Al margen de disquisiciones en torno a las necesidades alimentarias, en las que el ser humano ocupa la cima de la pirámide, siendo el máximo depredador de todas las especies conocidas, no propongo que nos convirtamos de la noche a la mañana en veganos, pero sí que recapacitemos acerca de nuestras relaciones con nuestros vecinos y compañeros de travesía y seamos capaces de eliminar cualquier procedimiento que lleve crueldad e indiferencia no sólo a los mataderos respectivos y a las granjas de producción, sino de primar instalaciones y procedimientos que velen por el bienestar animal y su trato ético, haciéndolo extensivo a los centros de investigación que usan a los animales para sus experimentos científicos, así como terminar de una vez con las reminiscencias medievales de muchos pueblos y culturas, que acostumbran a celebrar sus festejos con maltratos y matanzas en ciertos casos, de aves, de perros, de toros, de cerdos, etcétera, para que sirvan de jolgorio y espectáculo de sus ciudadanos.
Es evidente que se hace necesaria una reglamentación mundial que regule toda esta problemática y vincule a los países a cumplirla y al igual que existe una Declaración Universal de los Derechos Humanos, (DUDH), adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París, que en 30 artículos recoge los derechos humanos que se consideran básicos, que plasmados luego en pactos y en tratados internacionales, son obligatorios su cumplimiento para los Estados firmantes, no estaría de más una declaración de los derechos de los integrantes del reino animal, no humanos, que complemente las corrientes de pensamiento de los movimientos de liberación animal y los consideren sujetos de derecho, sin confundirlo con el derecho animal que se enseña en numerosas facultades de derecho de muchos países, en donde incluso existe jurisprudencia al respecto, siendo el objeto de derecho, la naturaleza legal y biológica de los animales. No debemos olvidar que son anteriores en el filo a los seres humanos y que todos venimos del mismo origen, de la espuma burbujeante de los coacervados o yéndonos aún más lejos, de las fluctuaciones cuánticas que se producen sin cesar en lo que llamamos la nada.
Como caso más reciente, citar el ejemplo de “Cecilia”, una chimpacé residente en un zoo de Mendoza, (Argentina), que quedó sola al morir sus dos compañeros de jaula, lo que le provocó un estado depresivo con la agravante de que en su jaula nunca daba el sol. “Afada”, una asociación por los “Derechos de los Animales”, solicitó un habeas corpus, que es el procedimiento que se utiliza solo para defender a seres humanos, al considerar que comparativamente podría serle de aplicación a la chimpacé.
La jueza del caso María Alejandra Mauricio, ha sentado un precedente insólito al declarar a Cecilia como “sujeto de derecho no humano”, y no como mero objeto, propiedad de alguien, dando lugar a una jurisprudencia de reconocimiento a los derechos animales inusual por el momento.
En su sentencia, ha ordenado el traslado de la chimpacé a Säo Paulo, (Brasil), a un centro de protección de primates, (GAP), para que pueda convivir con sujetos de su propia especie.
“Si atendemos a su bienestar no será Cecilia quien estará en deuda con nosotros, sino nosotros, que deberemos agradecerle la oportunidad de crecer como colectividad y de sentirnos un poco más humanos”, recoge textualmente la jueza.
Después de este último relato, podemos concluir que vamos por buen camino.
La Teoría de la Información Integrada tiene una gran vinculación con la psicología cerebral y de hecho supondría tener que replantearnos muchos conceptos, algunos muy tradicionales.
Definíamos en el “Centinela que nunca duerme”, el concepto de inteligencia cerebral, que está en función de las conexiones neuronales establecidas, a mayor cantidad de enlaces entre neuronas, mayor corteza cerebral y mayor inteligencia cerebral.
Esto está en concordancia con la conciencia de la teoría de Tononi, donde una gran cantidad de información capaz de integrarse en el cerebro significaría un potencial enorme de conciencia. Por tanto a mayor inteligencia cerebral, mayor posibilidad de integrar información, puesto que tiene mayor cantidad de conexiones sinápticas establecidas con un potencial muy elevado de correlacionar redes neurales entre sí y poder incorporar esa información. A mayor grado de inteligencia cerebral, mayor grado posible de Conciencia.
La conciencia es una propiedad fundamental de la naturaleza, siempre ha estado ahí, en cualquier lugar de la tierra, en todo momento, en el espacio, en el universo. Pero para que los seres humanos puedan conectar con esa Conciencia, necesitan sus áreas corticales apropiadas, a través de las cuáles emerge y se hace visible y se transmite como percepción subjetiva global consciente, del sujeto de que se trate.
Durante el período prenatal las neuronas se forman y empiezan a enlazar unas con otras, formando las primeras redes neurales, en función no solo de las implicaciones genéticas de desarrollo, sino también y lo más importante, en función de los estímulos internos y externos que le llegan.
Esta conformación de redes y enlaces neurales prácticamente dura toda la vida de un ser vivo, pues siempre habrá nuevos estímulos que exciten ese sistema nervioso determinado. La naturaleza es siempre variable y está cambiando constantemente, emitiendo información continua, la mayor parte novedosa.
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