Mariana Sirimarco - Narrar el oficio

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Todo museo comercia con el pasado y la memoria, y en esa conservación y reunión de objetos -siempre se ha dicho- descansa su ficción fundadora: uno al lado del otro y todos juntos, cada objeto cuenta de por sí una historia, pero asiste, a su vez, al significado colectivo de una historia mayor. La reunión de elementos heterogéneos se vuelve, en un museo, una representación al tiempo que una explicación de una cierta porción del mundo. Los museos de las fuerzas de seguridad no escapan a tales características. Sus colecciones ponen de manifiesto una intencionalidad por reunir, conservar y exhibir ciertos objetos: banderas, cascos, medallas, bustos, uniformes, placas, armas. ¿Qué nos dicen estos objetos de la pretendida labor de las fuerzas de seguridad? ¿Qué narraciones habilitan acerca de las variadas facetas de su quehacer profesional? El cuerpo descuartizado de Alcira Methyger, los órganos en formol del Museo de la Morgue, el blíndex del féretro de Perón, los trofeos de guerra de los museos antisubversivos, el heroísmo, la pertenencia, los caídos -y hasta los silencios institucionales- conforman así algunos de los casos y líneas narrativas que se rescatan en este libro. Deambular por los pasillos de estos museos es deambular por las vivencias del oficio y descubrir las relaciones y los sentidos que transforman objetos y palabras en relatos institucionales. Sobre esto versan las contribuciones de este volumen. Sobre la potencialidad de mirar los museos de las fuerzas de seguridad y sus artefactos para descubrir en ellos las historias que buscan ser contadas.

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El siguiente período señalado en esta historia oficial, fortalecido desde la historiografía local y regional, está marcado por una sociedad “hecha a sí misma” a partir del esfuerzo individual y familiar de pioneros, colonos e inmigrantes. Este segundo relato, conocido y recordado –al igual que la Conquista– en museos, nombres de pueblos y calles, fechas, etc., también esconde las políticas de estado que viabilizaron esta construcción excluyente y racista, así como marginaron a la población no europea del relato de progreso de la Patagonia (Pérez, 2016).

Dentro de esta narrativa hegemónica, ¿qué rol cumple la institución policial? ¿Cómo se relata dicha narrativa para la sociedad en general y para la familia policial en particular? ¿Qué diálogos emergen entre civiles y policías?

Los museos policiales forman parte de ese conjunto de relatos y narraciones que buscan educar y legitimar trayectorias y prácticas policiales a partir de movilizar las emociones y los sentimientos de apego de miembros de la institución (Sirimarco, 2010). Por esto, nos interesa indagar no solo el rol que cumple el museo policial dentro de la sociedad, sino su aporte a la construcción institucional de la policía de Chubut.

El museo policial de Chubut fue creado por el comisario general Mariano H. Iralde por medio de una orden del día en diciembre de 1974. Recién el 4 de diciembre de 1995 abrió sus puertas al público, en un edificio policial de 1930. En 2013 el Museo pasó a manos de la Comisión de Amigos del Museo Policial. En declaraciones a la prensa con motivo de su reapertura, tras un breve período de refacciones, el comisario mayor retirado Alun L. Jones reflexionó:

Acá está resguardado el trabajo de generaciones de policías. Ese trabajo es el que hoy nos permite orientarnos para encontrar soluciones a los hechos que acosan a nuestra sociedad… [El museo es una] unidad operativa, la cual es conducida por retirados que no dejamos el compromiso policial para continuar con el servicio. 4

¿Cuáles fueron los reveses que motivaron la dilación de la apertura del Museo? En el libro de memorias Para que la huella no se pierda , del comisario general –e impulsor– del Museo, Mariano Iralde (2017), las razones que se expresan son múltiples. En principio, una demanda planteada como generacional, en la que el autor dice buscar de forma “apasionada” los orígenes, las trayectorias y los antecedentes de la Policía de Chubut. Una pasión que sus colegas en funciones parecen desconocer o desdeñar. Iralde reclama por cierta desidia humana e institucional con relación a la historia policial. También argumenta en diferentes pasajes que hubo, a lo largo de su carrera (entre 1949 y 1984 en servicio y como director del Museo entre 2000 y 2013), reconocimientos y homenajes que se basaron en errores históricos, por desconocimiento de los hechos y las personas que conformaron las diferentes policías que operaron en el territorio chubutense. Finalmente, en el “Prólogo Institucional” se reconoce, desde la actual dirección del Museo, a la Comisión de Amigos, a las y los retiradas/os de la fuerza, a los familiares de policías y luego a las jerarquías policiales, por el trabajo realizado. En suma, la valorización de la historia no parece ser un piso común dentro de la institución, pero sí un objetivo que merece ser defendido por quienes quieren seguir construyendo institución, aun retirados, y quienes destacan prácticas olvidadas o postergadas de ejercer el mandato policial.

