Jorge Eliécer Guerra Vélez - La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991

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La izquierda legal y reformista ha sido decisiva en la lucha por la ampliación de la democracia colombiana en las últimas décadas. Que varias guerrillas se hayan convertido en el germen de coaliciones, partidos o movimientos políticos luego de arduos procesos de paz con diferentes gobiernos; que Bogotá, ciudad capital, haya tenido gobernantes con extracción reconocida de movimientos de izquierda, y que de ahí provenga también un candidato presidencial que estuvo muy cerca del primer mando ejecutivo del país en el 2018, es apenas una muestra del papel que esta vertiente ideológica ha tenido en las transformaciones políticas de las últimas décadas en Colombia. Las varias negociaciones de paz que preludiaron la Asamblea Constituyente de 1991, las aspiraciones a gobiernos locales y a curules legislativas de los sectores de izquierda en medio de procesos organizativos en ciernes, la convergencia de múltiples facciones en el Polo Democrático Alternativo, los líderes visibles, las rupturas y las reorganizaciones en medio de contiendas electorales y de aciertos y errores en los gobiernos alcanzados, entre otros, son los temas que aborda este libro, de forma detallada y amplia, por lo que es seguro que quienes lo lean encuentren información y análisis profundo de procesos claves para comprender la historia política reciente de nuestro país y el lugar que tiene en ella la izquierda legal y reformista.

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Con él cobra altura el debate que estaba enrarecido por las bajezas electorales de los veteranos de siempre que empezaron a ver fantasmas. Su contenido posibilita importantes coincidencias con quienes venimos levantando las banderas de una nueva Constitución para la soberanía popular, la democracia participativa, el federalismo moderno, llena de derechos para los ciudadanos, con una nueva justicia, una Asamblea legislativa libre de corruptelas y un régimen pluripartidista. Una Constitución para la apertura democrática y la paz duradera.68

De manera inédita aparecían las expresiones “ciudadanos” en lugar de pueblo (y que la polisemia partidista diese al campesinado y el proletariado); “federalismo moderno”, estrechamente ligado al plan de descentralización iniciado por Betancur; y “democracia participativa”, reafirmando un cambio frente a las posiciones verticales que en el pasado primaran.

Al congreso le siguió la Cuarta Conferencia Nacional de Combatientes, también en enero de 1990. Dos fueron los objetivos principales: precisar los aspectos logísticos de la desmovilización y elegir mediante el voto secreto dos delegados a la Asamblea Constituyente. Esto segundo fue lo más expedito, saliendo elegidos Jaime Fajardo y Darío Mejía. El meollo estuvo en el desmonte de una estructura en la que hicieron osmosis un partido por largo tiempo clandestino, un movimiento político que era una suerte de coalición y un aparato armado a cuyos combatientes rasos les faltaba la claridad política de sus jefes, ya que su referente inmediato era el combate y no la vida partidista legal. La dificultad que enfrentó su jerarquía fue decirles a sus subalternos que una vez entregadas las armas no debían lealtad alguna a un comandante y que en adelante no habría ni ejército ni partido que les brindara protección, pues esta quedaba en manos del Estado. En un principio florecieron las particularidades de los frentes regionales y la ascendencia de sus comandantes, frenando la negociación, luego el turno fue para quienes provenían de las ciudades; si los primeros contaban con pericia militar y erudición política, en los segundos se mezclaban la formación universitaria y el conocimiento sobre el estado de la movilización social. En otros términos, y parafraseando respectivamente a Robert Michels y Daniel Gaxie, se impuso la visión de los “jefes profesionales” sobre la de los “profanos”.69 En cuanto al caso particular del pcc-ml, el dilema fue ceder a veinticinco años de preceptos maoístas, que subsistieron en el alma de algunos militantes que no se inmutaron con las transformaciones internacionales ni la Constituyente. Para estos, el abrigarse bajo la idea de girar hacia el socialismo significaba una conversión menos aparatosa. Fue ante todo por el Frente Popular, dados su leve independencia y las relaciones con otras fuerzas, que predominó la conclusión del proceso de paz; de ahí que no fue sorpresa que los dos representantes que el epl envió a la Asamblea Constituyente salieran de allí.

