Sobre la escultura de Afrodita hay una leyenda muy curiosa que nos da una idea de la perfección de su obra. Se cuenta que la misma diosa Afrodita, al ver la escultura que la representaba, bajó muy enojada del Olimpo gritando: «¿Cuándo me ha visto a mí Praxíteles desnuda?». El caso es que la influencia de Praxíteles no se contentó con aquel periodo de expansión romana. Siglos después, en la Italia renacentista, se le volvió a rescatar para inspirar a sus artistas y, en el París del siglo xix, las familias burguesas paseaban deleitando sus sentidos entre las copias que adornaban, como en la Roma imperialista, sus jardines.
Hay una anécdota muy divertida sobre Praxíteles que nos cuenta como éste, para recompensar los servicios prestados por su amante y modelo de sus obras, Phryné, le ofreció que escogiera la escultura que más le gustase. Ésta tenía muy mala idea. Como no sabía cuál coger, tramó un plan con uno de sus sirvientes para que, en la cena a la que había invitado a Praxítiles, entrase gritando que en el taller de éste se había declarado un incendio. Y así se llevó a cabo. Durante el opíparo banquete, el sirviente entró gritando: «¡Fuego, fuego en su taller…!». Praxíteles, asustado y fuera de sí, gritó: «¡Salvad mi Cupido!». Phryné, llena de gozo por lo bien que le había salido su plan reclamó esa obra como pago a sus servicios. No sabemos qué cara se le quedaría al autor...
Pese a las innumerables esculturas que hizo Praxíteles, no se conserva ninguna a la que podamos atribuirle con un cien por cien de autenticidad. La única obra que los expertos creen que podría ser suya, aunque con cierto recelo, es una cabeza de Artemisa que se conserva en el Museo de la Acrópolis de Atenas. Todas las demás esculturas que nos han permitido conocer su trabajo son copias romanas. Pero la obra de Praxíteles despierta tanto interés que los intentos de encontrar alguna pieza original no decrecen, y los arqueólogos se rompen el pecho intentando desenterrar alguna de ellas e incluso hacen apuestas para ver quién, rastreando el fondo marino, halla restos de los navíos romanos que llevarían entre su carga algunas de las preciadas esculturas.
Aunque su obra era de las más deseadas, no lo era tanto por la perfección de sus cuerpos o músculos, sino por la belleza y perfección de la que dotaba a sus rostros; rostros que desprendían gracia, melancolía o una insinuante sonrisa.
Cuando nuestros sueños se han cumplido es cuando comprendemos la riqueza de nuestra imaginación y la pobreza de la realidad.
Ninon de Lenclos
SÓFOCLES, SUEÑOS Y APARICIONES
Las tragedias en Atenas se representaban con ocasión de fiestas públicas en honor del dios Dionisio, y las más importantes eran las llamadas Dionisias . Este acontecimiento tenía lugar al comienzo de la primavera, y durante tres días específicos competían entre sí tres obras por el primer, segundo y tercer puesto. Las majestuosos faldas de la Acrópolis eran el lugar destinado a estos eventos. Las obras teatrales griegas se componían en su totalidad de versos que se recitaban —no se hablaban— y se alternaban con cantos. Por ello, las representaciones eran verdaderos espectáculos en los que se conjugaban a la vez coros, bailes y acompañamiento musical.
Nuestro siguiente protagonista, Sófocles, fue todo un innovador de su época. Aumentó el número de los coreutas (personas del coro) de 12 a 15, introdujo innovaciones en la puesta en escena y también amplió el número de protagonistas, que hasta entonces siempre habían sido dos, con la consiguiente complicación de los diálogos. Otra aportación de Sófocles a este mundo de las representaciones fue su lengua; sus diálogos se convirtieron en el ideal clásico de perfección gracias a la mezcla de naturalidad, divinidad y majestuosidad con la que los dotó. Uno de sus mejores obras, Edipo rey , se convirtió en el paradigma de la tragedia griega y, ya que la nombro, se hace imprescindible poner unos fragmentos de este tesoro que nos ha dado en herencia la Historia:
Edipo.- Dice que soy el asesino de Layo.
