La tradición aristotélica también se ha mantenido hasta el día de hoy y, según se señaló previamente, se le suele denominar comunitarista (pues privilegia la moral que es recibida de la familia y la comunidad concreta a la que uno pertenece). Alicea Rodríguez afirma que Aristóteles sigue una vía media entre tradición y razón ilustrada. Los tradicionalistas quisieran ver solo el aspecto de educación moral recibida pasivamente a partir de una herencia o costumbre; pero para Aristóteles, según lo señala el mismo Alicea Rodríguez, llega un momento del desarrollo del ser humano en que se hace necesario justificar las razones por las cuales obramos de una manera u otra. Y William Frankena nos dice:
Desde su punto de vista, Aristóteles está convencido de que en principio, por lo menos, los individuos que poseen las potencialidades requeridas deben ser educados hasta que tengan las disposiciones correspondientes para después quedar en libertad de desenvolverse por sí mismos conforme al ritmo de su vitalidad, en una especie de autonomía ya motivada por el deseo de realizar lo excelente por su excelencia intrínseca.14
Una tesis problemática de Aristóteles es la diferencia entre el malo (akolastos, vicioso o intemperante) y el incontinente (de acrasia, incontinencia). El incontinente conoce lo que es bueno y malo, pero su razón no logra controlar sus pasiones. El malo (intemperante) no es consciente de su maldad ni se arrepiente de ella. Tomás de Aquino agrega que el intemperante se entrega a los placeres corporales, a los cuales elige como fin. Es decir, tiene otro principio moral: el placer, como afirma Calicles. Aristóteles apunta que el malo es ciego a las realidades morales y que tiene corrupto el principio racional mediante el cual diferenciamos el bien del mal15 (tesis inconsecuente con su otra tesis según la cual todas las ideas son aprendidas). Una consecuencia de esta teoría aristotélico-tomista es que, mientras el incontinente es curable, el malo o intemperante no lo es; no puede ser curado puesto que tiene corrompido el principio racional de la moral (a menos que sea curado por la gracia divina, agrega el aquinate). Platón va más lejos y expone la solución totalitarista según la cual al malo por naturaleza hay que darle muerte.
La teoría aristotélica (y la de sus seguidores) presenta bastantes problemas. Se puede reconocer que a veces se obra mal por debilidad; pero cuando Aristóteles y Tomás de Aquino afirman que el malo tiene otro principio —el placer sensible, por ejemplo—, entramos ya en el ámbito de las interminables disputas, puesto que Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino juzgan el placer sensible desde la propia perspectiva de cada uno (según esto, ¿el malo tiene corrupto el principio del bien y el mal, o más bien podríamos decir que estos filósofos difieren en sus principios?). Hay éticas como la de Aristipo16 o la de Eudoxo que defienden el placer sensible como criterio del bien y la felicidad. Epicuro era más moderado y pensaba que la felicidad es la tranquilidad del alma (ataraxia). No se trata de defender aquí el placer sensible como criterio ético, sino de mostrar que el argumento aristotélico no es concluyente.
Para defender su tesis según la cual el malo tiene corrupto el principio racional del bien y el mal, Aristóteles tiene que apoyarse en la tesis que afirma que nacemos con un ojo para ver el bien y el mal,17 es decir, con una disposición natural que nos permite diferenciar lo bueno de lo malo. Cabría objetar que quien no nace con el ojo para el bien o el mal no tiene culpa, así como no tiene culpa un ciego de nacimiento. Quizá por eso el estagirita acepta que el malo es incurable. En la teoría aristotélica acerca del malo y del incontinente la responsabilidad moral se diluye. El incontinente no es culpable, sino meramente débil, incapaz de que su razón controle sus pasiones; por su parte, el malo no es responsable porque no nació con el ojo del bien y del mal, y no tiene culpa de haber nacido así.
En verdad, los valores morales y la conciencia que está ligada a ellos son aprendidos; no son innatos ni connaturales. Dado el carácter racional y social del ser humano, los valores morales se aprenden o simplemente no se tienen. Los sociólogos denominan anomia al hecho de no tener principio moral o de respeto a las leyes de la sociedad. “En su origen, por tanto, está la falta de formación de las emociones; dejado sin coerción, el intemperante se vuelve incapaz de comprender el propio discurso moral”.18
Aristóteles no era completamente ajeno a esta idea, pues, como hemos visto, reconocía que la educación moral se verifica en la familia, y que no hace falta explicarle al niño las razones de lo bueno y lo malo, o de lo que debe hacer o evitar, pues cuando llegue a la edad de la razón podrá argumentar, y entenderá. Pero si uno no educa en los valores morales no habrá aprendizaje moral.