Notándolo dubitativo, el Gobierno presionó al epl a firmar la paz si quería participar en la Asamblea Constituyente, pero el grupo condicionó dicha firma a su presencia en el certamen. Mientras el m-19, ya acondicionado, vio en la Asamblea la oportunidad para recoger las simpatías nacionales, el epl estimó que debido a ella se fragmentaría aún más. Dos opiniones lo exponen. Tomás Concha, exdirigente de izquierda y director del Programa Presidencial de Reinserción, estimó que las negociaciones con el epl se desarrollaban a otro nivel en razón de su carácter ideológico, la confianza era una cuestión de tiempo. A su juicio, “las discusiones con el m-19 eran mucho más reducidas, en el tema y en el tiempo. Al fin y al cabo, con la comandancia, sin mucha relación con la gente, no había mucha discusión. En cambio con el epl tuvimos que esperar varias reuniones de comandancia y varias entre el aparato político y el aparato militar, o sea, un proceso mucho más democrático desde el punto de vista de ellos, pero también más lento y engorroso desde el punto de vista del Gobierno”.70 Por su parte, el exconsejero presidencial Jaime Pardo Rueda indicó que pese a lo rápido de la negociación, en comparación con lo tendida y ardua que fue la del m-19, la del epl:

Fue dura y difícil. Difícil porque la estructura de mando del grupo era difusa, a diferencia del m-19 donde Pizarro tenía, de lejos, una gran autoridad frente al resto de los dirigentes. En el epl la autoridad estaba dispersa. Bernardo Gutiérrez era la figura dominante y el comandante militar de la organización, pero los frentes, en especial los de Córdoba y Urabá, tenían mucha autonomía, y sus comandantes querían tener también una voz fuerte en el proceso. Además, los dirigentes de la organización política que había creado el epl desde la tregua de Betancur, el Frente Popular, querían tener un papel preponderante en la negociación.71

La firma de la paz tuvo lugar en Bogotá el 15 de febrero de 1991. El 1 de marzo, en Pueblo Nuevo, Córdoba, región en la que en sus orígenes el grupo recibiera la orden de acompañar las luchas del campesinado por la tierra, la disposición fue la desmovilización sin retorno. La disidencia regentada por Francisco Caraballo mantuvo la sigla epl hasta tiempos recientes, mientras que la mayoría que decidió reintegrarse a la vida civil aprobó la transición hacia un nuevo movimiento político, transformando ladinamente la vieja abreviatura por la de Esperanza, Paz y Libertad.

La Corriente de Renovación Socialista, el socialismo diferido

Con la desmovilización de la Corriente de Renovación Socialista (crs) en 1994 concluyó un ciclo marcado por la opción que tomaron cinco organizaciones guerrilleras72 de optar por la vía civil como medio para obtener el poder. En su caso la decisión no fue concomitante con las motivaciones iniciales y el buen término del desmonte de sus pares sino con la nueva Constitución de 1991, que operó como el icono de la victoria de los sectores progresistas del país. Esta sirvió de marco para que aquellos en quienes en el seno de la Unión Camilista – Ejército de Liberación Nacional (uc-eln) la intención de participar en la competencia democrática era latente dieran el paso. En otros términos, la decisión de la crs, a menudo vista como el fruto de una secesión en la uc-eln, no fue otra cosa que el fin del componente armado de una estructura autónoma en el seno de otra mayor.

Las guerrillas no están exentas de facciones, y esta fue una diferencia mayor entre la crs y el m-19, o el epl cuando firma la paz. La bibliografía consultada respecto al m-19 no da cuenta de numerosas tendencias. Las entrevistas permitieron avistar filiaciones menores, por lo general sujetas a un determinado contexto o a la posición de un comandante, como sucedió tras el ajuste de su estrategia militar con la creación de frentes, o por el descalabro de la operación del Cantón Norte;73 y que condujo a un dirigente a plantear una demanda de asilo colectivo y a un sector a cambiarle el nombre m-19. En cuanto al epl, y como se viene de explicar, la tríada junto con el partido clandestino y el movimiento político produjeron reposicionamientos, que se saldaron con el abandono al precepto ideológico, o la tacha de traidores al pueblo a quienes se desmovilizaron. A la postre sus militantes siempre tuvieron claro que el pcc-ml era el que regía el quehacer. En la crs, en cambio, las afinidades dependieron de peculiaridades regionales, de intercambios con una organización popular campesina o urbana, o de la adscripción a una determinada estrategia. Las tendencias precedieron a su creación; y para quienes la integraron, el elemento que primó en el momento de constituirse fue impulsar un movimiento de masas legal y autónomo frente al enfoque armado pregonado como la mejor senda hacia al poder. En definitiva, su reinserción, más que una maquinación para agotar la uc-eln, fue la infalibilidad de que uno de los dos sectores de ese acuerdo sintió no tener nada más para acreditar.

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