Un ejemplo de que Fahrenheit 451 no quedó meramente en el terreno de la ficción —confirmando así una vez más la necesidad de contar con buena literatura para entender el fenómeno humano— es la persecución que se ha hecho de Mark Twain, quien, como vimos en la introducción de este libro, escribiría alarmado por la historia criminal de la Inquisición. Sus magistrales obras Las aventuras de Huckleberry Finn y Las aventuras de Tom Sawyer han sido, sin embargo, ya sometidas por una editorial a una purga que eliminó más de doscientas palabras referentes a gente de raza negra por considerarlas ofensivas, a pesar de que Twain mismo fue un promotor de la igualdad racial y ambas novelas combatían los prejuicios raciales. La censura, realizada en parte por la creciente resistencia de las nuevas generaciones a leer las obras debido a su contenido supuestamente inmoral, terminó desdibujando por completo el mensaje integrador de las obras212. Muchos otros textos han sido censurados o atacados de manera similar. Así, por ejemplo, la novela Los cinco de la escritora bestseller mundial Enid Blyton (1897-1968) una saga de veintiún títulos, fue relanzada en español por la editorial Juventud luego de una cuidadosa limpieza de su texto, el que describía a los niños protegiendo a las niñas, a los buenos en general como anglosajones y a los malos como pertenecientes a otras razas. La obra maestra Ulises, de James Joyce (1882-1941), fue publicada por Apple en su edición para iPad removiendo los desnudos que describía, desatando reacciones que obligaron a la empresa a retractarse213. El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, por su parte, ha sido acusado de racista múltiples veces en un intento por horadar su influencia y desacreditar la obra más icónica en la historia de la literatura fantástica. El Times de Londres explicó por qué, de acuerdo a diversos críticos, Tolkien caería en el peor pecado de los nuevos tiempos, uno capaz de destruir la sociedad. Así, por ejemplo, el autor estadounidense Andy Duncan dijo que «es difícil no pasar por alto la noción repetida en Tolkien de que algunas razas son peores que otras y algunas personas son peores que otras y parece que, a largo plazo, si abrazas esto demasiado, tiene consecuencias terribles para ti y para la sociedad». Por tanto, agregó, hay que explorar por qué los orcos sirven a Sauron: «Puedes imaginar fácilmente que todas las personas que están siguiendo las órdenes del Señor Oscuro lo hicieron por simple conservación», dice, pero «es más fácil demonizar a los oponentes que tratar de entenderlos» finaliza214. Para la neoinquisición, entonces, Tolkien era un racista que amenaza la estabilidad social porque no se preocupó de entender los sentimientos de los orcos en su novela de ficción.
En España acusaciones similares se han hecho por organizaciones feministas en contra del Nobel de Literatura Pablo Neruda, del autor Javier Marías y Arturo Pérez Reverte, entre otros. Según el «Breve decálogo de ideas para una escuela feminista» de la CCOO, (Comisiones Obreras), las escuelas deben feminizar la educación eliminando autores misóginos. El punto 7 del decálogo instruye a los profesores a «eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado» —entre los que mencionan a Neruda, Marías y Pérez Reverte— y a hablar de la «faceta misógina de ciertos autores legitimados como hegemónicos», tales como «Rousseau, Kant, Nietzsche, entre otros»215.