La idea aristotélica de la educación moral sin necesidad de dar mucha explicación racional también se encuentra en la teoría de la educación de Kant. Después de reconocer la importancia del método socrático, el filósofo alemán agrega:
Se usa la razón de los niños en muchas cosas que no deben usarse. No han de razonar en todo. No deben conocer los fundamentos de aquello que se emplea para educarlos, pero sí los principios, en cuanto se trata del deber.19
El iluminismo también se reconoce en Kant, como veremos más adelante.
El comunitarismo de raigambre aristotélica se perfila en Hegel, en su Filosofía del derecho.20 En relación con el comunitarismo, comenta Adela Cortina:
La pérdida de la dimensión comunitaria ha provocado la situación en que nos encontramos, en que los seres humanos son más individuos desarraigados que personas, e ignoran qué tareas morales han de desarrollar. En el mundo de las comunidades hay mapas que ya nos indican el camino: hay virtudes que sabemos hemos de cultivar, hay deberes que es de responsabilidad cumplir. En ellas —y esto es lo que más importaba destacar— el nuevo miembro de la comunidad se sabe vinculado, acogido, respaldado por un conjunto de tradiciones y de compañeros.21
Aristóteles afirma que la educación moral de los individuos depende de la familia y se realiza mediante la formación de buenos hábitos, de acuerdo con las costumbres de la comunidad. En un contexto más reciente, Sigmund Freud habla de internalización de las normas sociales por parte del individuo (esto es a lo que él denomina “super ego”). Aquí la posición de Freud parece coincidir con la de Aristóteles, pero con la gran diferencia de que aquél hace una valoración del hecho de signo contrario. Para el filósofo de Estagira la importancia de la formación de hábitos es vital, pues sin ella no hay aprendizaje de la virtud. Para Freud la formación moral mediante la presión social internalizada es una forma de autoritarismo que, si es exagerado, puede conducir a la formación de individuos neuróticos. La moral no es más que el padre internalizado. Bertrand Russell interpreta a Freud en el sentido de que es posible una formación diferente, no autoritaria; es decir, se inclina por el iluminismo, con apoyo del psicoanálisis:
Para nuestro propósito, el descubrimiento esencial del psicoanálisis ha sido que un impulso al cual se impide, mediante métodos behavioristas, expresarse abiertamente en la acción, no muere necesariamente, sino que se soterra hasta encontrar una nueva salida no inhibida por la instrucción. [...] Por consiguiente, es necesario prestar más atención a la emoción, en tanto que opuesta a la conducta manifiesta, de la que le prestan quienes abogan por el condicionamiento como exclusivamente suficiente en la formación del carácter.22
Así, pues, además del comunitarismo aristotélico y del iluminismo universalista, habría una tercera alternativa en el espinoso asunto de la educación moral y ética. Una de las objeciones que se ha planteado a la ética de Kant es la tensión que hay en ella entre la autonomía moral de la persona y el universalismo. La persona es un ser individual espiritual y libre. Kant basa toda su ética en la libertad y la autonomía. Pero, por otra parte, el imperativo categórico sigue la forma lógica de la universalidad, a la que hemos de atenernos si queremos obrar moralmente. Libertad y universalidad estarían, pues, en una tensión que no es fácil de resolver. En la teoría de Russell y en su interpretación de Freud habría, en cambio, una tercera posición: la autonomía de la persona pero sin universalismo (esta sería la alternativa de Michel Foucault, para quien la base de la ética es la libertad); habría también una ética autónoma basada en la libertad pero sin que se llegue a una normatividad universal. Y desde ese impulso intransferible de la libertad nos constituimos a nosotros mismos. Es verdad que los sujetos pasan por sujeciones (Foucault juega con los dos significados de ‘sujeto’), pero su impulso libertario lo llevaría a ir superando esas sujeciones y constituyéndose a sí mismo como ser libre y autónomo. “Debemos promover nuevas formas de subjetividad por medio del rechazo de este tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante siglos”.23
Читать дальше