Gunnar Kaiser
Bajo la piel
Traducción de Claudia Baricco
Kaiser, Gunnar
Bajo la piel / Gunnar Kaiser.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2020
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
Traducción de: Claudia Baricco.
ISBN 978-987-8388-08-3
1. Narrativa Alemana. I. Baricco, Claudia, trad. II. Título. CDD 833
narrativas
Título original: Unter der Haut
Traducción: Claudia Baricco
Editor: Fabián Lebenglik
Diseño: Gabriela Di Giuseppe
Producción: Mariana Lerner
1a edición en Argentina
1a edición en España
© 2018 Piper Verlag GmbH, München/Berlin
Published by arrangement with International Editors’ Co
© Adriana Hidalgo editora S.A., 2020
www.adrianahidalgo.com
ISBN 978-987-8388-08-3
La traductora agradece el apoyo del Ministerio de Cultura y Ciencia del Estado Federado de Renania del Norte Westfalia y del Colegio Europeo de Traductores de Straelen.
Impreso en Argentina
Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723
Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.
Índice
Portadilla Gunnar Kaiser Bajo la piel Traducción de Claudia Baricco
Legales Kaiser, Gunnar Bajo la piel / Gunnar Kaiser.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2020 Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga Traducción de: Claudia Baricco. ISBN 978-987-8388-08-3 1. Narrativa Alemana. I. Baricco, Claudia, trad. II. Título. CDD 833 narrativas Título original: Unter der Haut Traducción: Claudia Baricco Editor: Fabián Lebenglik Diseño: Gabriela Di Giuseppe Producción: Mariana Lerner 1a edición en Argentina 1a edición en España © 2018 Piper Verlag GmbH, München/Berlin Published by arrangement with International Editors’ Co © Adriana Hidalgo editora S.A., 2020 www.adrianahidalgo.com ISBN 978-987-8388-08-3 La traductora agradece el apoyo del Ministerio de Cultura y Ciencia del Estado Federado de Renania del Norte Westfalia y del Colegio Europeo de Traductores de Straelen. Impreso en Argentina Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723 Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.
Libro uno. Nueva York, 1969 Libro uno Nueva York, 1969
Libro dos. Bajo la piel. De la vida de un criminal. Primera parte Libro dos Bajo la piel De la vida de un criminal Primera parte
Libro uno. Nueva York, 1969
Libro dos. Bajo la piel. De la vida de un criminal. Segunda parte
Libro tres. Primera parte. Israel, 1990
Libro tres. Segunda parte. Argentina, 1990
Para S.
Libro uno
Nueva York, 1969
1
Cuando era joven, buscaba chicas. Mi búsqueda comenzó temprano en la mañana del día en el que cumplí veinte años y terminó bajo las estrellas de la última noche de verano de mi vida. Por entonces y allá de donde vengo, de los jóvenes como yo decían que éramos como los sonámbulos, adictos a la luna, y lo mío era una adicción. Pero mi caso era algo especial.
En la primavera había dejado la casa de mis padres, me había mudado a Manhattan y había comenzado a estudiar. Lo poco que necesitaba lo ganaba haciendo el reparto de carne para los carniceros judíos de Williamsburg y Staten Island. Al menos eso era lo que les decía a mis padres cuando me preguntaban qué hacía, y no era una mentira.
Pero tampoco era la verdad. La verdad era que me la pasaba dando vueltas por la ciudad con la cámara que había heredado de mi hermano, de día por las calles de Brooklyn y de noche por los clubes y los bares al sur de la Houston Street; fotografiaba aquí a los travestis delante de las entradas de los sótanos de la Greenwich Lane, allí las manos de una parejita fumando en una fiesta, más allá la ropa tendida que flameaba entre los tejados. Yo iba andando y mirando. Y buscaba chicas.
Mi trabajo me obligaba a saltar de la cama temprano, al amanecer conducía dos horas recorriendo las carnicerías y antes de las nueve regresaba al local del mayorista con el camión de reparto vacío y un par de billetes en los bolsillos. Luego el día era todo para mí y mi Rolleiflex. Iba andando por las calles y despilfarraba mi vida como si fuera inmortal. Bien pasada la medianoche regresaba sin remordimiento alguno a mi cueva del East River, me desplomaba en la cama y soñaba que sostenía entre los brazos a una de las muchachas que aquel día se habían cruzado en mi camino. Era el año 1969, la Luna estaba en la casa siete, yo tenía veinte años y estaba claro que no dormía lo suficiente.
