Axel Kaiser - La neoinquisición

Здесь есть возможность читать онлайн «Axel Kaiser - La neoinquisición» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La neoinquisición: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La neoinquisición»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una obra lúcida y vigorosa cuya lectura no dejará a nadie indiferente. Su autor, Axel Kaiser, explica lo que a su juicio está sucediendo en las sociedades occidentales y que terminará por quebrar la sana convivencia. Axel Kaiser centra ahora su reflexión en la corrección política desmesurada —que intentan imponer ciertas ideologías— y que está provocando el colapso de la esfera pública como espacio de diálogo y debate de ideas. Esta práctica ha desencadenado verdaderas «cacerías de brujas» hacia quienes digan o piensen lo contrario a lo socialmente aceptado. Así, la falta de libertad de expresión, acompañada de una irracionalidad fanática, nos llevaría a un tipo de pensamiento único, que es el que suele imperar en épocas oscuras de la historia. Un ensayo profundo, con la claridad argumentativa propia de su autor, que encenderá grandes polémicas, y que sin duda enriquecerá la conversación sobre el destino de nuestras sociedades.

La neoinquisición — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La neoinquisición», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Bruckner se equivoca, sin embargo, cuando ve a Estados Unidos libre de la misma enfermedad, pues si bien es cierto en ese país existen fuerzas que aun afirman su historia, el relato predominante en círculos de élite es exactamente el mismo; a saber, que el proyecto americano es uno de opresión y discriminación desde sus inicios y por tanto no merece más que repudio. Un buen síntoma de esta crisis es la degeneración que ha experimentado el estudio de la disciplina de historia en las universidades. En su charla «The Decline and Fall of History», el historiador Niall Ferguson dio cuenta de ello sosteniendo que el creador del célebre musical Hamilton, dedicado a la figura de Alexander Hamilton, ha hecho más por enseñar sobre su historia a los estadounidenses que todas las facultades de artes liberales en conjunto. Ferguson explicó que la baja en la cantidad de matriculados a las carreras de historia se relaciona con la transformación que ha experimentado su contenido, el que se ha visto arrasado por estudios de género, feministas y otras formas de promoción de la victimización analizada en el capítulo anterior, todo en nombre de la «diversidad». La enseñanza de historia internacional, intelectual, económica y legal, en tanto, ha ido desapareciendo gradualmente, lo que se refleja en una ausencia alarmante de cursos sobre temas como la Ilustración, la Revolución Francesa, la Revolución Americana, la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la Revolución Industrial, entre otros192. El mismo Ferguson advirtió que la politización de la universidad, influida por ideologías que buscan juzgar el pasado de acuerdo a estándares del presente, ha llevado a una verdadera limpieza de aquellos contenidos considerados «ofensivos». En una entrevista con John Anderson, Ferguson sostuvo que la izquierda ha «colonizado universidades y escuelas, departamentos de educación, creando sus colonias ahí para luego enviar a sus misioneros a enseñar a la gente joven una versión de los hechos que puede hacer sentido en el contexto del marxismo-leninismo, pero que es una grotesca distorsión del pasado»193. Esta apreciación, por cierto, no solo es válida para Estados Unidos, sino para gran parte del mundo occidental. Australia, por ejemplo, tampoco se encuentra exenta de este problema. Según Bella d’Abrera, del Institute of Public Affairs, desde los años 60 las universidades australianas han adoptado la teoría cultural de Karl Marx, convirtiendo la enseñanza en una cuestión monótona y repetitiva que no atrae a muchos estudiantes. Las posiciones académicas —explica— han sido ocupadas por personas cuya carrera ha consistido «en la propagación de la teoría que ve a la sociedad como una competencia de suma cero por el poder entre los privilegiados y los oprimidos»194. El resultado de ello es que los temas que se enseñan están «casi totalmente limitados a temas que se ajustan al modelo de Marx», pues «cada tema se aborda a través de la lente de la política de identidad, donde la clase, la raza y el género es el enfoque principal» desplazando los temas «esenciales que explican las bases políticas, intelectuales, sociales y materiales de la historia de la civilización occidental»195.

La remoción sistemática de decenas de antiguas estatuas que hacen alusión a las fuerzas de la Confederación en ciudades americanas es uno de los tantos ejemplos del impacto que han tenido estas ideas. El argumento que se ofrece para ello es que estas serían símbolos de la ideología supremacista blanca y esclavista y que por tanto debieran desaparecer de la historia americana tal como en partes de la ex Unión Soviética fueron derribadas las estatuas de Lenin y Stalin. Para Anne Applebaum, quien hace la comparación entre ambos casos, derribar las estatuas es necesario porque la elección de Trump prueba que el racismo sigue vivo y esa sería una forma de combatirlo196. Pero si eso es así, entonces todo aquello que ensalce esa parte de la historia norteamericana debe ser eliminado y no solo aquellas obras creadas para celebrar las fuerzas de la Confederación. Aunque la misma Appelbaum intente salvarse de esta conclusión afirmando que cambiar los nombres de edificios no es lo mismo que derribar estatuas, la verdad es que sus argumentos no resisten mayor análisis. Si el fin es eliminar símbolos que puedan validar el racismo ¿por qué no habría de removerse el nombre de Woodrow Wilson, el presidente demócrata, premio Nobel de la Paz, supremacista blanco y racista que llegó a ser también presidente de Princeton y cuyo nombre se encuentra en uno de los edificios más emblemáticos de la universidad? Esto fue precisamente lo que reclamó un grupo de estudiantes, quienes hicieron una huelga de 32 horas para que se eliminara el nombre de Wilson del School of Public and International Affairs. El escándalo alcanzó proporciones nacionales y las autoridades de la universidad evaluaron la remoción, quedando en la incómoda posición de considerar deshacerse de un personaje que refleja los valores más propios de la izquierda norteamericana —el internacionalismo, la ingeniería social y el pacifismo— y que además condujo a la universidad por una senda de progreso sin precedentes. Finalmente, Princeton optó por mantener el nombre de Wilson con argumentos bastante sensatos que dieron cuenta de que, como sugiere Ferguson, no tiene sentido aplicar los estándares morales del presente al juicio sobre el pasado. Para juzgar a Wilson, argumentaron sus autoridades, había que tomar al personaje en su totalidad y no solo en sus opiniones sobre las personas de color, de quienes decía, entre otras cosas, que jamás debían entrar a esa universidad197.

