marcel ha ido a Shanghai a cantarle las cuarenta a esa Mylène Corbier. Lo ha confesado todo: las cartas eran suyas, y Antoine, no sé si esto te va a poner peor, pero es cierto que murió devorado por un cocodrilo. Fue ella quien le encontró, así que está completamente segura. Piensa que quizás fue eso lo que le aflojó un tornillo… Le contó todo el pastel completo a Marcel, diciéndole que no tenía hijos y que quería adoptar a tus hijas, y que por eso les escribía, eso le aliviaba las penas y encima le permitía sentirse madre. Si quieres mi opinión ¡se ha vuelto majara!

– Hortense la había desenmascarado…

– Es eficaz tu hija. ¡Ah, sí! Esa Mylène dijo que el paquete te lo envió ella, para que tuvieses un recuerdo de Antoine y que la otra zapatilla se la quedó. No sé si esto te aclara algo, pero para mí, es como de Horace Vernet.

– ¿Horace Vernet?

– Sí, el del claroscuro… Y el hermoso Philippe, ¿todavía enamorada?

Joséphine enrojeció y miró a Philippe, que estaba vistiéndose.

– Ese hombre es bueno como mi mayonesa, ¡que no se te corte!

Cuando Joséphine colgó, ella sonreía. Después pensó en Júnior y pensó que ese niño era realmente fuera de lo común.

Ya no quedaba más que Shirley, pero sabía que Shirley untaría pomada sobre sus heridas. Esperó a que Philippe saliese para llamarla. Shirley decidió viajar en el primer avión.

– No sé si será necesario, ¿sabes? No va a ser muy divertido.

– Quiero estar contigo. A pesar de todo, se me hace muy extraño saber que está muerta…

La palabra rebotó en Joséphine y le provocó una mueca. Sintió que de nuevo brotaban las lágrimas. Shirley suspiró y repitió voy para allá, voy para allá, no llores, Jo, no llores.

– No puedo evitarlo.

– Recita palabras. Las palabras siempre te han calmado. ¿Sabes qué decía O. Henry?

– No… ¡Y me da igual!

– «No son los caminos que emprendemos, es lo que llevamos en el interior lo que hace que nos convirtamos en lo que somos». Eso define bien a Iris, creo. Tenía un gran vacío interior y quiso llenarlo. Tú no podías hacer nada, Jo, ¡no podías hacer nada!

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