Ella era la chica definitiva, como se dice. Nadie lo dice, tampoco se decía entonces, pero aquel día para mí ella lo era, y aquel día era lo único que yo tenía. Ella lo era: definitiva, irrevocable y absoluta. Se cruzó en mi camino una mañana a comienzos del verano en la avenida Flatbush detrás del Prospect Park. Había surgido de la oscuridad de una boca del metro e iba andando delante de mí, rizos rubio rojizos, chaqueta de cuero y una falda color malva, una diosa salida de un catálogo de modas. Calculaba que tendría unos tres años más que yo, pero me había dicho a mí mismo que eso no me importaría. Tampoco era ya ninguna niña, sino una mujer madura, más madura que yo. Quizás estaba cursando el último semestre de Historia del Arte, llevaba un libro ilustrado sobre Caravaggio en su mochila y trabajaba en algún café. Pero ella lo era: la chica definitiva, yo lo sabía y la seguí. Aquel día no debía llegar a su fin sin que yo antes hubiera conseguido una foto o un beso suyo. O ambas cosas.
Su camino nos llevó por aquella umbrosa mañana de junio y por medio Brooklyn, pasando por delante de los discípulos del Hare Krishna y de los sin techo de la Estación Atlantic, hasta que finalmente, como si esperara a alguien, se detuvo delante de un diner, se arregló los cabellos en el reflejo de la vidriera y entró. Yo conocía el local. Allí había llevado yo los viernes el sobre sellado con mi sueldo; a un local repleto, porque los estibadores de los muelles habían tenido la misma idea y allí se podían comer tacos rellenos por cincuenta centavos de dólar. Pero a aquella hora temprana no había mucho movimiento. En su interior una indolencia complaciente me recibió en medio de flotantes partículas de polvo, sobre las mesas había una luz dorada, y en el aire persistía aún el olor a humo y cerveza de la noche anterior. Un hombre mayor estaba sentado en una esquina con el periódico y bebía té, una pareja negra en el centro tapaba la música con su charla y el sonido de las bolas de billar al entrechocarse, y en la barra Pedro, un joven latino de elegante bigotito, miraba algo aburrido a mi chica definitiva. Ella se había sentado en una pequeña mesa junto a la ventana, había sacado un libro de su mochila y se había puesto a leer bajo la luz matinal que caía sobre el rojo cobrizo de sus cabellos y el blanco marfil de su rostro. Por un momento me quedé como perdido en medio del salón, como fuera de lugar, porque en realidad yo no tenía nada que buscar allí, al menos nada respetable, salvo entablar conversación con una muchacha desconocida, un beso y una noche con ella. Pero el día de mi cumpleaños había hecho un juramento: a partir de ese instante ya no sería un cobarde. A partir de ese instante no me detendría ante nada. Quería vivir una vida salvaje, salvaje e insaciable.
En ese momento me acordé de aquello y, como aparentemente nadie se había fijado en mí, me armé de valor, me liberé de mi rigidez, apoyé la cámara sobre la mesa al lado de la muchacha y me senté. Desde allí podía observarla y cuando fuera el momento, dirigirle la palabra. Hablarle a una muchacha es como tomar una fotografía, hay que hacerlo en el momento justo. Mientras tanto intenté ver el título de su libro, quizás yo lo había leído o al menos podía hacer como si lo hubiera hecho. Pero en ese mismo momento Pedro apareció delante de ella, tomó su pedido y volvió a deslizarse detrás de la barra sin dignarse a dirigirme siquiera una mirada. Admiré la serenidad que mostraba aun en presencia de aquella diosa. Mientras el cansancio matinal se imponía por sobre el llamado de su naturaleza masculina, yo me fui poniendo cada vez más nervioso a medida que parecía acercarse el momento adecuado y cuanto más pensaba en cómo hacer para hablarle.
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