Katherine Pancol - El vals lento de las tortugas

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La novela continúa con la vida de las y los protagonistas de Los ojos amarillos de los cocodrilos: Joséphine y Zoé se han instalado en un buen barrio de París gracias al éxito de la novela que finalmente ha reivindicado su verdadera autora.
Horténse se ha ido a estudiar moda a Londres y ve frecuentemente a Gary, el hijo de Shirley, quien también ha decidido vivir una temporada en Inglaterra. Philippe y su hijo también se han trasladado a Londres aunque van frecuentemente a París a visitar a Iris, ingresada en una clínica psiquiátrica por hallarse en una profunda depresión.
La madre de Joséphine y de Iris, Henriette, trama una venganza contra su ex marido y su amante, Josiane, quienes por fin han encontrado la felicidad y están extasiados con los poderes casi sobrenaturales de su hijo de meses.

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– ¡Me disculpará usted, inspector, si no me solidarizo con los sufrimientos de Lefloc-Pignel! -se encrespó Philippe.

– Intento explicarles cómo ha podido pasar… Nos gustaría registrar su piso para ver si ella ha dejado huellas de lo que fue su vida estos ocho últimos días… ¿Podría usted darnos un juego de llaves?

Tendió las manos hacia Joséphine. Ella miró a Philippe que asintió con la cabeza, y le dio las llaves al inspector.

– ¿Tiene usted donde alojarse mientras tanto? -preguntó el inspector a Joséphine, que estaba perdida en sus pensamientos.

– No puedo creerlo -dijo-, es una pesadilla. Me voy a despertar… Pero ¿por qué me agredió a mí? Yo no le había hecho nada. Apenas le conocía cuando pasó.

– Había un detalle que nos intrigó y que había llamado ya la atención de la capitán Gallois. Nos indicó inmediatamente, en cuanto nos hicimos cargo del caso, que usted llevaba el mismo sombrero que la señora Berthier. Un peculiar sombrero de varios pisos. La noche que la atacaron, seguramente la confundió con la señora Berthier en la oscuridad. Ya había discutido con ella… Se fió del sombrero y ambas tenían una corpulencia similar.

– Ella me había dicho que lo peor cuando eres profesor, no son los alumnos, sino los padres. Lo recuerdo muy bien…

– ¿La mató simplemente porque le había puesto en su sitio? -preguntó Philippe.

– Lefloc-Pignel es un hombre que no soporta ser ofendido. Ya nos dirá más cuando le interroguemos y sabremos más cuando hayamos dragado el estanque, porque pensamos que existen otros crímenes. Pero fíjese en la historia de la camarera… Es ejemplar. Un día sirvió a Lefloc-Pignel, derramó café sobre su impermeable blanco, y se excusó de manera que él juzgó impertinente. Él la trató con desprecio, ella le llamó «¡pobre tipo!». Eso bastó para desencadenar su rabia… La eliminó. Pero la eliminó también porque había llamado a Van den Brock «viejo Drácula perverso». Era muy guapa, y no lo ocultaba, Van den Brock la perseguía… No podía evitarlo. Eso le costó su carrera profesional. Ella se enfadó, le envió a paseo, amenazó con denunciarle por acoso sexual. Fue la amiga de la camarera, al volver de su viaje a México, quien nos contó el episodio del café derramado y las proposiciones de Van den Brock. Había firmado su sentencia de muerte.

– ¿Nunca tuvo miedo de que le cogieran? -dijo Joséphine.

– Tenía una coartada preparada: Van den Brock afirmaba que estaba con él.

– ¿También en el caso de la señorita Bassonnière?

– Sí. Los dos hombres estaban unidos por esos crímenes, compartían una exaltación común. La rabia de uno alimentaba la rabia del otro. Renovaban en cada ocasión la alianza creada en el momento de su primer asesinato…

– Y yo escapé a esa carnicería… -murmuró Joséphine.

– A usted, de alguna manera, la protegía. La llamaba «tortuguita». Nunca le provocó ni física ni moralmente. Nunca intentó seducirle, ni cuestionó su autoridad… Yo de ustedes protegería a los niños, y les alejaría de la prensa durante algún tiempo. Este es el tipo de historias que vuelven locos a los periodistas en periodo estival. Ya me imagino los titulares: «El último vals», «Vals fúnebre en el bosque», «Baile trágico en el claro», «Un crimen tan hermoso»…

* * *

Hortense fue la primera en enterarse. Estaba en Saint-Tropez, sentada en la terraza de Sénéquier, desayunando con Nicholas. Eran las ocho de la mañana. A Hortense le gustaba levantarse temprano en Saint-Tropez. Decía que la ciudad no estaba todavía «estropeada». Había elaborado toda una teoría sobre la hora y la vida en el pequeño puerto. Habían comprado un montón de periódicos y leían observando el balanceo de los barcos, la marcha sosegada de los veraneantes, entre los que se encontraban los que surgían de la noche y tomaban un café antes de ir a acostarse.