Tampoco los cuentos para niños pequeños escapan al ojo inquisitorial de la corrección política. En Barcelona la comisión de padres de la escuela Táber decidió retirar doscientos libros de cuentos infantiles, entre ellos Caperucita roja y La bella durmiente, por no contar con perspectivas de género y considerarlos «tóxicos». «Estamos lejos de una biblioteca igualitaria en la que los personajes sean hombres y mujeres por igual y en la que las mujeres no estén estereotipadas», explicó una de las madres que integraban la comisión, dando cuenta de cómo la ideología feminista ha penetrado sectores de la sociedad española216. Diversas escuelas han anunciado intenciones de emular la limpieza realizada por Táber. Otras personas, sin embargo, advirtieron que una vez iniciado el camino de purga ideológica no podía ponerse límite, lo cual amenazaba la memoria de pueblos completos, pues esta se basa en gran medida en obras trabajadas y leídas por generaciones. Según activistas feministas, en tanto, La bella durmiente enseñaría a los niños la cultura de la violación porque el príncipe besa a la muchacha mientras ella duerme, es decir, sin pedirle su consentimiento. El Telegrahp notó que La Cenicienta también podría ser atacada por reforzar estereotipos como la familia nuclear tradicional; La bella y la bestia sería un ejemplo de acoso sexual en el trabajo; Blanca Nieves otro caso de cultura de la violación, y así sucesivamente217. De hecho, el sitio web Romper, que ofrece consejos a padres sobre cómo educar a sus hijos, publicó un artículo afirmando que esos cuentos de hadas reforzaban un «cultura de la violación». La autora, Dina Leygerman, admitió que había prohibido y eliminado de su casa todos los cuentos de hadas después de caer en cuenta lo sexistas que eran las historias. «Cuando se trata de perpetuar la masculinidad tóxica o la cultura de la violación, promover el sexismo y el patriarcado, ¿por qué no podemos crear nuevos cuentos de hadas también?», se preguntó, añadiendo, «¿por qué no podemos actualizar estos viejos cuentos de hadas con las normas sociales de hoy, o empujarlos a la sección ‘anticuada’ de la biblioteca?»218. En otras palabras, o la purga de su contenido o la prohibición.
Alemania ha optado por lo primero, revisando la literatura con la que los niños crecen desde hace décadas para ajustarla a los nuevos cánones de lo que es aceptable decir y pensar. En esa línea, diversas editoriales han anunciado medidas de limpieza moral para evitar aquellas expresiones que pueden ser tomadas como ofensivas por minorías. Así es como el libro de Otfried Pruessler (1923-2013), Die kleine Hexe, en el cual los niños se disfrazan de turcos, personas de color y niñas chinas, ha sido debidamente purificado. La misma suerte han corrido libros legendarios de la escritora sueca Astrid Lindgren (1907-2002) y del autor de La historia sin fin, Michael Ende (1929-1995), todos los cuales han sido depurados de su inmoralidad por los neoinquisidores. Como bien observó el diario Die Zeit:
No es el Gran Hermano de Orwell quien interviene, sino la corrección política del hermano pequeño. Su actividad inquieta no debe ser subestimada. Se realiza a sí misma en las acciones de aquellos innumerables guardianes de la virtud, a menudo nombrados por el Estado, que actúan en nombre de un orden superior, ya sea el feminismo, el antisemitismo o el antirracismo, y que descubren de inmediato, con un dispositivo de visión nocturna ideológicamente agudo, oscuras desviaciones del camino de los justos. Quien busca, siempre encuentra219.
Si los cuentos de hadas, cuyo contenido esencialmente simbólico busca transmitir moralejas de generación en generación, son tomados literalmente y sometidos al cedazo de la ideología políticamente correcta, la suerte de los clásicos no puede ser mejor. En Inglaterra, grupos de estudiantes pertenecientes a carreras impregnadas de victimismo —estudios africanos y orientales— han demandado que se elimine de sus estudios a autores como Platón, Kant y a otros filósofos de la tradición occidental, pues estos serían hombres blancos incompatibles con una forma de enseñanza anticolonial. La «filosofía blanca», como la bautizaron los estudiantes, debe ser tratada solo de manera crítica y jamás como fuente de conocimiento real. En conjunto con otros desarrollos parecidos, estas demandas llevaron a Sir Anthony Seldon, vicerrector de la Universidad de Buckingham, a advertir que «existe un peligro real de que la corrección política esté fuera de control. Necesitamos entender el mundo tal como era y no reescribir la historia como a algunos les gustaría que fuera»220.
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