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Guía literaria de Londres
Página de créditos
Guía literaria de Londres
V.1: mayo de 2020
© de la traducción, Joan Eloi Roca, 2016
© del prólogo y la selección, Joan Eloi Roca, 2016
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial en cualquier forma.
Se han realizado todos los esfuerzos para contactar con todos los propietarios de los derechos de todos los materiales utilizados en este libro. La editorial agradece su colaboración a los autores, editores y particulares que han cedido materiales para la elaboración de esta guía literaria.
Corrección: Guillermo Pérez
Publicado por Ático de los Libros
C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª
08009 Barcelona
info@aticodeloslibros.com
www.aticodeloslibros.com
ISBN: 978-84-18217-06-7
THEMA: WTL
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Portada
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Sobre este libro
Prólogo
Boudica saquea Londinium, Tácito
Grafitis romanos y un poema sajón
Londres rechaza el cristianismo, Beda el Venerables
El rey Olaf destruye el puente de Londres, Snorri Sturluson
La abadía de Westmister, Washington Irving
Una generación de catedrales, Justin McCarthy
El smog de Londres, John Evelyn
Cafeterías, John Macky y César de Saussure
Diario de un año de la plaga, Samuel Pepys
El gran indendio de Londres, John Evelyn
Wren reconstruye la catedral de San Pablo, Daniel Defoe
Un libertino en la ciudad, James Boswell
Un español en el Londres del siglo xviii, Antonio Ponz
La torre de Londres, William Hepworth Dixon
La visión de Londres de Lord Byron, Lord Byron
Los clubes privados de Londres, Joseph Hatton
La temporada: la fiesta de Jane Austen, Jane Austen
La inmensidad de los muelles, Edmundo de Amicis
El pasado de Londres, Charles Dickens
Una visita a la Gran Exposición Universal, 7 de junio de 1851, Charlotte Brontë
Prostitutas en Haymarket, Fiódor Dostoyevski
Hyde Park, John Ashton
Londres al amanecer, Oscar Wilde
La mejor calle de Londres, Francis Watt
Dorian Gray en un fumadero de opio, Oscar Wilde
En un fumadero de opio del este de Londres, Anónimo
Una ciudad de ladrillos y cielo lechoso, Théophile Gautier
En casa de William Morris, Henry James
Buscando trabajo en Londres, Verlaine y Rimbaud
Londres, una nación, Philip Gilbert Hamerton
El parlamento, Percy Fitzgerald
Un yanqui en albornoz, Mark Twain
El Támesis, Joseph Conrad
La vida en las calles de Londres, Jack London
En el museo de sir John Soane, Henry James
James Cushat-Prinkly aborrece la hora del té, Saki
La ciudad de las tentaciones, Natsume Soseki
Una estación y dos ciudades, G. K. Chesterton
Siete reglas para vivir en Londres, Rudyard Kipling
Parliament Hill, D. H. Lawrence
Esa cúpula familiar, Carlos, príncipe de Gales
Notas
Guía literaria de Londres
Un recorrido por Londres de la mano de los escritores más célebres que han visitado la gran ciudad del Támesis desde tiempos de los romanos hasta la actualidad
Tácito fue el primer gran escritor en mencionar Londres y, desde entonces, muchos otros grandes creadores nos han dejado sus impresiones de la ciudad. En este libro Dostoyevski y Boswell nos acompañan por los bajos fondos londinenses, mientras que Dickens, De Amicis, London o Kipling nos hacen de guías y nos dan consejos para manejarnos en la capital de Inglaterra. Otros, como Beda el Venerable, John Evelyn o Samuel Pepys nos cuentan cómo la ciudad superó pestes, incendios e invasiones, mientras que Soseki, Rimbaud o Verlaine ilustran que no es fácil vivir en Londres si no se dispone de dinero. Jane Austen, Mark Twain o Charlotte Brontë son sólo algunos más de los muchos autores que contribuyen a esta guía, que cuenta también con deliciosos grabados que permiten al lector ver lo que es y también lo que fue.
Imprescindible como complemento a una guía tradicional, la Guía literaria de Londres nos permite disfrutar de un triple viaje: en el espacio, hacia los monumentos londinenses; en el tiempo, hacia otras épocas y sensibilidades; y en el espíritu, hacia algunas de las mentes más creativas, divertidas y magníficas que ha dado la Literatura universal.
Hay muy poco en el nacimiento de Londres que presagie su futura grandeza. Los romanos prefirieron situar la capital de su provincia en Colchester y fueron unos comerciantes los que fundaron el asentamiento a orillas del Támesis que se convertiría en Londinium. Para escoger el lugar exacto en el que situar sus casas y almacenes, escogieron el punto más ancho y profundo del río en que la tecnología de la época permitía construir un puente. El actual puente de la Torre está solo unos metros al oeste del primer puente romano, que se construyó con madera. Londres, pues, está situada en el punto estratégico que comunica el sur y el centro de Inglaterra. Si a eso sumamos que el Támesis le aporta un enorme puerto natural, vemos que era el lugar obvio para instalar un mercado.
Y no solo los romanos tardaron en ver que Londres era el lugar natural para la capital de su provincia de Britania. Los sajones, que los sucedieron, prefirieron gobernar desde la bucólica Winchester y cuando Eduardo el Confesor al fin se dignó a reparar en Londres, decidió construir su palacio en Westminster, que estaba fuera de los límites la ciudad. El hecho de que la corona se instalase extramuros hizo que su dominio sobre la villa fuera siempre relativo. Para colmo, la Iglesia, harta del inveterado paganismo de los londinenses, concluyó que Canterbury era un lugar mucho más adecuado como centro espiritual.
En consecuencia, Londres, que ya había sido fundada por iniciativa privada, consiguió mantenerse apartada de las grandes instituciones del Estado y lograr un grado de autogobierno (y de libertad) inaudito para una gran ciudad e insólito para la capital de un reino. Su condición de centro de comercio la convirtió, además, en una ciudad rica. El alcalde de Londres fue el único plebeyo que firmó la Magna Carta en 1215.
La gente respondió a la llamada de esta ciudad orgullosa, hecha de dinero y placeres. En 1497 la ciudad tenía 70.000 habitantes, pocos más que los 60.000 que tuvo en la época romana, pero en 1837 alcanzaba ya el millón y medio. Este crecimiento se produjo gracias a una constante llegada de inmigrantes, primero de Inglaterra y luego del resto del mundo. Por eso a finales del siglo xx Londres había dejado de ser inglesa y se había convertido en una Babel de lenguajes y culturas. En 2012 un estudio reveló que Londres era la sexta ciudad de Francia en número de habitantes, con entre 300.000 y 400.000 ciudadanos de ese país afincados en su municipio. Eso quiere decir que viven más franceses en Londres que en Burdeos, Nantes o Estrasburgo. En el censo de 2010 se comprueba que uno de cada tres londinenses ha nacido en el extranjero, que en la ciudad se hablan trescientos idiomas y que existen cincuenta comunidades étnicas formadas por diez mil o más miembros, entre ellas, por supuesto, una vibrante comunidad española.
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