Hortense lanzó un grito, dio un codazo a Nicholas que estuvo a punto de atragantarse con el cruasán, y llamó inmediatamente a su madre.

– ¡Guau! ¡Mamá! ¿Has leído el periódico?

– Lo sé, cariño.

– ¿Es verdad lo que dice? -Sí.

– ¡Pero es horrible! ¡Y yo que quería echarte en sus brazos! Él no está mal en la foto, pero Iris no sale precisamente favorecida… ¿Y Alexandre?

– Llega mañana, con Zoé.

– ¡Harías mejor dejándoles en Inglaterra! Va a ver a su madre por todas partes en los periódicos. ¡Va a flipar demasiado!

– Sí, pero Philippe está aquí. Tiene muchas cosas que hacer y papeles que firmar. No se le puede esconder la verdad…

– ¿Y cómo reaccionaron Alexandre y Zoé?

– Alexandre se quedó muy serio. Dijo: «¡Ah! Bueno…, ha muerto bailando» y nada más. Zoé lloró mucho. Alexandre volvió a coger el teléfono y dijo: «Yo me ocupo de ella». ¡Este chico es asombroso!

– A mí me parece preocupante.

– Lo mismo pienso yo…

– ¿Quieres que vaya y me ocupe de los niños? Yo sabré cómo hacerlo y a ti, te imagino hecha una mar de lágrimas…

– No consigo llorar… Tengo las lágrimas atascadas en el fondo de la garganta. No consigo respirar…

– ¡No te preocupes! ¡Saldrán de golpe y ya no podrás parar!

Hortense reflexionó un instante y dijo:

– Les llevaré a Deauville… ¡Desenchufaré la tele, la radio y no habrá periódicos!

– La casa está en obras. La tormenta arrancó el tejado.

– Shit!

– Y además Alexandre querrá seguramente ir al entierro. Y Zoé también…

– Bueno, voy para allá y me ocupo de ellos en París…

– La casa está precintada. Buscan huellas de los últimos días de Iris.

– Pues… ¡a casa de Philippe, entonces! Vamos todos allí.

– ¿Con todas las cosas de Iris? No sé si es una buena idea.

– ¡No iremos a dormir en un hotel!

– Pues sí… En este momento, Philippe y yo estamos en un hotel.

– Eso es una buena noticia. ¡Por fin una!

– ¿Tú crees? -preguntó Joséphine, tímidamente.

– Sí, sí… -Hizo una pausa-. Bueno, para Iris, es genial morir así. Bailando en brazos de su príncipe azul. Ha muerto en un sueño. Iris habrá vivido siempre en un sueño, nunca en la realidad. Me parece que es un tipo de muerte que le va muy bien. Y además, ¿sabes?, me costaba verla envejecer. ¡Hubiera sido terrible para ella!

Joséphine pensó que, como panegírico, era un poco radical.

– ¿Y a Lefloc-Pignel, le han detenido?

– Ayer, cuando estaba con el inspector, la policía fue a su casa para detenerle, pero desde entonces no tengo noticias. ¡Hay tantas cosas que hacer! Philippe ha ido a reconocer el cuerpo, yo no he tenido valor.

– En el periódico hablan de otro hombre… ¿Quién es?

– Van den Brock. Vivía en el segundo piso.

– ¿Era un amigo de Lefloc-Pignel?

– Podemos llamarlo así…

Joséphine le oyó decir algo en inglés a Nicholas, pero no lo entendió.

– ¿Qué decías, cariño? -atenta al menor síntoma de tristeza de Hortense.

– Le pedía a Nicholas que me diera otro cruasán… ¡Estoy muerta de hambre! ¡Voy a coger el suyo!

Se oyó un ruido de pelea al otro lado de la línea. Nicholas se negaba a darle su cruasán y Hortense le arrancó un trozo. Hortense prosiguió, con la boca llena:

– ¡Bueno, mamá! Dile a Philippe que reserve una gran habitación en el hotel para Zoé, Alexandre y para mí. No te preocupes. Sé que es duro… pero saldrás de ésta. Siempre lo haces. Eres fuerte, mamá. No lo sabes, ¡pero eres fuerte!

– Qué buena eres. Eres realmente muy buena. Si supieras lo que yo…

– Todo irá bien, ya verás…

– ¿Sabes?, la última vez que estuvimos juntas, estábamos en la cocina y ella me leyó el horóscopo y después, leyó el suyo y no quiso leer el apartado «Salud»… y yo le pregunté por qué y…

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