El ir y venir sobre el texto de los devenires constituye el ámbito de nuestra segunda idea, que se relaciona con la importancia que Deleuze y Guattari le conceden a la duración bergsoniana en lo que ellos llaman “devenir-animal”, “devenir-intenso”, etc.; esta idea consiste en que es imposible entender cualquier transformación, fisiológica o interior, sin considerar la realidad del tiempo o, todavía mejor, sin la experiencia real del tiempo que en Bergson es la duración. Por último, la tercera idea es más del orden de la experiencia vital de una fisiología que se transforma: la fragilidad sentida del cuerpo, representada por la vivencia de la enfermedad y la inevitabilidad de la muerte, nos recuerda que estamos vivos y que poseemos, porque lo sentimos, por decir así, en carne propia, un cuerpo real, vivo, que nace, se desarrolla, se reproduce, envejece y muere, al tiempo que en ello se involucra el desarrollo de los afectos y de las ideas que nos son más propias.
No obstante la persistencia en nuestra mente de estas tres ideas, la última de ellas proveniente de nuestra experiencia concreta: no podíamos abordar una relación de las tres so pena de convertir nuestras preocupaciones en un trabajo agotador que llevaría a la total dispersión en el tema y sobrepasaría los límites de esta investigación. Decidimos, entonces, hacer algo parecido a lo que hacen muchos músicos de jazz o de música afrolatina cuando en sus melodías recuperan, como fuentes de inspiración constante, músicas más elementales como el blues o el son, debido a sus acordes básicos. De tal modo, vimos que lo mejor era dirigir la atención hacia las raíces de nuestro interés por el tema de la fisiología, de tal forma que nos dirigimos hacia los dos autores que habían inspirado nuestras preocupaciones más personales acerca de la filosofía: Nietzsche y Bergson. Ahora bien, no por ser los autores a los que siempre regresamos, sus filosofías dejan de ser complejas y difíciles de abordar, como no es fácil producir una nota musical en un tambor batá. Allí estaba el reto: la familiaridad y la posible amistad que podamos entablar con sus ideas no quiere decir que las comprendamos de por sí; según esto, el proceso de escritura sobre ellas consiste en una reapropiación de las dificultades de sus pensamientos, como se verá en los avatares de nuestra investigación. Así que el inicio de nuestro trabajo supuso abandonar el campo deleuziano del plano de inmanencia, junto con su formulación excesivamente abstracta, que no satisfacía en ese momento nuestra curiosidad acerca de la fragilidad del cuerpo vivo y del carácter irreductible con que se nos manifiestan inmediatamente sus cambios; en contraste, este aspecto sí lo encontramos en las filosofías mismas de nuestros dos autores de cabecera. Por esta vía emprendimos el estudio del problema que se propone en este libro.
De manera similar a como Pierre Montebello observa que las filosofías de Nietzsche y de Bergson, en contextos diferentes, se proponen “pensar el ser a partir de lo que se da, y definitivamente en la experiencia de lo ‘dado’” (2003, pp. 8-9), vemos que en las dos filosofías también existe una decisión de pensar eso ‘dado’ como cuerpo o, todavía más, como procesos fisiológicos que involucran, en la experiencia concreta, relaciones problemáticas con los procesos internos, sin que por ello se deje de considerar el todo de la realidad. Ahora bien, como el cuerpo se constituye en un dato irreductible, aspecto que podemos observar de manera privilegiada en la experiencia del dolor, ello nos sugirió, como se evidencia en los escritos del periodo medio de Nietzsche, que un problema filosófico no puede dejar por fuera las relaciones problemáticas entre los procesos fisiológicos y el pathos que impulsa el pensamiento del filósofo. Ello debido a que, en principio, la experiencia de la enfermedad o del dolor involucra necesariamente el interrogante acerca del sentido de la existencia y del valor de la vida. Por esto, el punto de partida tenía que estar apoyado en Nietzsche. Pero la filosofía no se reduce a dar cuenta del ‘dato’ corporal a partir de la mera sensación de la presencia inevitable del cuerpo cuando nos duele; Nietzsche saca de esa experiencia una consecuencia: la filosofía posee eminentemente un carácter transfigurador. Al elevar la experiencia del dolor a motivo para pensar, el filósofo descubre en el dolor un factor de profundización que supone dirigir nuestra atención hacia el campo de los procesos interiores; allí descubrimos una honda relación filosófica con Bergson que constata la imposibilidad que tiene la conciencia reflexiva para acceder a los estados internos valiéndose solo de la idea de espacio y de la simbolización de un lenguaje modelado a partir de las necesidades biológicas y sociales. Para Bergson, el dato inmediato de la conciencia lo constituye la duración de los procesos más profundos, es decir, los que nos son más personales, y en la intuición inicial de su filosofía no puede dejar por fuera la intervención del cuerpo, de ese modo se ve obligado a estudiar el esfuerzo muscular, donde se halla un motivo para comprender la continuidad de lo interior hacia lo exterior y de este hacia lo interior.
De ese modo, observamos dos filosofías que, al comprometerse a pensar el ser a partir de lo ‘dado’, consideran que es fundamental estudiar a fondo el tema de la fisiología porque es inseparable de la experiencia inmediata y, por lo mismo, deben concretar las múltiples relaciones que van de lo interior a lo exterior y, a su vez, del cuerpo a los estados internos. En ese proceso de desarrollo de sus propios pensamientos, Nietzsche y Bergson van redefiniendo el ejercicio filosófico, que, por lo pronto, podemos calificar como filosofías de la experiencia: el primero dirige su examen hacia los impulsos fundamentales, proponiendo la pasión del conocimiento como aquello que debe mover el trabajo de los filósofos del futuro; el segundo plantea volver sobre la duración interior, que ante todo es una experiencia inusual y original, con lo que concretará el método de la intuición con el fin de buscar, a partir de la experiencia inmediata y no mediada por los conceptos, la fuente misma de donde procede la experiencia humana. A nuestra manera de ver, ambas filosofías exigen, en el transcurso de sus propios desarrollos, estudiar el cuerpo en cuanto organismo vivo, así como el lugar que ocupa en el fluir del todo de la realidad junto con el papel que allí desempeña.
Así fue como al desarrollar la propuesta del presente libro buscamos acercar filosóficamente, en torno al tema del cuerpo, dos filosofías en apariencia disímiles. Nietzsche, muy preocupado por darle voz filosófica a las pasiones y apetitos humanos, logra esclarecer el lugar central ocupado por la fisiología en la constitución del llamado mundo humano, el cual es incomprensible sin el alto valor adquirido, a lo largo de la historia, por la verdad y las representaciones; esta perspectiva se constituye en la base de la crítica nietzscheana a la cultura, desde el punto de vista del despliegue de la acción de las fuerzas que la constituyen, cuya expresión privilegiada se encuentra en el temperamento del genio de la cultura. Dicha labor crítica quiere apuntar muy lejos hacia el futuro de la humanidad; por ello, Nietzsche pretende precisar el papel del trabajo intelectual del pensador en cuanto deseo irrestricto de conocer y como pasión del conocimiento.
En lo que respecta a Bergson, el punto de partida de su pensamiento, la consideración filosófica del tiempo que dura , cuyo detonante es la experiencia singular de la duración interior y que lo lleva a plantear la necesidad de esclarecer el papel de la conciencia en el fluir total de la realidad; en tal sentido, si lo que, por principio, entiende por duración es el tiempo interno, propio del dinamismo psíquico, este carácter interno de la duración misma se convierte en un principio de unidad del todo de la realidad.
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