Pero una vez que se abre la puerta del revisionismo histórico de acuerdo a una nueva ideología es casi imposible contenerla. El movimiento por tumbar estatuas en Estados Unidos siguió creciendo, logrando que más de treinta ciudades en el país eliminaran obras consideradas inmorales. Entre ellas se encontraban algunas dedicadas a miembros de la Corte Suprema de Estados Unidos, generales de las fuerzas confederadas, soldados, mujeres confederadas y gobernadores de estado. También se cambiaron nombres de avenidas e instituciones como escuelas para eliminar vestigios que puedan resultar «ofensivos»198. En Nueva York el gobernador demócrata Andrew Cuomo exigió que, aparte de estatuas, se eliminaran del metro de la ciudad aquellos mosaicos que parecían banderas confederadas, aun cuando representaban algo totalmente distinto. El alcalde, también demócrata, de la ciudad, Bill de Blasio, anunció una revisión de todas las estatuas y obras de arte púbico para limpiar «posibles símbolos de odio»199.

Como es evidente, aquello que es considerado «símbolo de odio» es enteramente subjetivo y por tanto la purga puede no tener límites. El mismo de Blasio se encontró con un dilema cuando el movimiento por la limpieza de símbolos ofensivos le exigió derribar la estatua de Cristóbal Colón, acusado de traer la opresión blanca a América. Apresado por su propia lógica, de Blasio debió convocar a una comisión especial que mantuvo audiencias durante meses para finalmente concluir que la estatua, ubicada en Manhattan, no sería removida, conclusión en parte producida por la fuerte oposición de la comunidad italiana residente en la ciudad. Al igual que los progresistas de Princeton, que habían alimentado el monstruo de las políticas identitarias, de Blasio entendió de pronto que debía poner algún límite o de lo contrario no quedaría calle, edificio o estatua que no exigiera ser renombrada o derribada. Incluso la tumba del general estrella de Abraham Lincoln, Ulysses Grant, responsable principal de la derrota de los confederados y en consecuencia de la abolición de la esclavitud, fue puesta en tela de juicio debido a sus visiones antisemitas200. Lo mismo ocurrió a la estatua en honor a J. Marion Sims, conocido como el padre de la ginecología, acusado de haber conducido experimentos con mujeres esclavas201. Todas estas solicitudes son coherentes si se acepta la premisa de que el pasado debe ajustarse a los estándares morales presentes, especialmente aquellos enarbolados por la cultura del victimismo. De acuerdo a esta mentalidad inquisitorial, los estudiantes de Hofstra University que llamaron a remover una estatua de Thomas Jefferson, quien, como es sabido, tuvo esclavos al igual que casi todos los padres fundadores de Estados Unidos, tenían razón en lo que pedían. Si, como les han enseñado sus profesores y repite la prensa día a día, Estados Unidos es una sociedad opresiva e inmoral desde sus orígenes, entonces lo que se debe hacer es reparar las injusticas históricas, entre otras cosas, dejando de homenajear a esclavistas. No es consecuente afirmar que una estatua del general Robert Lee, que luchó por los confederados en la guerra civil estadounidense, debe ser eliminada y una de Jefferson, que tuvo legiones de esclavos a su disposición, debe permanecer en pie. De hecho, Lee, cuyas estatuas fueron efectivamente eliminadas en varias partes, no era un supremacista blanco, ni siquiera un ideólogo partidario de la esclavitud. En 1856, años antes de que se desatara la guerra civil, escribiría que «la institución de la esclavitud es un mal político y moral en cualquier país»202. El mismo Lee liberaría cientos de esclavos antes de la famosa Proclamación de Emancipación de Lincoln que pondría fin a la esclavitud. Ahora bien, Lee no era un igualitarista y ciertas historias dan cuenta de maltratos de su parte a esclavos. Pero tampoco Lincoln, el gran héroe de la liberación afroamericana, creía que las personas de color eran iguales que los blancos. En 1858 en un debate con el senador Stephen Douglas declaró que no tenía «ninguna intención de introducir igualdad política y social entre las razas blanca y negra» y que estaba «a favor de que la raza a la que pertenezco tenga la posición superior», agregando que «jamás había dicho lo contrario» y que nunca había «estado a favor de permitir que los negros votaran o sirvieran de jurado, ni de calificarlos para que puedan ejercer en oficinas públicas o de que puedan casarse con gente blanca»203. Si hubiera que juzgar a Lincoln aplicando los estándares de la neoinquisición, todas sus estatuas, cuadros, edificios con su nombre y otros monumentos en su honor debieran ser tumbados, pues claramente muchas de sus opiniones podrían catalogarse como racistas y supremacistas blancas. Siguiendo esa línea también la ciudad de Washington, que debe su nombre al general Washington, primer presidente de Estados Unidos, debiera ser renombrada, pues, como otros, él fue propietario de esclavos. Y luego de limpiar al país de racismo, habría que limpiarlo de símbolos honrando personas homofóbicas, machistas y así sucesivamente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La neoinquisición»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La neoinquisición» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La neoinquisición»

Обсуждение, отзывы о книге «La neoinquisición» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x