Indudablemente, este Museo plantea un diálogo con la sociedad chubutense, ya que, entre otras cosas, es parte del circuito turístico oficial propuesto por la provincia, y también, en especial, cumple una función para con las mujeres y los hombres policías. Tanto para con los Aspirantes –la escuela de personal subalterno se encuentra contigua al Museo y sus visitas son habituales– como con aquellos policías en funciones que visitan, sea en servicio o en su descanso, el Museo. Por último, es un espacio de encuentro entre quienes son jubilados de la fuerza.

Esto se vuelve evidente mirando el Libro de oro de visitas del Museo, donde se registran agradecimientos por parte de múltiples miembros de la fuerza, así como de familiares de ellos. Pero además el Museo mantiene, por lo menos desde su reapertura en el 2014, una política activa en las redes sociales a través de Facebook, por medio del cual trae al recuerdo –a través de fotos, recortes de diario o relatos breves– figuras relevantes (sea por su jerarquía o por alguna responsabilidad singularizante) trayectorias de agentes o personajes queridos, así como hechos de la historia policial que habilitan un intercambio entre los seguidores. En los comentarios o preguntas se reponen datos como nombres, fechas, trayectorias, imágenes y recortes de prensa para ampliar el “disparador” propuesto desde el Museo.

Las policías patagónicas tienen la particularidad de haberse conformado en 1887 solo después de la llamada “Conquista del Desierto”. Los territorios nacionales –tanto del sur como del norte– tuvieron la característica de carecer, a pesar de diferentes instancias de demanda, de derechos políticos y ciudadanos por más de setenta años. Las autoridades eran definidas por el Poder Ejecutivo Nacional a través del Ministerio del Interior. Recién en la década de 1950 se produce la provincialización de los territorios del sur (con la excepción de Tierra del Fuego). En 1957 se crea la ahora provincia de Chubut con una policía definida por la Constitución provincial.

A pesar de esta trayectoria común de las fuerzas de seguridad patagónicas, la policía de Chubut se destaca por su capacidad de construcción de una historia propia. Así, a lo largo del siglo XX ha tenido revistas policiales (en las décadas de 1930, 1960, 1980 y en el presente), se ha preocupado por financiar y publicar una Historia de la Policía del Chubut en dos tomos (Dumrauf, 1994) y por tener uno de los mejores y más completos museos policiales –a diferencia de Río Negro, por ejemplo, que carece de uno, y en sintonía quizás con Neuquén y sus dos museos policiales: el Tricao Malal en el norte de la provincia y el Archivo y Museo Policial en su actual capital–. A esto cabe agregar que, recientemente, en 2016, la provincia de Santa Cruz abrió las puertas de su Museo Histórico de la Policía en la ciudad de Río Gallegos.

Es llamativo quizás que, en un contexto de avance del neoliberalismo en los 90, la institución policial chubutense haya reforzado su historia dentro del contexto provincial. Tal vez visitar este Museo nos permita conocer algunas de las causas.

Croquis del Museo

En esta nueva visita al Museo me entregué a su propuesta, y me detuve en lo que resalta, en los relatos que compone y en los procesos que busca contar. El museo policial de Chubut tiene nueve salas y está emplazado, como dijimos, en el edificio de una antigua comisaría de la década de 1930, construida con ladrillo a la vista, a escasas cuadras de la casa de gobierno de la provincia y jefatura de policía de Chubut. Este espacio perteneció siempre a la policía, a pesar de haber sido sede para diferentes funciones: comisaría, escuela de cadetes, sanidad, infantería, etc. En la entrada se erige un monumento con la figura de un policía que, a pesar de estar en guardia, invita al ingreso. 5Hoy por hoy, el Museo se encuentra dentro de un complejo cultural policial integrado por el archivo de la policía, una biblioteca, una escuela de cerámica y un salón de usos múltiples. Además, está al lado de una de las “escuelas de subalternos” de la provincia.

El Museo está armado predominantemente por posters con relatos que contienen fechas, imágenes, nombres y anécdotas o hechos, por objetos antiguos, por muebles y, especialmente, por fotos. Estas últimas son, en su mayoría, de personas que formaron parte de la institución: jefes, comisarios, la brigada femenina, los grupos especiales como bomberos, músicos, etc. Pero también hay algunas de comisarías o escenas de recorridas, según la época, a caballo o en automóvil. Cada sala tiene mobiliario y objetos recogidos de diferentes dependencias policiales de la provincia. Las salas, divididas temáticamente, funden estos objetos en vitrinas, cuadros y descriptores que rellenan casi exhaustivamente los espacios (pisos y paredes).

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