Cuando la criada salió de la habitación la abracé cariñosamente y le rogué que no pospusiera más mi felicidad. No quiso desvestirse frente a mí y me suplicó que me retirara y que le enviara a una de las doncellas. Lo hice, ordenando a la chica que subiera a atender a la señora Digges [el nombre falso que había dado Lewis]. A continuación cogí una vela y salí al patio. La noche era muy fría y oscura. Experimenté durante algunos minutos los rigores de la estación y pensé en muchas ideas terribles de privaciones, para luego hacer una transición de esos pensamientos terribles a las sensaciones más placenteras y deliciosas. Hice que me prepararan un tazón de negus, 10muy rico en fruta, y que lo pusieran en la habitación como revigorizante.
Regresé a la habitación silenciosamente, y en un dulce delirio me deslicé en la cama y me encontré atrapado en sus níveos brazos y apretado contra sus pechos blancos como la leche. Cielo santo, ¡cómo dimos rienda suelta a nuestra pasión! La amable cortina de la oscuridad ocultaba nuestro rubor. Al instante me sentí animado con el mayor poder del amor y, por gracia de mi querida criatura, me di un lascivo banquete. Orgulloso de mi vigor casi divino, reemprendí pronto el noble juego. Estaba rebosante de salud. La sobriedad me preservaba del afeminamiento y la debilidad, y mi sangre latía en rápidas y agudas alarmas. Nunca disfruté de una noche más voluptuosa. Cinco veces me perdí en el placer supremo. Louisa me adoró por ello; declaró que yo era un prodigio y me preguntó si aquello no era extraordinario para la naturaleza humana. Le dije que quizá el doble lo fuera, pero no cinco, aunque estaba bastante orgulloso de mi desempeño. Dijo que no era cosa de la que estar orgulloso, pero le dije que no podía evitarlo. Ella dijo que era algo que teníamos en común con las bestias. Yo dije que no, pues lo habíamos mejorado con los placeres del sentimiento. Le pregunté qué le parecía bastante a ella. Me regañó gentilmente por hacerle esas preguntas, pero me dijo que dos veces.
Vale la pena añadir a la colorida descripción de la noche que hace Boswell que la aventura con la señora Lewis le valió, además de cinco éxtasis amorosos, contagiarse de gonorrea. Esta fue la primera vez que contrajo una enfermedad venérea, pero no sería la última. Durante su vida, contraería enfermedades de este tipo en, al menos, diecisiete ocasiones.
Jueves 31 de marzo
Por la noche pasé por el parque y cogí a la primera prostituta que encontré, con la que sin muchas palabras copulé libre de todo peligro al estar bien protegido. Era fea y delgada y le olía el aliento a alcohol. No le pregunté cómo se llamaba. Cuando hube terminado, se largó. Me formé una mala opinión de esta burda práctica y decidí no volver a recurrir a ella. Fui a charlar un rato con Webster.
El Londres georgiano ofrecía infinidad de ocasiones para la diversión. Este grabado del gran William Hogarth, titulado Una conversación moderna a medianoche (1765), muestra hasta qué punto las conversaciones en las cafeterías podían convertirse en borracheras monumentales.
Sábado 4 de junio
Era el cumpleaños del rey y decidí ser un libertino y ver todo lo que había que ver. Me vestí con un traje oscuro, el más viejo que tenía y que había llevado muchas veces mientras me empolvaban el pelo; unos calzones de ante sucios y medias negras; una camisa de lord Eglinton que había llevado dos días seguidos, y un pequeño gorro redondo con una cinta plateada manchada que pertenecía a un oficial licenciado de los Voluntarios Reales. Llevaba en la mano un viejo bastón de roble desgastado de tanto rozar con el suelo. ¿Acaso no era el perfecto libertino? Fui al parque, 11
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