Yocasta.- ¿Lo conoce por sí mismo o por haberlo oído decir de otro?
Edipo.- Ha hecho venir a un desvergonzado adivino, ya que su boca, por lo que a él en persona concierne, está completamente libre.
Yocasta.- Tú, ahora, liberándote de ti mismo de lo que dices, escúchame y aprende que nadie que sea mortal tiene parte en el arte adivinatorio. La prueba de esto te la mostraré en pocas palabras.
Una vez le llegó un oráculo —no diré que del propio Febo, sino de sus servidores— que decía que tendría el destino de morir a manos del hijo que naciera de mí y de él. Sin embargo, a él, al menos según el rumor, unos bandoleros extranjeros le mataron en una encrucijada de tres caminos. Por otra parte, no habían pasado tres días desde el nacimiento del niño cuando Layo, después de atarle juntas las articulaciones de los pies, le arrojó por acción de otros a un monte infranqueable.
Por tanto, Apolo ni cumplió que éste llegara a ser asesino de su padre ni que Layo sufriera a manos de su hijo la desgracia que él temía. Afirmó que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú para nada te preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna utilidad, él en persona lo da a conocer sin rodeos.
Edipo.- Al acabar de escucharte, mujer, ¡qué delirio se ha apoderado de mi alma y qué agitación de mis sentidos!
Creonte.- ¿A qué preocupación te refieres que te ha hecho volverte sobre tus pasos?
Edipo.- Me pareció oírte que Layo había sido muerto en una encrucijada de tres caminos.
Yocasta.- Se dijo así y aún no se ha dejado de decir.
Edipo.- ¿Y dónde se encuentra el lugar en el que ocurrió la desgracia?
Yocasta.- Fócide es llamada la región, y la encrucijada hace confluir los caminos de Delfos y Daulia.
Edipo.- ¿Qué tiempo ha transcurrido desde estos acontecimientos?
Yocasta.- Poco antes de que tú aparecieras con el gobierno de este país, se anunció eso a la ciudad.
Edipo.- ¡Oh Zeus! ¿Cuáles son tus planes para conmigo?
Les aconsejo que lean esta tragedia entera, ya que es una obra de arte digna de conocer.
Ahora sepamos algo más sobre su autor, en cuya biografía se esconden algunos secretillos curiosos e interesantes que paso a contarles.
Sófocles, el perfeccionador del teatro griego, nació alrededor del 497-96 a.C. en el seno de una opulenta familia de bien (su padre Sófilo era fabricante del siempre próspero negocio de las armas). Tal situación hizo posible que Sófocles accediera a una educación y una formación exquisitas: música, gimnasia, etc., lo que le dio opción a ocupar altos cargos, como el de estratego —algo parecido a general— que, junto a la compañía de Pericles, le permitió participar en la guerra de la isla de Samos (441-40 a.C.). Después, y durante un tiempo, intervino en actividades públicas y políticas, limitándose a cumplirlas como el que más, pero no con mucha ilusión. Lo suyo eran las tragedias, donde destacó por encima de la media, y, por qué no decirlo, la compañía de jóvenes y hermosos muchachos, cosa que no quitó que fuera contemplado en su tiempo como un hombre sereno y equilibrado. También nos cuenta la Historia que tuvo extraños sueños premonitorios con ocasión de cierto robo.
Según se explica, se cometió un trágico robo, pues alguien sin escrúpulos había sustraído la corona de oro representativa de la Acrópolis. A pesar de la intensa búsqueda y de todos los medios desplegados, no se dio con la corona ni con el criminal, hasta que al final fue Sófocles quien la encontró por mediación de un extraño sueño premonitorio que le indicaba el lugar exacto donde se hallaba escondida. Dicho sueño se nos describe de la siguiente manera por los cronistas de la época:
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